—¿Por qué lloras niña? —le dije un día a una chiquilla que con un enorme desconsuelo se encontraba sentada en los escalones del portal de mi casa.
—Mi madre me ha regañado porque dice que no dejo de reírme en todo el día, —me respondió mostrándome su rostro sucio con dos enormes mofletes carnosos, sostenidos por unos lindísimos labios enrojecidos por el llanto, y mirándome a la cara con dos enormes ojos de un negro intenso y mojados por dos surtidores de lágrimas que no paraban de destilar la intensa amargura de su corazón.
—¿A tu madre no le gusta que te rías? —le pregunté extrañado por la regañina que le habían echado encima de una forma tan absurda e injusta.
—Mi madre dice que durante la Cuaresma está prohibido reírse, porque los que se ríen tanto como yo no pueden ser personas importantes en la vida, y que tenemos que estar triste porque a Jesús lo mataron en la Cruz.
¡Qué poco valoramos la risa en nuestro mundo! No me extraña, de hecho, porque en el inconsciente colectivo se esconde la idea de que el que se ríe, y mucho, es alguien a quien no se le puede tomar en serio, porque sus maneras delatan un punto de frivolidad que no merece el respeto de los demás. Otros se empeñan en decirnos que durante la Cuaresma se deben asumir los sentimientos de Jesús antes de ser ajusticiado.
Ciertamente, estamos demasiado acostumbrados a ver a personas serias, vestidas de gris marengo, de negro y con alza cuellos hablando de política y del gobierno, antes que de la felicidad y de la esperanza de vivir. La Iglesia nos tiene demasiado acostumbrados a mostrar un rostro duro, mohíno, y hasta escalofriante.
Fausto Antonio Ramírez
Nacido en Málaga, es licenciado en Teología Bíblica por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Trabajó durante varios años en el sector editorial como redactor y director de la revista Imágenes de la Fe. Ha traducido varios libros del francés al español para las editoriales Bayard y Edebé. Docente de la Universidad Pontificia de Salamanca, trabajó como profesor de Teología.
Del Blog Veritas Liberabit vos
El periodista Digital
A la risa la hemos arrinconado en el desván de la farándula y de los deshechos de la sociedad. Reírse es de superficiales, o de aquellos que no buscan el éxito en la vida. La seriedad, la templanza, la contención, la sobriedad emotiva y el recato son signos utilizados por la gente “importante” que se toman demasiado en serio, a ellos mismos, y a la vida en la que procuran ocupar un puesto de mucha relevancia, o un estatus social de alto reconocimiento.
Si yo hubiera sido esa niña, también estaría llorando. Pero ella, a pesar de que todavía no era capaz de comprender las cosas de los mayores, había elegido mostrarse tal y como su corazón y sus ganas de vivir le estaban exigiendo.
La risa es salud para el alma, y algunos incluso dicen que del cuerpo. No hace mucho tiempo que me hablaron de una terapia que está teniendo mucho éxito. Se trata de la “risoterapia”. En esas sesiones se trata de reírse para volver a encontrar la paz interior, las ganas de vivir, el optimismo por la vida y una inigualable sensación de bienestar.
Habitualmente acuden pacientes sometidos a un gran estrés psicológico, y a mucha presión laboral o personal. Durante el tiempo que duran esas sesiones, utilizando la risa como mediación, se descargan las malas energías acumuladas que van paralizando y esclerotizando una visión positiva y alegre de la vida. Al final, el que más ha logrado reírse de sí mismo y con los demás, puede irse satisfecho a su casa, porque por un instante ha tocado el sentido último de su vida y de la felicidad que había perdido.
La risa es un síntoma, ni es la alegría de vivir, ni la esperanza, ni la felicidad personal, pero como todo síntoma muestra públicamente el estado de salud interior de cada persona. El que se ríe es el que no se toma demasiado en serio, porque sabe que la vida toda es mucho más seria que él mismo. El que se ríe es quien ha aprendido a relativizar las cosas, y sabe distinguir bien entre lo importante y lo esporádico del mundo.
La risa es el síntoma de que se goza de buena salud, y no le importa gritarlo a los cuatro vientos porque tiene el corazón henchido de amor por la vida, pese al dolor y al sufrimiento que nos quiere arrebatar las ganas de hacer de este mundo un lugar mucho más humanizado y hermanado.
—Niña, no llores más y ríete todo lo que quieras porque tú sabes de la vida mucho más que tu madre y que los mayores de ojos tristes y rostro melancólico, —le dije a Sofía que no dudó en besarme, y sin mediar palabra me regaló una enorme sonrisa que dibujó sobre sus labios mientras yo enjugaba sus lágrimas con mi pañuelo blanco que cogió entre sus manos y guardó con complicidad en uno de los bolsillos de su faldita estampada.
