Tuesday, July 10, 2007

Cuatro nuevos beatos en Compañía de Jesús
Cuatro jesuitas se cuentan entre los 188 cristianos japoneses reconocidos como mártires por El Vaticano el 1 de junio. Con ello, la Compañía de Jesús ha llevado a 200 sus miembros elevados a los altares: 50 santos canonizados y 150 beatificados.
El sacerdote Pedro Kibe Kasui s.j. (1587-1639), provenía de una familia de clase alta. A los 9 años de edad hizo su voto para ingresar a la Compañía. Muy joven, decidió acompañar a jesuitas desterrados a Macao, pero fue expulsado y emprendió una odisea increíble. Atravesó el mar de China, el Océano Indico y el Golfo Pérsico; también el desierto de Arabia hasta llegar a Jerusalén. A los 33 años llegó a Roma e inició sus estudios eclesiásticos. Viajó como misionero a la India, Filipinas, Macao y Siam, demorando 8 años en regresar a Japón. Ya en su país anunció clandestinamente el Evangelio, hasta que fue detenido y torturado. No cedió, por lo cual fue quemado vivo y decapitado.
El segundo caso es del hermano Nicolás Keian Fukunaga s.j. (1569-1633), proveniente de una familia cristiana de samurais. No pudo ser sacerdote por las dificultades de estudiar en un tiempo de persecución, pero acompañó y reemplazó a los jesuitas extranjeros en Japón, antes de ser desterrado a Macao. Regresó en secreto a su país, a predicar. Fue detenido y torturado, colgado cabeza abajo sobre un pozo. A sus vigilantes decía que no necesitaba comida ni agua, porque Santa María estaba con él.
El padre Julián Nakaura s.j. (1567-1633) llevó toda su vida consigo el recuerdo de su visita al Papa y reyes de Europa. A los 15 años había integrado la primera embajada japonesa a ese Continente, la cual fue recibida por el Papa Gregorio XIII. Creó un íntimo vínculo con el anciano pontífice. Estudió en el noviciado jesuita en Japón y predicó desobedeciendo la decisión de las autoridades de expulsar a los misioneros. Oculto, en 1621 escribió la única carta suya que se conserva, en la que expresa su decisión de llegar al martirio. Fue encarcelado, y durante diez meses resistió presiones para abandonar su religión. A los 66 años, murió en el tormento de la fosa.
El cuarto beato es el padre Diego Auki Ryosetsu (1574-1636). Tras estudiar el noviciado y teología moral, fue predicador en el Japón central. Desde Filipinas, donde fue desterrado y se hizo sacerdote, escribió a Roma pidiendo la fundación de un Seminario para japoneses. Cuando regresó a su país realizó un extenso apostolado, pero se perdió su pista hasta que un grupo de cristianos desterrados informó en Macao que había muerto en la fosa, a los 62 años. Su figura excepcional es internacionalmente reconocida en sus cartas escritas en perfecto latín.
Fuente: Mensaje

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