Califica al fraile de Arantzazu de “agua sucia que contamina a todos”
Munilla a sus superiores: “Debéis callar del todo a José Arregui, os exijo que lo hagáis”
(José Manuel Vidal).-Hace siete meses, José Ignacio Munilla, impuso obligatoriamente el silencio al teólogo franciscano, José Arregui, que había criticado duramente su nombramiento como obispo de San Sebastián. No contento con hacerlo silenciar, ahora, el nuevo prelado donostiarra da una paso más y exige a su provincial que lo mande a América. Y "como medida de gracia". Porque el franciscano de Arantzazu es, para el prelado vasco, "agua sucia, que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia igual que a los de dentro".
Lo cuenta en un sincero y desgarrador artículo el propio Arregui, que, como Zacarías, tras siete meses de silencio y obligado por las presiones de Munilla, pide "la palabra o una tablilla" para poder escribir lo que le está pasando, lo que piensa y lo que siente y lo que ha resuelto hacer ante las inquisitoriales exigencias del prelado.
Porque monseñor Munilla ya tomó su decisión. Una decisión que, según cuenta Arregui, se planteó en estos términos. "Hace diez días monseñor Munilla citó al superior provincial -junto con el vicario- de esta provincia franciscana a la que pertenezco, para transmitirles órdenes tajantes: ‘Debéis callar del todo a José Arregi. Yo no puedo, hasta dentro de dos años [hasta que haya tomado las riendas de la diócesis], adoptar directamente esta medida contra él. Pero ahora debéis actuar vosotros. Os exijo que lo hagáis'. Y pidió a mi provincial y vicario provincial que me destinen a América a trabajar con los pobres. Y ello -les dijo- como ‘como medida de gracia', como ‘ocasión de gracia'. Soy - les dijo también - ‘agua sucia que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia al igual que a los de dentro'".
Así habló monseñor Munilla. ¿Puede un obispo hablar así? Parece que hayamos retrocedido siglos o que el obispo de San Sebastián se haya reencarnado en Torquemada. Pero así es, a no ser que el prelado lo desmienta tajantemente.
Ante esta situación, Arregui confiesa: "Soy consciente de la gravedad de la hora y de la gravedad de mi decisión, pero me siento en el deber de decir: NO. No puedo acatar estas órdenes del obispo".
Y explica que no debe acatar la orden episcopal "en nombre de lo que más creo: en nombre de la dignidad y de la palabra, en nombre del evangelio y de la esperanza, en nombre de la Iglesia y de la humanidad que sueña. En nombre de Jesús de Nazaret, a quien amo, a quien oro, a quien quiero seguir. En nombre de Jesús, que nos enseñó a decir sí y a decir no. En nombre del Misterio de compasión y de libertad que el bendito Jesús anunció y practicó con riesgo de su vida. No callaré".
Le consta al franciscano que el gobierno de su provincia "se opone en conciencia a ejecutar las órdenes del obispo, pero doy por seguro que tarde o temprano se verán forzados a hacerlo, pues los tentáculos de la jerarquía eclesiástica son extensos y poderosos". Eso sí, quiere exculpar absolutamente a su congregación: "El gobierno de mi provincia franciscana no tendrá ninguna responsabilidad en las medidas que se vayan a tomar. El obispo y sus curias superiores serán los únicos responsables".
Las razones del obispo: "Eres un hereje"
"¿Y cuáles son las razones del obispo?", se pregunta el propio Arregui. A su juicio, fundamentalmente dos. La primera y más de fondo "es muy probable que sea aquel asunto de la carpeta, cuya existencia y cuyo nombre ("mafia") ha reconocido Monseñor Munilla ante mí mismo y ante muchos sacerdotes de la diócesis, aunque, eso sí, explicando el contenido a su manera". Antes del nombramiento de Munilla para San Sebastián, Arregui había denunciado la existencia, en el ordenador personal del entonces párroco de Zumárraga, de una carpeta con ese nombre y con una lista negra de sacerdotes y obispos.
Esa sería la auténtica razón, pero Munilla aduce otra: "El obispo me atribuye numerosos errores y herejías teológicas". Para convencerlo de su ortodoxia, Arregui mantuvo con el obispo "varias conversaciones que en realidad han sido severos interrogatorios con el Catecismo de la Iglesia Católica en la mano. No aprobé el examen, y no porque desconozca el Catecismo, sino porque no acepto que sea la única formulación válida y vinculante de la fe cristiana en nuestro tiempo", explica el fraile.
Y ante la actitud inquisitorial y vejatoria de su obispo, Arregui se lamenta: "Si la fe de la Iglesia es el Catecismo tal como Monseñor Munilla lo entiende y explica, admito sin reservas que soy hereje. Pero, ¡Dios mío!, ¿qué es una herejía? ¿Existe acaso mayor herejía que el autoritarismo, el dogmatismo y el miedo? ¿Cómo es que no hemos aprendido todavía cuántas verdades han resultado luego mentiras y cuántas herejías del pasado son ahora opinión común? ¿Por qué, si no, Juan Pablo II pidió tantas veces perdón por condenas pronunciadas en el pasado? ¿Cómo es que en este siglo XXI, en esta era de la información acelerada y globalizada, seguimos empeñados en poseer la verdad y en impedir la expresión de las opiniones, incluso de aquellas que se consideran erradas? ¿Cómo es que aún confundimos la fe con creencias y la identificamos con formulaciones, y no hemos aprendido que sólo merece fe el Indecible más allá de la palabra? ¿Cómo es que creemos tan poco en la madurez de los hombres y de las mujeres de hoy para discernir lo que han de pensar y hacer? ¿Cómo es que confiamos tan poco en el Espíritu Santo que habita en todos los corazones? ¿Y cómo es que en la Iglesia, en nombre de la verdad, se persiguen más los errores teológicos que la mentira, el orgullo, la ambición y la avaricia, por no decir la pederastia?".
Preguntas retóricas, que Munilla nunca contestó y que desasosiegan al fraile vasco. Pero, a pesar de todo, Arregui termina con una solemne confesión: "Ésta es mi Iglesia. En ella he aprendido a respirar y a vivir. En ella he descubierto que no hay fronteras entre los de dentro y los de fuera, y que todos somos buscadores, peregrinos, hermanos, y que todos nos movemos, vivimos y somos en el corazón de Dios. En ella, también entre quienes piensan de otra manera, tengo infinidad de hermanas y de hermanos, cada uno con su error y sus heridas, cada uno con su fuente de agua limpia en el fondo de su ser. También Monseñor Munilla es mi hermano, aunque los dos hayamos de soportar este conflicto".
Y concluye: "Ésta es mi Iglesia y en ella me quedaré. Pero en ella quiero ser libre y, como antiguamente Zacarías, yo también pido una tablilla. No callaré sino ante el Misterio". Como coda, el franciscano añade este bello poema del cardenal Newman:
Para orar
Guíame, dulce luz, en medio de las tinieblas que rodean,
guíame hacia adelante.
La noche es oscura y estoy lejos de mi casa.
¡Guíame hacia adelante!
Guarda mis pies.
No pido ver el horizonte lejano,
un paso me basta.
RD
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