Hace unos días fui a misa y al entrar me llamó la atención algo inusual. Fue la imagen de María, la madre de Jesús, una escultura preciosa de madera tallada. Una pieza de más de un metro y medio de altura y claramente bien trabajada, con esmero y cariño. Lo inusual era que María no estaba ni seria ni en actitud reverencial, sino que mostraba una sonrisa triunfante; triunfante y leve; como quien sabe que nada está asegurado, pero si encaminado. Sus manos no estaban unidas ni juntas, en esa tradicional posición orante. No. María tenía una mano como ofreciéndola, su brazo doblado y su mano abierta esperando que algún osado feligrés se la tomara. El otro brazo pegado a su cuerpo con el puño cerrado.
María, la simple María no tenía ni un rosario colgando de su mano ni un ramo de flores. Nada de eso; sino un cartel que claramente alguien –o alguna para ser más exactos- habría puesto en su mano ofrecida. El cartel rezaba: “Apoyo la toma feminista. La rebelión es irreversible”.
María estaba en toma y aun así la misa ya empezaba. Un caballero murmuraba algo en voz alta, un par de señoras trataban de buscar una silla para sacarle ese sacrílego cartel a la Madre de Dios. Unos jóvenes sacaban fotos medio escondidos y el cura, sin aspavientos, como si María no estuviera ahí, como si no estuviera llena de cólera, de esa santa cólera que solo los santos son capaces de vivir y expresar; como si la Virgen no llevara años allí, en esa misma posición, con el mismo puño apretado y sudado; como si no fueran siglos y siglos de invisibilizarlas o menospreciarlas o usarlas o utilizarlas…. el cura y gran parte de la asamblea –pues varios se habían largado- solo querían que comenzara la misa y, en realidad, que terminara para volver tranquilos a sus casas dominicales y olvidar esta locura mariana.
María sigue ahí. La toma también. Nadie sacó el cartel –como los santos ciegos de Saramago- no se sabe si por miedo o por respeto a la Madre Santa. Lo que si sigue llamando la atención en esa pequeña iglesia no es el hecho de que mucha gente dejó de ir a misa después de este acontecimiento vergonzoso, sino que la mirada de María se hizo más firme, más penetrante, más tierna y dura al mismo tiempo. María no es la misma y por eso esta Iglesia en toma se ha transformado en el bastión de la silenciosa revolución feminista que hoy grita en todas partes. María es más feliz y por eso, nosotras. Y nosotros.
Pedro Pablo Achondo ss.cc.
Refleiones Itinerantes
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