Escrito por + Jean-Pierre Cardenal Ricard - Arzobispo de Burdeos
martes, 20 de julio de 2010
Es un honor y un motivo de gran alegría para nosotros, obispos franceses, haber sido invitados por Su Excelencia Mons. Julián BARRIO BARRIO, arzobispo de Santiago de Compostela, para rezar juntos a Dios, sobre la tumba del Apóstol Santiago.
Agradecemos al Señor Arzobispo su invitación, a los obispos españoles su presencia y al Cabildo de Santiago su acogida.
Oramos con todos los peregrinos que están aquí, en esta Catedral, y también con todos los que hemos encontrados durante el camino.
En el momento en que venimos a rogar sobre su tumba, la gracia que podemos pedir al Apóstol Santiago, es que renueve en lo más profundo de nosotros el dinamismo apostólico, la experiencia original de aquellos cuya vida ha transformado su encuentro con Cristo Jesús.
La experiencia de Santiago es ante todo la de una puesta en marcha. Con Juan, su hermano, Pedro, Andrés y los otros apóstoles, Santiago entendió esta llamada para dejarlo todo y seguir a Cristo. Dejaron su familia, su pueblo, su profesión, las orillas del lago, sus proyectos, sus sueños, para seguir a Jesucristo. Tan sólo este desgarramiento les permitió echar a andar, descubrir una nueva vida, la experiencia de una conversión personal, el descubrimiento de un rostro inédito de Dios, a través del rostro del profeta de Nazaret. La experiencia de la marcha, en el marco de una peregrinación, hace participar a quienes la viven de esta experiencia apostólica. El peregrino se marcha de su casa; no puede llevarlo todo. Cada uno tiene que hacer su propia elección. Deja su país, como Abraham; va hacia un país que Dios nos quiere dar. Se dispone a recibir lo que es nuevo, inédito, una nueva manera de ver la vida, de ver a los demás, de vernos y de ver a Dios. No hay experiencia apostólica si no somos capaces de partir, sin austeridad. No olvidemos que no se trata de una etapa inicial de la vida espiritual sino de una dimensión de la vida apostólica, que es necesario actualizar siempre y hacer cada vez más profunda.
Si los apóstoles dejan todo, no es por hastío de la vida, desprecio del mundo o de las alegrías de la existencia. Es porque han encontrado a alguien que les incita a seguirle, a marcharse con él, Jesús de Nazaret. Marcos nos dice que Jesús llamó a los Doce para que “estuviera con él”: “los hizo sus compañeros” (Mc 3, 14). En el centro de la experiencia apostólica está el descubrimiento de la amistad, de una intimidad con el Señor. El Señor es verdaderamente un compañero. En la vida de Santiago aparecen una profunda adhesión a la Palabra de Jesús y un verdadero apego a su persona. Cuando reza con los Salmos dice: “Señor, que permanezca unido a ti; Señor, haz que aumente mi amor hacia ti”. El apóstol sigue a Jesús, se siente llamado a salir al encuentro del Padre, a descubrir en el rostro del Hijo la revelación del rostro del Padre. Santiago descubre que no sólo ha caminado con Cristo pero que Él, Cristo, es el camino por excelencia, el Camino, la Verdad y la Vida. Pidamos a Santiago que permanezcamos, nosotros también, unidos siempre al Señor, que sintamos su ternura y que descubramos la fuerza siempre nueva de su fidelidad. Que el Señor nos lleve a decir como el Apóstol Pablo: “Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe” (2 Tim 1, 12).
Esta marcha con Cristo es vivida por los apóstoles como un verdadero camino de conversión. Se dejan iluminar, poco a poco, por la Palabra de Jesús, se sienten transformados por su Espíritu. Santiago, que ha pedido junto a su hermano Juan que baje fuego del cielo sobre una aldea de Samaria por no haber querido recibir al grupo apostólico, comprende que la violencia presente en su corazón, como en el de su hermano (Jesús les ha llamado “Boanerges”, hijos del trueno), esta llamada a convertirse en la violencia del amor, en la energía de los pacíficos: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán hijos de Dios” (Mt 5, 9). Santiago y Juan, que deseaban obtener los mejor puestos en el Reino, descubrieron que seguir a Jesús exige una abnegación, una renuncia de sí mismo. No ha venido Jesús “para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45). Santiago, gracias a la luz de la resurrección, comprenderá el dinamismo del misterio pascual de su Señor. La verdadera fecundidad evangélica se encuentra en la vida dada y entregada, en el amor que llega hasta el extremo de la donación: “En verdad, en verdad os digo, si el grano de trino no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga y donde yo esté, allí estará también mi servidor” (Jn 12, 24-26). Que el Señor nos conceda entrar en este dinamismo apostólico de conversión y de servicio. Por la potencia de su Espíritu que convierta todo lo que queda en nosotros de resistencia a su voluntad, de resistencia al espíritu del Evangelio y a la verdadera donación de nosotros mismos.
