Monday, April 29, 2013

En busca de la identidad perdida. Radiografía de una Vida Religiosa mística y profética para hoy por JOSÉ Mª GUERRERO, SJ



¿Qué duele? ¿Qué preocupa? Ni nostálgicos ni aventureros


JOSÉ Mª GUERRERO, SJ | Las palabras de Juan Pablo II en Vita Consecrata (VC) suenan a elogio y a desafío. La historia de la Vida Religiosa está llena de páginas heroicas que escribieron nuestros antepasados. No podemos ser “hijos pigmeos de padres gigantes”, decía un joven religioso interpelado por la película La Misión. Pero esta audacia e intrepidez no se agotó.

A lo largo del tiempo, muchos hombres y mujeres de a pie se sintieron apenados al descubrir que sus institutos y comunidades se habían oscurecido y que eran incapaces de transmitir y contagiar los valores del Reino, esos que ellos simbolizaban en lenguaje inteligible y vivenciable. La iniciativa no era de ellos, que se sentían hombres y mujeres débiles, sino del Espíritu que los arrastraba, en fidelidad creativa a sus fundadores y fundadoras y a su tiempo, a re-crear respuestas nuevas a desafíos nuevos.
Piensan algunos y algunas que hoy la Vida Religiosa tiene mucho más de museo que de tienda de campaña,que la sal se ha vuelto insípida, y que la levadura de la Vida Religiosa ha perdido hoy su fuerza evangélica para transformar el corazón y las estructuras de la humanidad. No cabe duda de que, a veces, e incluso con alguna frecuencia:
Duele:
  • Descubrir una Vida Religiosa encorvada sobre sí misma, más preocupada de su supervivencia que de extender el Reino de Dios.
  • Que se muestre atenazada más por el miedo a ser pocos que por el miedo a ser significativos.
  • Que haya personas que se interesan más por vivir una Vida Religiosa “puerto seguro de náufragos”, que por lanzarse al mar abierto; no buscando seguridades, sino atreviéndose a correr el riesgo de echar las redes mar adentro.
Preocupa:
  • Que tengamos miedo al Espíritu, que es siempre creativo, libre, rompedor de moldes, y que queramos encerrarlo en normas, determinaciones, costumbres, para domesticarlo.
  • Que nuestro profetismo sea débil, y el temor al riesgo, en cambio, sea tan fuerte.
  • Ese cierto anacronismo que, a veces, arrastramos rutinariamente.
  • El consumismo y la instalación que se nos cuela por las rendijas de nuestras casas religiosas con el peligro de mundanizarnos.
  • El pesimismo que, a veces, reflejan nuestras vidas como fruto de una anemia espiritual preocupante.
  • El descubrir a religiosos y religiosas desmotivados, que se aburren de su condición de consagrados.
  • Que nos esforcemos más por ser excelentes profesionales que por ser “testigos” del Dios de la Vida que genera pasión, esperanza y alegría.
Y podríamos seguir así…

Ni nostálgicos ni aventureros

Ni a la Vida Religiosa ni a la Iglesia les está permitido anquilosarse, inmovilizarse, vivir de espaldas al mundo en que les ha tocado servir. La historia es elocuente. Cuando surge un cambio histórico de paradigmas, aparecen procesos históricos de refundación.
A cada etapa crítica de la historia, en la que el hombre cambia de manera de entenderse a sí mismo y de entender sus relaciones con el grupo y con lo trascendente, ha correspondido una nueva forma de Vida Religiosaque fuera significativa para ese hombre nuevo.
Vivimos tiempos desconcertantes: de incertidumbre y de esperanza. Nos hemos adentrado a pasos agigantados en un tiempo nuevo confuso y, al mismo tiempo, apasionante. “Vivimos cambios culturales inesperados; vemos cómo procesos sociales y culturales radicales cambian el mundo y asistimos al nacimiento de culturas y subculturas, de símbolos y estilos de vida nuevos” (H. Schaluck).
Esto interpela a la Vida Religiosa, la cuestiona y la impulsa a buscar una “figura histórica” más significativa para el hombre de hoy. En este momento histórico, una tentación es aferrarse al pasado, añorando nostálgicamente algo que nunca volverá, lo cual lleva a una inevitable decadencia, porque la Vida Religiosa o es actual o no es significativa.
La otra tentación no es menos perniciosa, y es subirse a la primera novedad que aparezca en el horizonte, sin discernir con madurez evangélica si nos impulsa en la dirección del Espíritu, que “sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va” (Jn 3, 8).
Vida Nueva

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