Sunday, October 31, 2010

Karadima y la élite


Carlos Peña
El caso Karadima -el cardenal Errázuriz lamentó, en declaraciones al New York Times, no haber creído las acusaciones- tiene todo lo que legitima la vocación periodística: en una institución que educa niños y recibe subsidios, se descubren abusos y se constata la incapacidad de la jerarquía para evitarlos.
El interés público del asunto salta a la vista.
Se agrega una historia aliñada de sotanas, lenidades, sobornos a testigos, sexo y dinero.
Un sacerdote que formó a generaciones -incluidos algunos obispos como Andrés Arteaga- es acusado de emplear el aura de la fe para cometer abusos sexuales y formar, con audacia de emprendedor y ocupando las erogaciones de los fieles, un importante patrimonio inmobiliario en los alrededores de la parroquia que tenía a su cargo.
En otras palabras, Karadima -si le creemos a Ciper, una entidad dedicada a los temas que los medios masivos no tienen ganas de examinar- no sólo está acusado de abusos sexuales: también es sospechoso de manejar limosnas en beneficio propio. La Unión Sacerdotal -hasta ayer dirigida por el obispo Arteaga y de la que Karadima tenía el control- adquirió valiosas propiedades, algunas habitadas por familiares del sacerdote acusado.
El caso es una noticia de manual: una manzana de apariencia tersa en la que, de pronto, aparece un gusano.
En cualquier parte, los medios de prensa pelearían por investigar hasta sus últimos intersticios. Entrevistarían una y otra vez a los testigos, seguirían el rastro de influencia de los involucrados, describirían el manejo de los dineros, indagarían en el comportamiento de la jerarquía.
Sin embargo, nada, o muy poco, de esa actitud se observa en la prensa chilena.
¿Por qué lo que interesaría a cualquier periodista -el New York Times se ha ocupado del caso con detalles en al menos dos ocasiones- deja fríos, o apenas tibios a los medios chilenos, y los lleva a tratar el asunto con pinzas y empleando el lenguaje formulario de un parte policial? ¿Por qué un asunto de obvio interés público -la Iglesia maneja parte importante del sector educativo y aspira a conducir la moral pública- es tratado por la prensa con tan rara circunspección?
La respuesta se encuentra en los detalles sociales y políticos.
Karadima, en los ochenta, fue el guía espiritual de casi una generación entera de la élite conservadora que hoy se entroniza en la pirámide social: la misma que suele atribuirse el monopolio de la dignidad y de la virtud.
En esos años, cuando la Iglesia Católica leía y releía la parábola del buen samaritano y reclamaba sin cesar por las torturas y las desapariciones, parte de la burguesía santiaguina se dejaba guiar por un sacerdote carismático y entusiasta -Karadima- que prefería los vapores de la fe abstracta y ritual a las exigencias que planteaba la pregunta del Antiguo Testamento: ¿dónde está tu hermano? La parroquia de El Bosque se convirtió así en el lugar de encuentro de una catolicidad conservadora, ritual e intimista, a quien la dictadura no incomodaba, y cuyos fieles poseían redes sociales y poder.
Esas mismas redes e influencia casi atmosférica son, con toda seguridad, las que, de manera soterrada y tácita, han logrado que, hasta ahora, los medios masivos (que en asuntos menos importantes muestran la agilidad de un lince) traten el asunto aguantando la respiración, con el cuidado de quien camina pisando huevos.
No hay otra explicación -más que la endogamia y la falta de diversidad de la élite chilena- para que la prensa masiva vaya a paso de tortuga en este caso y obligue al público a enterarse de los pormenores por los cables o las transcripciones, cuando las hay, del New York Times.
Como van las cosas habrá que esperar la próxima crónica del diario norteamericano para saber qué piensa el cardenal Errázuriz de su increíble lenidad en este caso, con qué dinero se adquirió el patrimonio inmobiliario de la Unión Sacerdotal erigida en torno a la parroquia de El Bosque, qué papel tuvo el obispo Arteaga en esas adquisiciones, cómo la Iglesia resarce a las víctimas y, sobre todo, qué ha dispuesto para evitar que las creencias sinceras y la fe de tanta gente sean, de nuevo, defraudadas.

El Mercurio

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