Y vuelta con la burra al trigo. Hay quien sigue empeñado en achacar al Concilio Vaticano II todos los males que afligen a la Iglesia en este tiempo. No dudan en hablar de errores de un Concilio Ecuménico en el que la Iglesia ha escuchado el viento del Espíritu intentando ser dócil a sus inspiraciones para continuar, en nombre de Jesús, con su misión en el mundo. Poner en causa el Concilio es poner en causa la Iglesia.
Y el colmo del despropósito es pretender que Benedicto XVI se desdiga de estos supuestos errores de un Concilio en el que Joseph Ratzinger participó como perito conciliar y en el que su teología, al servicio de la misma Iglesia, ha respirado en estos casi cincuenta años. Pura estulticia.
Puede que no todos los procesos post-conciliares hayan sido acertados. Se necesita tiempo y perspectivas para la recepción de un Concilio. Pero de ahí a cuestionar y oscurecer un acontecimiento de tal calibre y de tan decisiva importancia para la Iglesia de hoy va un buen trecho. Por otra parte, todos sabemos de los abundantes frutos que ha producido en la Iglesia este acontecimiento del Espíritu. No querer verlos es sólo expresión de una miopía ideológica.
Le oí hace tiempo a un teólogo explicando el proceso conciliar que la diferencia entre un médico que utiliza el bisturí en una operación y el asesino que usa el cuchillo para matar a su víctima es muy sutil. Ambos desgarran e hieren Pero la diferencia está en la intención. El primero quiere salvar, el segundo apuesta por la iniquidad y la muerte.
De igual modo, la diferencia entre quien analiza una situación desde una perspectiva crítica y quien lo hace desde un ángulo ideológico está en la voluntad manipuladora. Querer someter al Concilio Vaticano II a los postulados de quienes, enquistados en sus prejuicios, nunca aceptaron el Concilio es un despropósito. Pretender que sea la lógica reacción después de achacarle todos los males eclesiales de nuestros días es, simplemente, torticero.
Atribuir a Benedicto XVI la voluntad de acabar con los “errores” del Concilio es un “error” de estrategia de quienes enarbolan la bandera de un conservadurismo con el que el Papa no comulgaría porque son, ni más ni menos, piedras de molino.
José Miguel Núñez
Desde el corazón de la ciudad
Rd
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