La última frase del Evangelio de ayer Domingo (25º del tiempo ordinario) era justamente la del título de este artículo, sin interrogación. Y yo lo relacionaba con lo que está pasando, con la que está cayendo, como diría un castizo, en la economía mundial. Ya decía ayer también el profeta Isaías que los planes de Dios y sus pensamientos no son los de los hombres, a los que superan “como el cielo está más alto que la tierra”. La justicia de Dios es otra cosa, y lo de los ultimos y los primeros es verdad, sí, ¡pero en el Reino de Dios!, porque lo que en este mundo mundial y global los últimos siempre son los mismos. Los primerísimos pueden cambiar, pero si bajan un escalafón suelen quedar bien colocados.
Todo el mundo se ha hecho eco estos días del descalabro del sistema financiero, debido según un entendido en la materia, premio nobel de Economía cuyo nombre no recuerdo, a la avaricia. Así como suena, y no afirmado por un predicador, sino por un experto, ajeno, por definición, a etiquetar los fenómenos económicos y los demás según parámetros morales. No. Es que la avaricia, (”que rompe el saco”) se ha convertido en variable económica. El egoísmo individual preconizado en el siglo XIX como instrumento válido y necesario para conseguir el “mayor bien” (material) para todos, cuando exacerbado e incontrolado -avaricia- conduce al colapso de las organizaciones financieras y de préstamo.
Es lo que ha sucedido. Y en una flagrante, indecente y obscena contradicción del principio sacrosanto de no-injerencia del Estado en las decisiones de la empresa privada y en la marcha de la libre competencia, ésta ha solicitado, conseguido y aplaudido una inyección de dinero público para salvarlas de la hecatombe. Porque lo que ha hecho el tesoro norte-americano con las ayudas de cerca de quinientos mil millones de dólares (quinientos “billones”, como dicen equivocadamente los americanos) es dinero de todos los contibuyentes, también de aquellos que en su vida no se han lucrado ni con un dolar con “ingenierías financieras” ¿arriesgadas?. No tanto: si salen bien, se benefician ganando un pastón, si pierden, son ayudados por el Estado “a causa del bien común”, para evitar el colapso económico, para salvaguardar puestos de trabajo, etc. Un escándalo y una muestra del cinismo más abyecto.
A mi me parece bien que el poder público salga en ayuda de la empresa privada cuando las cosas pintan feas, si esa ayuda redunda en el bien común . Pero es de justicia que cuando las cosas van de cine el mismo Estado intervenga, por el bien común, y recorte, por sistema y por decreto, como lo ha hecho ahora, el lucro excesivo e inmoderado de las empresas. Ese equilibrio lo exige el más mínimo sentido de la justicia social y distributiva, y de la decencia.
¿No es “bien común” resolver la vergüenza insufrible del hambre en el mundo? Haría falta mucho menos dinero que el regalado a grandes empresas y bancos ineficientes. Pero los africanos, y ciertos latinoamericanos o asiáticos ¿son personas como los estadounidenses, europeos y japoneses?. En teoría, y según las solemnes declaraciones, sí. En la realidad, son “gente”, muchedumbre sin rostro, de quinta categoría.
¡Jesús!, aquí seguimos como en tu tiempo. En tu Reino los últimos serán los primeros, pero en el reino del dolar y del euro los últimos son cada vez más últimos, y los primeros cada vez más ayudados y salvaguardados en el deporte de sus pequeños-grandes riesgos. En el fondo son buena gente, y además muchos de ellos van a misa o al culto dominical.
Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
sacerdote
Del blog "El guardián del Áreópago"
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