Todd Heisler/The New York Times
NUEVA YORK — La primera vez que entrevisté a Juan Carlos Cruz, hace ocho años, seguía tan avergonzado por lo que le había sucedido que dudó sobre si compartir públicamente su nombre. Cuando era joven en Chile fue abusado sexualmente por Fernando Karadima, uno de los sacerdotes de mayor prominencia en ese país. El Vaticano halló al clérigo culpable de pederastia y lo retiró del cargo.
Ahora Cruz y otras dos víctimas de Karadima pasarán una semana en el Vaticano para reunirse con el papa Francisco, quien reconoció de manera extraordinaria haber cometido “graves equivocaciones” en su manejo de los casos de abuso sexual eclesiástico en Chile. Francisco ha defendido por mucho tiempo al obispo Juan Barros, a quien las víctimas de Karadima acusan de haber sido testigo y de haber encubierto los crímenes del sacerdote.
Los comentarios del pontífice acerca de que eran “calumnias” lo que sugerían estas personas desataron furor internacional y llevaron al papa a ordenar una investigación sobre las denuncias. Al recibir los resultados ofreció una disculpa pública a tres de las víctimas: Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo.
Antes de que viajara al Vaticano, hablé con Cruz, quien ahora vive en Filadelfia. Las respuestas fueron ligeramente editadas y abreviadas.
¿Aceptas la disculpa del papa Francisco?
No creo que se trata de una actividad de relaciones públicas. Espero con ansias hablar con él con sinceridad y escuchar lo que tiene que decir. Me han dicho que quiere que sea completamente honesto con él.
¿Qué es lo que quieres recalcarle?
Más que nada el dolor y el sufrimiento de tantas personas y de algunas que han sufrido mucho más que yo. He sufrido mucho, pero tengo amigos que se suicidaron. Tengo que asegurarme de que nuestro caso no sea tratado como algo aislado. Se siente como la mochila con el mayor peso que alguna vez has tenido que cargar.
Durante años has sido visto como un opositor de la Iglesia católica, especialmente en Chile, donde tú y tus amigos acusaron a obispos de encubrimiento. Sin embargo, ¿no te sumaste a la comunidad católica de Karadima en Santiago porque querías ingresar al sacerdocio?
Cuando me uní tenía 15, 16 años. Mi padre acababa de morir y estaba tan vulnerable… era un buen chico; quería cambiar el mundo. Desde que era niño quería ser sacerdote. Quería morir como mártir en África si eso significaba que iba a acercar a la gente a Dios. Tenía todos esos sueños.
¿Por qué los abandonaste?
El abuso fue masivo. Este hombre, el padre Karadima, estuvo abusando de niños y jóvenes de 1958 hasta 2010 o 2011. Yo estuve ahí ocho años, en ese ambiente, bajo su hechizo.
¡Hechizo! Tengo entendido que era alguien muy poderoso en la Iglesia chilena y que varios de sus discípulos se convirtieron en obispos. Pero lo haces parecer como que era más que un sacerdote cualquiera.
Le llamaban Santito. Probablemente sí habría sido santificado si la gente no hubiera roto el silencio sobre el abuso. Las personas guardaban las cosas que les daba porque todos esperábamos que iba a ser santificado. Si te daba un libro y lo firmaba, lo guardabas cual reliquia.
Has insistido en que el obispo Juan Barros Madrid y otros en Chile cuyo mentor fue Karadima estaban al tanto del abuso sexual. ¿Cómo sabes que ellos sabían?
Eran testigos de cuando Karadima besaba a alguien en los labios o le metía la lengua a la boca. O cuando estábamos en la habitación de Karadima y él decía: “Ahora todos para fuera”, todos sabían lo que sucedía después de esto. Pero nadie decía nada al respecto.
¿Qué tan difícil ha sido tu decisión, la de Jimmy y de José Andrés de presentar la demanda civil y hacer público el caso?
Recuerdo la primera vez que nos reunimos con el abogado, Juan Pablo Hermosilla. Yo solo sabía que era un abogado famoso que peleó contra Augusto Pinochet. Me dijo: “Quiero que estés muy seguro de lo que estás haciendo porque eres homosexual y te van a caer encima como no te imaginas”. Y eso es exactamente lo que sucedió. Llegó a tal punto que [el cardenal chileno Francisco Javier] Errázuriz alguna vez dijo que quizá me gustaba esa atención y no estaba seguro entonces de si yo era realmente una víctima. Resultó que ser gay era la menor de mis penas porque la manera en la que nos trataron fue horripilante.
¿Y el cardenal Errázuriz es uno de los nueve que el papa Francisco eligió para ser parte de su consejo de asesores?
Así es. Eso es lo que le quiero preguntar al papa: ¿cómo puede tener a George Pell [cardenal australiano acusado de abuso sexual] y a Francisco Errázuriz en su consejo? Estoy seguro que hay otros cardenales que son buenas personas; hay unos 120 de donde escoger.
Me da la impresión de que estás enojado con el papa. ¿Es así?
Ha habido momentos en los que sí lo estuve. No quiero estar enojado con él y entiendo que la gente se equivoca. Pero este es el hombre mejor informado del mundo y ahí está la interrogante: ¿por qué no actuó más rápido o entendió más rápido la situación, en vez de poner a todos a sufrir tanto?
¿Es verdad que el papa Francisco los invitó a los tres a quedarse con él en Casa Santa Marta [su residencia]?
Estaré ahí una semana. Probablemente a tres puertas de la suya. Quiere reunirse individualmente con cada uno de nosotros y despejó su agenda del domingo [29 de abril] para reunirse conmigo. Pero este encuentro, por más que me honre, no será nada si no resulta en acciones concretas. Y despedir a algunos obispos tampoco va a ser suficiente.
Parece que esperas que el papa Francisco despida al obispo Barros por no reportar el abuso de Karadima.
Bueno, eso supongo.
¿Y si no lo hace?
Será algo muy malo. Será realmente decepcionante; la mayor decepción que he tenido.
¿Crees que aún hay una parte de ti que quiere que el papa sea un pastor para ti? ¿El que el padre Karadima no fue?
Probablemente. Porque tengo una imagen del papa que, no importa qué tan destrozada quede, es el papa. Espero que todos obtengamos algo de sanación de esto, para nuestro bien.
Laurie Goodstein
New York Times
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