Por Javier Leoz
Lo dice un viejo proverbio “Que la espesura del bosque no te impida ver y buscar el horizonte”. Algo así le ocurría a Zaqueo (pequeño de estatura pero con ansias de ver al Señor) y, algo parecido, nos puede suceder a nosotros; nos sentimos grandes pero, el monumental lío junto al espectáculo que se levanta delante de nuestros ojos, nos impiden ver y sentir la presencia de un Jesús que, una y otra vez, nos dice: “hoy quiero hospedarme en tu casa”.
1.- Hay muchos árboles a los que podemos encaramarnos para ver más allá de nosotros mismos. Los cristianos, desde aquel primer Jueves Santo, tenemos el árbol de la Eucaristía. En ella, con un valor infinito, nos encontramos cara a cara con la Palabra de Dios y, por si fuera poco, con el mismísimo Cuerpo y Sangre de Jesucristo. ¿Qué nuestros sentidos no lo perciben? ¿Qué nuestra vista no lo ve del todo claro? ¿Qué nuestro foro interno no se siente transformado cuando escuchamos el mensaje, siempre profundo e interpelante de la Palabra del Señor?
Tenemos que despertar el interés por las cosas de Dios. Zaqueo, en su pequeñez y en su debilidad, le acompañó una gran virtud: ¡fue un curioso! No se echó atrás ante las dificultades. Tal vez incluso, alguno, le diría al oído que aquel nazareno era un impostor, que no merecía pena subirse a un árbol desde el cual, además, podía caerse. Pero, Zaqueo, no se lo pensó dos veces: ¡subió y vio al Señor! Y, el Señor, que valora y sale al encuentro del que lo busca…hizo con Zaqueo dos milagros: que no se conformara con estar en un simple árbol y que, además, su casa se convirtiera en anfitriona de Jesús. ¿Pudo esperar más en tan poco espacio y tiempo Zaqueo? Su pecado, la distancia que le separaba de Jesús, pronto fue historia pasada.
2.- Uno de los males que aquejan a nuestra comunidad eclesial es precisamente nuestra corta estatura. Nos conformamos con los mínimos. Nos cuesta realizar un esfuerzo extraordinario para que, nosotros y otros, vean y descubran el rostro del Dios vivo en Jesús. Recientemente, con motivo del Domund, reflexionábamos sobre un slogan que viene en este día como anillo al dedo “queremos ver a Jesús”. A Zaqueo no se lo pusieron fácil; entre la gente (mayor que él) y su pequeñez (pero con anhelos de ver algo grande) todo era una carrera de obstáculos para hacerse el encontradizo con Jesús.
3.- Ese Zaqueo, rodeado de dificultades y de muros, somos nosotros. Unos son construidos por una sociedad que quiere prescindir de Dios (y que desea que también nosotros lo hagamos) y, otros muros, levantados por nosotros mismos (fragilidades, contrariedades, afán de riqueza, conformismo, etc.).
Tenemos que reconocer que, no siempre, damos la talla para estar a la altura de Jesús o, por lo menos, por intentar tocar la orla de su manto, o para escuchar con todas las consecuencias su mensaje de salvación o, simplemente, para que –durante un tiempo- se quede por la oración y la meditación en la casa de nuestro corazón.
4.- ¿Lo intentamos? ¿Qué nos aparta del amor de Dios? ¿Qué personas e ideas se convierten en diques que nos impiden vivir y fiarnos de verdad del Señor? ¿En qué aspectos tenemos que crecer o cultivar para sentir que Jesús pasa al lado de nosotros?
Malo será que, el Señor, en vez de decirnos “bajad de ese árbol” al ver nuestra situación personal, nuestro mundo idílico, nuestros sueños y fantasías….más bien nos sugiera: “bajad de la higuera que estoy yo aquí vosotros” ¿O no?
5.- COMO ZAQUEO, SEÑOR
Quiero ser pequeño, para luego,
ver y comprobar que Tú eres lo más grande
Quiero sentir mi pecado y mi debilidad
para, luego, gustar que Tú eres la santidad y la gracia,
la vida y la verdad, altura de miras hontanar de bondad.
COMO ZAQUEO, SEÑOR
Quiero ascender al árbol de la oración
y, agarrado a sus ramas, saber que tú en ella
me tiendes la mano y me acompañas
me proteges y, al oído, siempre me hablas
me auxilias, y en mis caminos,
me alumbras con la luz de tu Verdad.
COMO ZAQUEO, SEÑOR
A veces me siento pecador y egoísta
usurero y con afán de riquezas.
Por eso, Señor, como Zaqueo
quiero ser grande en aquello que son pequeño
y, diminuto, en aquello que soy gigante.
¿ME AYUDARÁS, SEÑOR?
No pases de largo, Jesús mío.
Que son muchos los tropiezos
los que de de saltar para llegarme hasta tu encuentro
Que son incontables los intereses y, a veces las personas,
que me impiden darme el abrazo contigo
COMO ZAQUEO, SEÑOR
En la noche oscura de mi alma
haz que nunca me falte un árbol donde remontarme
Una rama donde agarrarme
Un tronco donde apoyarme para que, cuando pases,
aunque, por mi cobardía, no te diga nada
Tú, Señor, me digas…. ¡en tu casa quiero yo hospedarme!
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