Tenemos a la prensa estos días en plenos ecos de los atentados de Boston. Ahora toda la carga está puesta en lo que se pudo hacer y no se hizo, o en la forma en que actuaron, o no, las fuerzas de seguridad. No tengo duda que esta mezcla terrible de evento dramático + opinión pública + interés político dará su fruto. Y la consecuencia será para todos. Como si no fuera poco el scanner del aeropuerto, ya estoy imaginando las colas cada vez que tengamos un acto donde atienda público en masa. La solución, como siempre, será aumentar la seguridad, reforzar los controles, delimitar los accesos, levantar las vallas... restringir los derechos.
Me encantaría leer más discursos que analicen qué es lo que tiene esta sociedad que genera lobos solitarios capaces de llegar a estos deplorables extremos. Quisiera leer más artículos que profundicen sobre el origen del odio y el peligro de la ausencia de canales para formular, interpretar e integrar estos sentimientos. La gozaría leyendo editoriales sobre cuánto más eficaz sería implementar medidas para asegurar una sociedad justa e inclusiva.
Debo de ser un ingenuo, pero a veces pienso qué distinto sería todo si en vez de discutir sobre el derecho a defenderme, se debatiera sobre el deber de la hospitalidad. ¿Imaginan cómo cambiarían las cosas si lo ordinario fuera estar atentos a las necesidades del que vive en mi entorno y asegurar que no existen desniveles, distancias y aislamientos perniciosos?
Si, ya sé que quizá esto es una utopía... pero pensar que aumentando las medidas restrictivas se pueden abortar todos los atentados en la sociedad en que vivimos, ¿no es acaso también un sueño imposible? Y éste, además, muy peligroso.
Al final, lo de poner la otra mejilla, lejos de tontería, va a ser de inteligentes.
FR. Dan
pastoralsj
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