Más que un deporte, también un espejo
Siempre me ha gustado el fútbol, no lo puedo evitar. En mi caso particular ha sido sin duda una transmisión genética por vía paterna. Y me callo, porque si añadiera que mi equipo es el humilde, moderado, contenido Real Madrid... en fin…
Os decía que me divierte y me interesan muchos aspectos del fútbol, que obviamente no coinciden con la locura millonaria de los traspasos, la arrogancia de tantos presidentes o la violencia que prende veloz en el sentimiento tribal sin apenas esfuerzo.
Yo me fijo con detalle en la actitud de vencedores y vencidos, pues tan difícil es demostrar altura en una como otra situación. Admiro la labor del árbitro cuando es capaz de repartir justicia capeando chaparrones y sin aspavientos, jugando honestamente su papel de renuncia al protagonismo.
También agradezco encontrar suplentes que aceptan su lugar en el equipo sin autoendiosamientos ridículos y directivas que agotan su contrato con el entrenador incluso en los malos años.
Aplaudo a los delanteros que ejercen su vocación teatral sólo fuera del horario laboral, a los defensas que no necesitan invocar la madre de nadie en vano y ¿por qué no? disfruto con esos partidos en que el pequeño se come inesperadamente al grande, invitándole a recorrer la dura prueba del fracaso que él tan bien conoce. Es ahí donde las entrañas de un equipo se muestran a plena luz, con sus fortalezas y miserias.
Un rápido vistazo al fútbol nos parece diseñado para ganadores, poderosos, tramposillos, adinerados y alérgicos a la cultura. Paralelamente, un rápido vistazo a la dinámica del mundo lleva a la misma conclusión.
Y sin embargo, en un partido de fútbol, como en la vida, todo (incluso lo bueno menos probable) es perfectamente posible. Arranca el Mundial de Sudáfrica, ¿lo hará también su pueblo?
Luis Carlos
pastoralsj
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