Hoy vemos que el mundo obrero y del trabajo está destrozado, empobrecido, humillado… Lo vemos especialmente en las familias trabajadoras más empobrecidas y vulnerables, que cada vez son más. En una situación como ésta, que es de esas que en palabras de Juan Pablo II «claman al cielo», necesitamos más que nunca revitalizar lo que ha representado históricamente el 1º de Mayo. Porque el 1º de Mayo es un símbolo del esfuerzo por hacer justicia a la dignidad de la persona del trabajador y trabajadora. Símbolo de la lucha cotidiana por hacer justicia a la dignidad de la persona. Símbolo que hemos achatado y desvirtuado mucho.
Si miramos cristianamente esta realidad podemos darnos cuenta de algo que necesitamos comprender en toda su importancia: el problema de raíz de los trabajadores y trabajadoras en nuestro sistema social no está en las necesidades insatisfechas, en la falta de bienes para una vida digna… Eso es más bien la consecuencia o expresión concreta del problema más radical. La raíz está en la instrumentalización, la mutilación y la humillación de que es víctima la persona del trabajador y que es una radical negación de su sagrada dignidad, de su vocación y de su libertad. Se ha convertido a la persona en un instrumento en función de la rentabilidad económica, se han mutilado las dimensiones de su vida que no son funcionales para la rentabilidad, se ha humillado y degradado así la dignidad de las personas. Esto es lo que empobrece radicalmente a las personas. Las necesidades no satisfechas son su resultado.
Es esta radical injusticia hecha a la sagrada dignidad de la persona lo que hay que combatir, lo que necesitamos cambiar. La lucha por la justicia debida a la persona, organizarlo todo en función de lo que pide esa dignidad es la clave para afrontar la actual situación.
Pero se trata de hacer justicia a la dignidad de la persona concreta. Por eso, la lucha por la justicia no es posible sin buscar ser justos. Y ser justos, de nuevo si lo miramos desde Jesucristo, no consiste solo en intentar cambiar estructuras y leyes, es, ante todo, reconocer, servir y amar al otro. Nuestra vida es humana, justa, cuando compartimos lo que somos y tenemos con el otro, cuando lo ponemos a su servicio, cuando nos damos. Esto es lo que hace posible cambiar los comportamientos personales, las mentalidades y las estructuras sociales que instrumentalizan, mutilan y humillan la dignidad de trabajadores y trabajadoras. Esto es lo que construye justicia. Y eso, nos muestra Jesucristo con su vida, consiste en sentir como propio el sufrimiento de los trabajadores y trabajadoras más empobrecidos, más humillados, más profanados en su dignidad… En poner nuestra vida junto a su vida, en construirla con ellos y desde ellos. Así hacemos justicia a la dignidad humana. No hay amor cuando no se busca la justicia y se lucha por ella, pero no puede haber justicia sin amor. No cuando de lo que se trata es de hacer justicia a la dignidad de la persona. Y eso es lo que necesitamos los trabajadores y trabajadoras.
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