Soy un joven católico y periodista, una mezcla que me impide no opinar sobre la renuncia de Benedicto XVI como papa. ¡Menudo jaleo! El día del anuncio, la redacción entera andaba revolucionada y se oían toda suerte de teorías sobre las razones que le habrían llevado a dejar la silla de San Pedro. La mayoría de mis compañeros recalcaban que, tal y como él mismo aseguró, no tenía “fuerzas” para seguir al frente de la Iglesia y que su “vigor” mental y físico había disminuido. Los menos, dibujaban intrincadas tramas vaticanas al más puro estilo Dan Brown para acabar con el pontífice.
Sin embargo, unos y otros obviaban que, más allá de cualquier motivo, el papa reconocía haber examinado “repetidamente” su conciencia ante Dios. Joseph Ratzinger se puso a la absoluta disposición del Padre y, junto a Él, entendió que debía ceder el testigo. En su decisión no hay, por tanto, contradicción con el final del pontificado de Juan Pablo II, que murió con el anillo del pescador puesto. Ambos hicieron lo que Dios quería para ellos y eso es, estimados cardenales, lo que desearía que hiciesen ustedes en el próximo Cónclave.
Seguro que por ahí andará revoloteando el Espíritu Santo, así que confíen y elijan al hombre que de verdad sienten que ha de tomar las riendas.
Yo, como humilde joven católico y periodista, confío en que encontrarán al pastor que la Iglesia necesita. Igual que han hecho hasta ahora. Benedicto XVI es la prueba de ello, ya que fue capaz de aguantar junto a los jóvenes que estábamos en Cuatro Vientos y, en definitiva, fue capaz de capear el temporal.
Perdonen mi atrevimiento. Gracias por adelantado.
Un cordial saludo.
Rodrigo Pinedo Texidor
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