Si se considera que no es fácil en la actualidad convocar gente en las calles, puede concluirse que la manifestación de anoche contra el matrimonio gay frente al Congreso tuvo una importante concurrencia. Si se piensa en la cantidad de personas que se declaran católicos y evangélicos, la ponderación es menos halagüeña. La euforia que exhibían anoche los organizadores deberá dar paso al análisis sereno.
Es cierto que el intenso frío no ayudó a los organizadores. También es verdad que se percibía mucho Barrio Norte y Palermo y poca presencia de los sectores populares. Y que debe tomarse en cuenta que la bronca hacia el matrimonio presidencial hizo su aporte. En cualquier caso, la concurrencia a la convocatoria no acabará con el debate dentro de la Iglesia sobre la estrategia que se decidió seguir de jugar a fondo.
El cardenal Jorge Bergoglio quería que el Episcopado acompañara discretamente la oposición al proyecto que los laicos, es justo decirlo, asumieron con decisión desde las bases. Proponía, además, apoyar la unión civil en base al principio moral del “mal menor” si la posibilidad de que se sancionara el matrimonio gay fuera alta. Era, además, una forma de evitar quedar atrapados en el juego que proponía Kirchner: su clásica apuesta al todo o nada.
Pero a la hora de la votación de los cien obispos, realizada en el plenario de mayo, ganó la posición del arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, de fuerte involucramiento de los obispos y de rechazo a la alternativa de la unión civil. Disciplinados, todos los obispos acataron la decisión. Bergoglio, incluso, sobreactuó su papel en un mensaje a los monasterios porteños con términos inusuales para él. De todas maneras, lo que ahora interesa a la Iglesia es cómo votarán hoy los senadores. Porque la apuesta fue a todo o nada.
El Clarín, Argentina
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