Si Santiago es un discípulo, llamado por el Señor, es también un enviado, un apóstol. Es enviado a proclamar la venida del Reino de Dios. Anuncia el poder de salvación que Dios regala a los hombres en la Resurrección de Cristo. Santiago en esto emprendió el camino del mundo. La Tradición dice que trajo el Evangelio sobre esta tierra de España, extremidad del mundo conocido de entonces. Santiago no tiene miedo de arriesgar su palabra aunque contradiga el espíritu del mundo. Como dice Pablo, en la primera carta a los Corintios, que hemos oído en la primera lectura: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los elegidos, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (1, 23 25). Santiago dará su vida por Cristo. Será el primer apóstol que muere, decapitado por orden del rey Herodes Agripa. Que el Señor, por la intercesión de Santiago, nos conceda la audacia del testimonio. Que conceda a nuestra Iglesia esta pasión por abrir caminos nuevos al Evangelio. En un mundo marcado por la desilusión, el cinismo, la búsqueda del beneficio a cualquier precio y por el repliegue individualista sobre los propios intereses, no tengamos miedo de mostrar que sólo el amor es digno de fe, que sólo el amor, tal como es revelado por Jesucristo, salva el mundo. Que sólo este amor cura el corazón del hombre. No tengamos miedo de enfrentarnos con las bromas, el escarnio o la oposición frontal al mensaje evangélico. Que nuestra oración sobre la tumba del Apóstol Santiago renueve en nosotros el ánimo y el ardor de los primeros apóstoles!
En Santiago de Compostela termina nuestra peregrinación física pero no nuestra peregrinación espiritual. Continuemos siendo buscadores de Dios, “andarines de Dios”. Nos afirma San Agustín: “Nos has creado para ti, Señor, y nuestro corazón está sin descanso hasta que descanse en ti”. Prosigamos nuestros camino! “Ultreia”, seguros que seremos de siempre alcanzados por aquél que nos busca, Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
+ Jean-Pierre Cardenal Ricard - Arzobispo de Burdeos
Obispo de Bazas
Oramos con todos los peregrinos que están aquí, en esta Catedral, y también con todos los que hemos encontrados durante el camino.
En el momento en que venimos a rogar sobre su tumba, la gracia que podemos pedir al Apóstol Santiago, es que renueve en lo más profundo de nosotros el dinamismo apostólico, la experiencia original de aquellos cuya vida ha transformado su encuentro con Cristo Jesús.
La experiencia de Santiago es ante todo la de una puesta en marcha. Con Juan, su hermano, Pedro, Andrés y los otros apóstoles, Santiago entendió esta llamada para dejarlo todo y seguir a Cristo. Dejaron su familia, su pueblo, su profesión, las orillas del lago, sus proyectos, sus sueños, para seguir a Jesucristo. Tan sólo este desgarramiento les permitió echar a andar, descubrir una nueva vida, la experiencia de una conversión personal, el descubrimiento de un rostro inédito de Dios, a través del rostro del profeta de Nazaret. La experiencia de la marcha, en el marco de una peregrinación, hace participar a quienes la viven de esta experiencia apostólica. El peregrino se marcha de su casa; no puede llevarlo todo. Cada uno tiene que hacer su propia elección. Deja su país, como Abraham; va hacia un país que Dios nos quiere dar. Se dispone a recibir lo que es nuevo, inédito, una nueva manera de ver la vida, de ver a los demás, de vernos y de ver a Dios. No hay experiencia apostólica si no somos capaces de partir, sin austeridad. No olvidemos que no se trata de una etapa inicial de la vida espiritual sino de una dimensión de la vida apostólica, que es necesario actualizar siempre y hacer cada vez más profunda.
