“A Juan Carlos Cruz, a James Hamilton, a José Andrés Murillo: gracias, gracias, gracias. Infinitas gracias por no haber desistido.
A los laicos de Osorno: gracias, gracias, gracias. Porque todas las penurias valieron la pena. Qué sencillos y qué dignos se veían entrando de nuevo en la catedral de Osorno. Cuánto frío habrán sentido esas paredes en estos años, cuánta la soledad de esas columnas en este largo invierno. Cuán sangrantes las heridas del Crucificado. Pero ustedes han sido esperanza, semillas de esa Iglesia que ya está naciendo”.
Diego de Almagro, 27 de abril de 2018
El primer paso para salir de una crisis es reconocer la crisis y enfrentarla. Eso que parece tan obvio ha sido lo más difícil en la crisis actual de la Iglesia chilena, de modo particular lo ha sido para los obispos chilenos.
Escudados en que todo lo que se dice contra la Iglesia es una campaña contra movida por masones, izquierdistas y editores de prensa, los obispos no han tocado fondo. Es por eso que el perdón que se lee no pareciera corresponder a la verdad de lo que se siente. Es muy distinto al arrepentimiento que ha mostrado el Papa y a su pedido de perdón sincero. Las declaraciones que han hecho algunos obispos en sus diócesis, luego de su arribo a Chile, siguen en la línea de ese extraño arte de hablar sin decir nada.
Quisiera ahondar en algunos de los problemas que visualizo. Tomaré como punto de referencia la reciente visita del Papa, pues creo que, a través de ella se evidenciaron algunos de esos problemas.
1. Miedo al conflicto y al disenso
La visita del Papa a Chile estuvo marcada por la censura. No se dejó hablar a la gente para que expresara su visión del país y de la iglesia. En general, los interlocutores fueron los propios obispos. En Maipú habló un joven en términos políticamente correctos (para dejar a todos contentos). Y en la cárcel habló Nelly y Janeth, porque ahí la comisión no pudo intervenir. Incluso Janeth escondió el discurso que finalmente leyó (le hizo algunas modificaciones a la versión enviada a Roma). Esto lo contó la propia Nelly en la asamblea de superiores mayores de CONFERRE. La gran excusa fue la falta de tiempo para organizar la visita, pero eso suena más a excusa que a causa real.
En la visita de Juan Pablo II, en plena dictadura, los obispos ayudaron para que apareciera la verdad. Con Francisco y en plena democracia, la comisión de la visita impidió que apareciera la verdad.
Creo que esto refleja una actitud bastante extendida entre los obispos: el miedo al disenso y la crítica. Se ve el disenso como una falta a la comunión y no como un factor relevante para una comunión en la diversidad. Una comunión que más que entenderla con llevarnos bien, estar en armonía, hay que verla como cum-munus, es decir, poner en común el don recibido.
Se espera que los conflictos se manejen en privado, que no aparezcan. Peor todavía, se espera que los conflictos se resuelvan solos. Cuando ocurrió lo de Barros quedó la impresión que se esperaba simplemente que pasara el tiempo para que todo se solucionara. Cuando se supo que el Papa vendría, teniendo conciencia que la situación de Osorno podría ser un problema, la gestión que se hizo fue pedirle al propio Barros que conversara con los laicos de Osorno. Conversó y le fue muy mal, pues los laicos le insistieron en que tenía que renunciar. Pareciera que el conflicto no se gestiona. Y si se hace algo tiene que ser en secreto, que nadie se dé cuenta. Se espera que la crítica se manifieste solo en privado.
Pareciera haber una falta de parresía (hablar con franqueza, hablar libremente) para expresarse, sobre todo cuando se piensa distinto. Algunas personas que han estado en asambleas plenarias de los obispos han quedado sorprendidos con la falta de opinión, la falta de discusión. Los obispos tienden a quedarse callados y son pocos lo que hablan y llevan la batuta. Obispos jóvenes que prometían, han ido entrando en el mismo formato. Pareciera que hay temas que no se tocan, temas sobre los cuales no se puede discutir. Al parecer, con la ilusión de que, al no hablar de ellos, probablemente desaparecerán.