La Iglesia ya no se ríe, pero tampoco deja que los demás lo hagan. Pero, la Cuaresma es un tiempo alegre, de volver a los orígenes del amor primero que nos hizo sentir que somos hijos de Dios. El que no se ríe no sabe lo que se pierde, o quizás es que está tan perdido que por eso no ya no se ríe.
En esta Cuaresma me gustaría ver la sonrisa de la Iglesia, alegrándose por los demás, dejando al margen las condenas y el deseo de imponer a los otros lo que ni si quiera ella misma es capaz de vivir, porque ya no se lo cree. La Cuaresma es un tiempo para reírnos todos con el Dios del buen humor, que prefiere el corazón de los pecadores antes que el de los “justos” que no necesitan conversión.
Iglesia, ríete más y deja vivir en paz a tus hijos que necesitan más a Dios que a tus pastores enlutados hablando del dolor y del pecado.
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A la risa la hemos arrinconado en el desván de la farándula y de los deshechos de la sociedad. Reírse es de superficiales, o de aquellos que no buscan el éxito en la vida. La seriedad, la templanza, la contención, la sobriedad emotiva y el recato son signos utilizados por la gente “importante” que se toman demasiado en serio, a ellos mismos, y a la vida en la que procuran ocupar un puesto de mucha relevancia, o un estatus social de alto reconocimiento.
Si yo hubiera sido esa niña, también estaría llorando. Pero ella, a pesar de que todavía no era capaz de comprender las cosas de los mayores, había elegido mostrarse tal y como su corazón y sus ganas de vivir le estaban exigiendo.
La risa es salud para el alma, y algunos incluso dicen que del cuerpo. No hace mucho tiempo que me hablaron de una terapia que está teniendo mucho éxito. Se trata de la “risoterapia”. En esas sesiones se trata de reírse para volver a encontrar la paz interior, las ganas de vivir, el optimismo por la vida y una inigualable sensación de bienestar.
Habitualmente acuden pacientes sometidos a un gran estrés psicológico, y a mucha presión laboral o personal. Durante el tiempo que duran esas sesiones, utilizando la risa como mediación, se descargan las malas energías acumuladas que van paralizando y esclerotizando una visión positiva y alegre de la vida. Al final, el que más ha logrado reírse de sí mismo y con los demás, puede irse satisfecho a su casa, porque por un instante ha tocado el sentido último de su vida y de la felicidad que había perdido.
La risa es un síntoma, ni es la alegría de vivir, ni la esperanza, ni la felicidad personal, pero como todo síntoma muestra públicamente el estado de salud interior de cada persona. El que se ríe es el que no se toma demasiado en serio, porque sabe que la vida toda es mucho más seria que él mismo. El que se ríe es quien ha aprendido a relativizar las cosas, y sabe distinguir bien entre lo importante y lo esporádico del mundo.
La risa es el síntoma de que se goza de buena salud, y no le importa gritarlo a los cuatro vientos porque tiene el corazón henchido de amor por la vida, pese al dolor y al sufrimiento que nos quiere arrebatar las ganas de hacer de este mundo un lugar mucho más humanizado y hermanado.
—Niña, no llores más y ríete todo lo que quieras porque tú sabes de la vida mucho más que tu madre y que los mayores de ojos tristes y rostro melancólico, —le dije a Sofía que no dudó en besarme, y sin mediar palabra me regaló una enorme sonrisa que dibujó sobre sus labios mientras yo enjugaba sus lágrimas con mi pañuelo blanco que cogió entre sus manos y guardó con complicidad en uno de los bolsillos de su faldita estampada.
La Iglesia ya no se ríe, pero tampoco deja que los demás lo hagan. Pero, la Cuaresma es un tiempo alegre, de volver a los orígenes del amor primero que nos hizo sentir que somos hijos de Dios. El que no se ríe no sabe lo que se pierde, o quizás es que está tan perdido que por eso no ya no se ríe.
En esta Cuaresma me gustaría ver la sonrisa de la Iglesia, alegrándose por los demás, dejando al margen las condenas y el deseo de imponer a los otros lo que ni si quiera ella misma es capaz de vivir, porque ya no se lo cree. La Cuaresma es un tiempo para reírnos todos con el Dios del buen humor, que prefiere el corazón de los pecadores antes que el de los “justos” que no necesitan conversión.
Iglesia, ríete más y deja vivir en paz a tus hijos que necesitan más a Dios que a tus pastores enlutados hablando del dolor y del pecado.
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