Si los apóstoles dejan todo, no es por hastío de la vida, desprecio del mundo o de las alegrías de la existencia. Es porque han encontrado a alguien que les incita a seguirle, a marcharse con él, Jesús de Nazaret. Marcos nos dice que Jesús llamó a los Doce para que “estuviera con él”: “los hizo sus compañeros” (Mc 3, 14). En el centro de la experiencia apostólica está el descubrimiento de la amistad, de una intimidad con el Señor. El Señor es verdaderamente un compañero. En la vida de Santiago aparecen una profunda adhesión a la Palabra de Jesús y un verdadero apego a su persona. Cuando reza con los Salmos dice: “Señor, que permanezca unido a ti; Señor, haz que aumente mi amor hacia ti”. El apóstol sigue a Jesús, se siente llamado a salir al encuentro del Padre, a descubrir en el rostro del Hijo la revelación del rostro del Padre. Santiago descubre que no sólo ha caminado con Cristo pero que Él, Cristo, es el camino por excelencia, el Camino, la Verdad y la Vida. Pidamos a Santiago que permanezcamos, nosotros también, unidos siempre al Señor, que sintamos su ternura y que descubramos la fuerza siempre nueva de su fidelidad. Que el Señor nos lleve a decir como el Apóstol Pablo: “Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe” (2 Tim 1, 12).
Esta marcha con Cristo es vivida por los apóstoles como un verdadero camino de conversión. Se dejan iluminar, poco a poco, por la Palabra de Jesús, se sienten transformados por su Espíritu. Santiago, que ha pedido junto a su hermano Juan que baje fuego del cielo sobre una aldea de Samaria por no haber querido recibir al grupo apostólico, comprende que la violencia presente en su corazón, como en el de su hermano (Jesús les ha llamado “Boanerges”, hijos del trueno), esta llamada a convertirse en la violencia del amor, en la energía de los pacíficos: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán hijos de Dios” (Mt 5, 9). Santiago y Juan, que deseaban obtener los mejor puestos en el Reino, descubrieron que seguir a Jesús exige una abnegación, una renuncia de sí mismo. No ha venido Jesús “para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45). Santiago, gracias a la luz de la resurrección, comprenderá el dinamismo del misterio pascual de su Señor. La verdadera fecundidad evangélica se encuentra en la vida dada y entregada, en el amor que llega hasta el extremo de la donación: “En verdad, en verdad os digo, si el grano de trino no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga y donde yo esté, allí estará también mi servidor” (Jn 12, 24-26). Que el Señor nos conceda entrar en este dinamismo apostólico de conversión y de servicio. Por la potencia de su Espíritu que convierta todo lo que queda en nosotros de resistencia a su voluntad, de resistencia al espíritu del Evangelio y a la verdadera donación de nosotros mismos.
Si Santiago es un discípulo, llamado por el Señor, es también un enviado, un apóstol. Es enviado a proclamar la venida del Reino de Dios. Anuncia el poder de salvación que Dios regala a los hombres en la Resurrección de Cristo. Santiago en esto emprendió el camino del mundo. La Tradición dice que trajo el Evangelio sobre esta tierra de España, extremidad del mundo conocido de entonces. Santiago no tiene miedo de arriesgar su palabra aunque contradiga el espíritu del mundo. Como dice Pablo, en la primera carta a los Corintios, que hemos oído en la primera lectura: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los elegidos, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (1, 23 25). Santiago dará su vida por Cristo. Será el primer apóstol que muere, decapitado por orden del rey Herodes Agripa. Que el Señor, por la intercesión de Santiago, nos conceda la audacia del testimonio. Que conceda a nuestra Iglesia esta pasión por abrir caminos nuevos al Evangelio. En un mundo marcado por la desilusión, el cinismo, la búsqueda del beneficio a cualquier precio y por el repliegue individualista sobre los propios intereses, no tengamos miedo de mostrar que sólo el amor es digno de fe, que sólo el amor, tal como es revelado por Jesucristo, salva el mundo. Que sólo este amor cura el corazón del hombre. No tengamos miedo de enfrentarnos con las bromas, el escarnio o la oposición frontal al mensaje evangélico. Que nuestra oración sobre la tumba del Apóstol Santiago renueve en nosotros el ánimo y el ardor de los primeros apóstoles!
En Santiago de Compostela termina nuestra peregrinación física pero no nuestra peregrinación espiritual. Continuemos siendo buscadores de Dios, “andarines de Dios”. Nos afirma San Agustín: “Nos has creado para ti, Señor, y nuestro corazón está sin descanso hasta que descanse en ti”. Prosigamos nuestros camino! “Ultreia”, seguros que seremos de siempre alcanzados por aquél que nos busca, Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
+ Jean-Pierre Cardenal Ricard - Arzobispo de Burdeos
Obispo de Bazas
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