En la misma línea del miedo al conflicto, da la impresión que se mal entiende la colegialidad. Pareciera que lo que prima es que no puedo meterme a fondo en la vida de otro obispo. No puedo corregirlo, no puedo cuestionar sus criterios pastorales o su visión de Iglesia. Nadie entiende cómo no hubo alguien que le dijera a Barros que no apareciera tanto con el Papa. Eso lleva a que en el mismo país existan experiencias eclesiales tan dispares como pueden ser Aysén y Los Ángeles (o Villarrica o San Bernardo).
2. Decisiones autoritarias sin consultar a la gente
En la visita del Papa a la cárcel se había programado la asistencia de 100 agentes pastorales de la pastoral carcelaria de Chile. A última hora las bajaron. Se le preguntó a la comisión qué había pasado y dijeron que fue una orden de Roma. Preguntaron en Roma y dijeron que había sido una decisión de la comisión en Chile. Es muy molesto que no se enfrente la verdad y que no se consulte a la gente afectada antes de tomar decisiones.
La gente que trabaja en las parroquias populares se sintió ignorada en la visita del papa. No fueron consultados, no fueron integrados. Salvo el gesto de la visita a la tumba de Monseñor Enrique Alvear.
Se fueron tomando un montón de decisiones que a la vista de todos eran “errores no forzados”: lejanía de los lugares de encuentro con el Papa, necesidad de tener tiques, complicadas horas de llegada, las muchas cosas que no se podían llevar. Un hermano ss.cc. de Ecuador me contó que algunos delegados de la comisión chilena se entrevistaron con la comisión que había preparado la visita en Ecuador. Me dijo que no los escucharon, que les habían advertido de algunos criterios errados, pero la comisión no les hizo caso. Y se equivocaron.
3. Se mira y se siente desde la élite
Tengo la impresión de que esa “sicología de élite” de la que habló el Papa en su carta es muy real. En el caso de la visita del Papa se pensó todo desde ahí y, por ello se dejó fuera a la Iglesia de los pobres, o no se pensó en la gente de edad que quería participar de los eventos masivos.
Desde la sicología de élite se piensa que la verdad está solo de mi lado y eso lleva a no escuchar al otro, incluso, a no interesarse por el otro. Desde la sicología de élite es difícil criticar a los que ostentan el poder social, político y económico. No solo porque puedo perder beneficios, sino porque ese poder está en manos de mis amigos de infancia, mis tíos, mis familiares, mis vecinos.
Creo ver esto, también, en las actitudes de los obispos en las zonas del conflicto mapuche, pues da la impresión de que no comprenden el trasfondo del problema. Parece que tienen una mirada más cercana al empresariado que al pueblo mapuche. La reunión que se organizó con el Papa fue un saludo a la bandera: algunos representantes del pueblo mapuche junto a empresarios de la zona. Se juega al empate, un empate que paraliza. La pastoral mapuche está devastada y el pueblo mapuche cada vez más lejos de la Iglesia. Las quemas de iglesias católicas comenzaron cuando se dio la orden de desalojar el seminario San Fidel. Las mesas de diálogo no han incluido a los verdaderos representantes del pueblo mapuche (los alcaldes mapuche se automarginaron, y pareciera que eso a nadie le importó). El signo de la Machi Linconao arrinconada, sin poder entregar su carta al Papa fue un insulto al pueblo mapuche y a tantos que adherimos a su causa. Son signos que hablan más fuerte de lo que se cree, signos que no fueron leídos adecuadamente.
Queda la sensación de que la mayoría de los obispos pertenecen a la élite, sintonizan con esa élite, y miran las cosas desde ese lugar y comparten las mismas cegueras.
4. Una conferencia episcopal que parece no entender el mundo de hoy
Una y otra vez pareciera que lo más importante es la coherencia doctrinal y no el intento por comprender las nuevas realidades del mundo. Cuando se descalifica todo lo que viene de la comunidad LGBTI como “ideología de género”, se le da una tremenda bofetada a tanta gente que de verdad sufre y que en algunos casos llegan al suicidio, porque no se sienten incluidos. Queda la sensación de una distancia sideral con toda esa realidad, con todas esas personas. Cuando Daniela, protagonista de “Una mujer fantástica” le dice a Ezzati: “Ven a hablar conmigo, ¿te atreves?” Ezzati debería haber ido a verla y, seguramente, habría salido distinto de ese encuentro. Parece que no nos atrevemos a esos encuentros con mundos que no entendemos. ¿Nos dan miedo? ¿No nos interesan? ¿No están en esos mundos los predilectos que el Señor nos encargó de modo especial?
