El general de los jesuitas iba a ser el depositario del frustrado pacto negociado en Loyola durante la tregua de ETA de 2006
Lo revela Imanol Murua en "El triángulo de Loyola"
Para los cocineros, las monjas del comedor o los clientes de la hospedería, el grupo que comía detrás de una mampara era de «profesores de la Universidad de Deusto». Sólo dos religiosas de intendencia, dos jesuitas, el obispo Uriarte y el Papa Negro -el superior general de la Compañía de Jesús-, sabían de aquellos encuentros secretos. Pero los reunidos en el Centro Arrupe, en la hospedería aneja al Santuario de Loyola, corazón del País Vasco, no eran docentes universitarios, sino siete negociadores de un documento, finalmente frustrado, que diese salida política a la tregua de ETA de 2006, el denominado «proceso», según la terminología de Zapatero. Lo cuenta Javier Morán en La Nueva España.
El libro «El triángulo de Loyola», del periodista Imanol Murua Uría (Zarautz, 1966), acaba de ser traducido al castellano y contiene los pormenores de «los doce encuentros en el otoño de 2006 que reunieron a siete negociadores: Urkullu e Imaz, del PNV; Eguiguren y Ares, del PSE-EE; y Otegui y Echeverria (más Dañobeitia o Santisteban), por parte de Batasuna». Murua ha compuesto su relato a partir de «conversaciones con Eguiguren, Urkullu y Otegui», los cuales «me ofrecieron datos bastante complementarios».
Las negociaciones arrancaron el 20 de septiembre y sucumbieron el 15 de noviembre. En torno a la penúltima, la del ocho de noviembre, hubo un nerviosismo especial: los negociadores estaban casi seguros de haber alcanzado un texto final, y por ello «avisaron a los jesuitas de que ese día esperaban cerrar el acuerdo», relata Murua. El aviso no fue una mera formalidad, ya que «la idea era que el depositario del acuerdo sería el jefe general de los jesuitas, el Papa Negro, en el Vaticano». Ese ocho de noviembre «había más jesuitas de lo normal esperando a que llegase el acuerdo, para hablar entonces de cómo se trasladaría el documento al Vaticano», al superior general, Peter-Hans Kolvenbach.
Además de acudir a dicha consignación jesuítica, las reuniones se habían estado celebrando en Loyola porque «necesitaban el paraguas de alguna organización que les diese cobijo sin que tuviesen peligro de que la discreción se rompiese». Los reunidos comentaron que «la Iglesia siempre ha sido una buena amiga y ya habíamos utilizado sus instalaciones para este tipo de contactos».
El inmediato contexto de las conversaciones de Loyola consistía en que «la tregua de ETA estaba en vigor desde el 22 de marzo de ese año, pero había dificultades en el carril de arriba». Dicho «carril de arriba» era la denominación de las negociaciones entre ETA y el Gobierno. Su bloqueo inmediato había dado paso entonces al intento de «un preacuerdo político» entre las tres formaciones vascas. Lo que se estaba elaborando en Loyola, al lado de un centro donde se impartían los ejercicios espirituales de san Ignacio, era «un documento consensuado de principios políticos, más una metodología y un calendario», explica Murua.
A los 40 días del inicio de las citas, "el 31 de octubre, llegaron a un borrador de acuerdo y quedaron en ratificarlo a la semana siguiente". Había cierto optimismo acerca de lo logrado, que tenía que ser ratificado por las organizaciones de las que procedían los negociadores. Sin embargo, al llegar la reunión que había creado tantas expectativas, «Batasuna propuso unos cambios sustanciales, importantes, que no eran simples matices terminológicos».
En este punto, Murua considera que «nadie me ha confirmado que fuera ETA la que impuso esos cambios, ya que la izquierda aberzale no es solo Batasuna y ETA, sino un movimiento más amplio, en el que hay más organizaciones y es muy difícil saber cuáles son los órganos o los métodos de decisión». No obstante, el hecho de que Otegi y Echeverria «estuvieran conformes el 31 de octubre, pero variaran de criterio a la semana siguiente, me ha llevado a la conclusión personal de influencias externas, pero tampoco puedo llegar a afirmar que fue ETA», detalla Murua, periodista del diario «Berria», el único editado íntegramente en euskera y creado después de que la Audiencia ordenara el cierre judicial del rotativo «Egunkaria», en 2003.
Así pues, a los ocho días, Batasuna planteó cambios «y el PSE respondió con una contrapropuesta; a partir de ahí fue imposible recuperar el consenso, que se rompió el 15 de noviembre». Antes de la ruptura, «los tres partidos habían acordado que se crease un órgano común institucional para Navarra y País Vasco, con competencias ejecutivas y de propuesta legislativa».
En la reunión del ocho de noviembre, la que se esperaba como colofón, «Batasuna no propone quitar nada, sino añadir que ese órgano común institucional elaborará en el plazo de dos años un estatuto de autonomía para los cuatro territorios vascos, y que luego tendría que ser ratificado con referéndum en las dos comunidades autónomas», explica Murua. A ello responde el PSOE con que «le parecía inaceptable y fue ahí donde empezó a resquebrajarse el acuerdo sin remedio».
Pero existía otro «quid de la cuestión» en el punto segundo de las bases políticas acordadas. «En él se decía que se iba a respetar lo que decidiese la sociedad vasca respecto a su futuro político, y que todas los proyectos políticos, además de poder defenderse, debían de poder materializarse en caso de que tuviesen el apoyo de la mayoría de la sociedad».
El PSE había aceptado dichas bases, «pero en el momento en que Batasuna propuso el estatuto común de autonomía en el plazo de dos años es cuando el PSOE no lo aceptó», subraya Imanol Murua.
El PSE, que negociaba con el visto bueno de Madrid, había «retransmitido la negociación de Loyola» en todo momento, probablemente al PSOE federal y al ministerio del Interior. «Una de las imágenes que se repetía en los recesos era la de Rodolfo Ares hablando por teléfono móvil», detalla Murua, quien agrega que «se supone que hablaba con Rubalcaba, aunque Eguiguren nunca me confirmó si hablaba directamente con el ministro o con algún interlocutor».
El día ocho de noviembre de 2006 «los jesuitas pusieron un poco de champán a refrescar, para que al salir los políticos de la reunión tomasen unas copas». Pese a que el acuerdo se había encomendado a tres señeros miembros de la Compañía de Jesús: Ignacio de Loyola, por el lugar de celebración; Pedro Arrupe, por el nombre de la hospedería; y Peter-Hans Kolvenbach, como posible depositario del pacto, ese día fue imposible el brindis con el cava de los jesuitas. Semanas después, la bomba de ETA en la Terminal 4 de Barajas, hirió de muerte el denominado «proceso».
RD
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