Lo mismo parece ocurrir con los medios de comunicación. Se le sigue viendo como los causantes de todos los males. De hecho, luego después de la visita se culpaba a los editores de prensa de la mala imagen que quedó del paso del Papa por Chile. No se ha entendido que el límite entre lo privado y lo público casi ha desaparecido. Se piden acciones solo privadas para conflictos públicos. Se quiere resolver solo en privado lo que ha sido debatido públicamente.
No se logra entender la manera como el hombre y la mujer de hoy viven la sexualidad. Y nos hemos quedado en que está prohibido el condón y los métodos anticonceptivos. Eso a la gente ya le causa bastante risa, y va haciendo que nuestra opinión en esos temas simplemente sea irrelevante.
No se entiende bien el proceso emancipatorio de la mujer y no se percibe la urgencia de un rol más protagónico AHORA, también en el nivel de las decisiones. Y ahí nos quedamos pegados con que el sacerdocio es solo para los hombres y no se percibe el tremendo dinamismo que podría significar el integrar a la mujer en el nivel ministerial de la Iglesia. Un par de veces ocurrió que religiosas de Conferre que habían sido invitadas a la asamblea plenaria, cuando se dirigían a comulgar en la misma fila que los obispos, fueron sacadas (por un obispo) de esa fila u obligadas a ponerse en el último lugar (detrás de los curas). Después de eso no quisieron ir más porque se sintieron humilladas. Y peor: ¿por qué nadie las defendió? ¿Por qué nadie discrepó con ese criterio? Se reaccionó como en tantas cosas: guardando silencio…
5. Una conferencia episcopal que no fomenta el verdadero protagonismo laical
Algunas personas que forman parte de los bailes religiosos me comentaban que le habían insistido a su obispo en la necesidad de formación para sus integrantes. Y este les habría dicho: “Con que sepan rezar el padrenuestro y el avemaría ya está bien”. La formación laical no está en primer lugar y se sigue fomentando una participación devocional. A lo más aceptamos y fomentamos la participación laical, pero no el protagonismo. Da la impresión de que nos asustamos con laicos bien formados, porque pueden amenazar el poder del cura. En el fondo no logramos superar un paradigma bastante clericalista, y esto es transversal en la Iglesia.
Nos asusta un laico maduro que sea capaz de discernir, porque el discernimiento los puede llevar por otros caminos, no tan ortodoxos. Pareciera que de lo que se trata en la vida del cristiano es, simplemente, aplicar los principios generales de la moral cristiana. Pero con esta actitud no se toma en cuenta la tremenda originalidad de cada persona y de cada contexto. La única manera de vivir esos principios generales, que la iglesia tiene bien claros, es a través del discernimiento personal (y también comunitario). Por eso hay gente que piensa que la Iglesia infantiliza, que los curas los tratamos como niños. Nos asusta la posibilidad de una opinión pública en la Iglesia (ya lo planteaba Rahner en el posconcilio).
Creo que un problema de fondo en nuestra conferencia episcopal es una confrontación entre la eclesiología de Karadima y la del Vaticano II (que es la que ha marcado el pontificado de Francisco). Esa contraposición ha sido paralizante. Hay que tomar en serio ese llamado insistente de Francisco a “ser pueblo”, “hacerse pueblo”. Hoy significa acercarse físicamente al pueblo (¿vivir con ellos?), escucharlos horas y horas y horas, mirar el país desde allí, con sus ojos.
Cuando participé en la II asamblea eclesial nacional -en junio del 2013- me gustó mucho eso de sentarnos en una mesa redonda laicos, sacerdotes, diáconos y obispos. Hombres y mujeres. Y pensé: así debería ser la iglesia. Así debería ser en todas sus instancias. Asegurando un espacio en el cual nos podamos encontrar como hermanos, como iguales. Un espacio en el que podamos opinar como iguales, corregirnos como iguales, apoyarnos como iguales. Hay que terminar con esas instancias solo de curas o solo de obispos (que son normalmente donde se toman las decisiones), donde los demás están excluidos. Eso nos aleja de la realidad. Nos hace pensar que es realidad lo que no es.
¿No es pensable que todo obispo pertenezca a una comunidad cristiana (una ccb)? En la que haya curas, laicos, gente ABC1 y gente sencilla. Comunidades plurales en las que se sientan uno más. Ahí podrá sacarse sus ropajes, ponerse pantuflas, reírse, echar la talla, comentar cómo está, llorar, patalear, consolar a otros, acompañar y dejarse acompañar. Allí podría vivir esa maravillosa experiencia de ser simplemente humano.
Todavía no hay un impulso decidido en la iglesia chilena a las comunidades cristianas de base (ccbs). Hay obispos y sacerdotes que les tienen miedo porque las perciben como una manera de ser iglesia excesivamente autónoma, que se escapa del ámbito de la parroquia y, por tanto del ámbito de su control. Aquí en Diego de Almagro hemos conocido personas ancianas que han vivido por más de treinta años en ccbs, y hemos constatado cómo eso las ha hecho crecer, madurar como cristianas; hemos visto cómo les ha ayudado a asumir un compromiso eclesial y, sobre todo, cómo les ha permitido seguir siendo Iglesia en los momentos de crisis parroquial. Como decía Rahner, la iglesia del futuro tendrá que ser la iglesia de las pequeñas comunidades.
6. Una mirada a 5 años y no a 50
Se percibe una conferencia episcopal muy centrada en los problemas inmediatos y desinteresada por los problemas de la iglesia del futuro. Tenemos que ocuparnos hoy de la iglesia del futuro. Y se sigue pensando que la salvación nos vendrá de una revitalizada pastoral vocacional, por la cual volveremos a ser muchos curas. Eso ya pasó. Hay que ponerse a pensar el sacerdocio femenino, en un sacerdocio sin celibato, en el laico que -gracias a un mandato temporal del obispo- tenga la facultad de celebrar la eucaristía. En teoría decimos que la Eucaristía es la fuente y cumbre de la iglesia, pero no estamos poniendo las bases reales para que ello sea posible en el futuro (ni ahora).
7. Una iglesia que no se ha puesto en el lugar de las víctimas
Tengo la impresión de que no hemos logrado ponernos del lado de las víctimas. Ellas son más bien molestas, incómodas. Preferiríamos no verlas. No escucharlas. Son muy pocas las víctimas que han quedado satisfechas con las resoluciones que la iglesia ha tomado con sus victimarios. La pena que se le dio a un sacerdote de rezar una vez al mes en un santuario por su víctima es ofensiva. No hay proporción entre las sanciones y el daño causado (el daño tal como lo vive la víctima y no solo el daño “objetivo”).
Hay que tomar conciencia de que el ponerse del lado de las víctimas tiene unas consecuencias enormes que hay que estar dispuestos a asumir: romper lazos de amistad, división en las comunidades religiosas, estar contra nuestros hermanos a la hora del juicio, etc. La tolerancia cero es un desafío nada fácil. Pero es el desafío que esta hora nos exige.
Ha sido escandaloso cómo las víctimas de Karadima han aparecido como enemigos de la Iglesia. Da la impresión de que esperamos de ellos palabras adecuadas, políticamente correctas, respetuosas y olvidamos que hablan desde el dolor, pues, muchas veces, los abusos han quebrado sus vidas; han provocado un daño irreparable. Como decía, la gravedad del abuso tendríamos que medirla más por el dolor causado que por la acción cometida. Ahí queda más claro que es imprescriptible.
Finalmente, retomo la visita del Papa. Es paradójico que habiendo censurado la visita con el fin de evitar que el Papa conociera la verdad de lo que vivimos, igual no más quedamos en evidencia. Gracias a esta visita con sabor a fracaso es que llegó Scicluna y el Papa se dio cuenta de que estaba equivocado, y quiso recibir a las víctimas de Karadima para pedirles perdón y consejo. Y ahora estamos con todos los obispos renunciados, como un terremoto que todo destruye, pero que nos da la posibilidad de comenzar de nuevo, como dice Aparecida: “A todos en la Iglesia se nos invita a recomenzar a partir de Cristo” (núm. 12). Así de fascinante es el Espíritu cuando arremete.
A Juan Carlos Cruz, a James Hamilton, a José Murillo: gracias, gracias, gracias. Infinitas gracias por no haber desistido.
A los laicos de Osorno: gracias, gracias, gracias. Porque todas las penurias valieron la pena. Qué sencillos y qué dignos se veían entrando de nuevo en la catedral de Osorno. Cuánto frío habrán sentido esas paredes en estos años, cuánta la soledad de esas columnas en este largo invierno. Cuán sangrantes las heridas del Crucificado. Pero ustedes han sido esperanza, semillas de esa Iglesia que ya está naciendo.
ss.cc. Chile
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