El dinero, como tal, ni es católico, ni protestante, ni budista. El dinero no tiene religión, Para muchos, es religión. La religión única y verdadera. La que salva o condena. La que hace o deshace familias y grupos de cualquier condición y signo.
Pero si el dinero no tiene apellidos, y menos religiosos, puede ser, y es, voz y voto, signo y manifestación de religiosidad y de culto verdadero. Testimonio, en nuestro caso, cristiano. El dinero es “santo y seña” de identidad religiosa. Diríase que, gracias al dinero, los índices de piedad y de devoción se miden y presentan con veracidad evangélica. El dinero tasa la efectiva capacidad de pertenencia a la Iglesia. Con su soniquete alrededor del altar, del culto y de las obras sociales, pobres o adinerados se sienten- y los sienten los demás, como religiosos o ateos.
Y acontece que la práctica totalidad de Iglesias y de religiones, se mantienen gracias al dinero que perciben de sus seguidores, asociados o adeptos. A todos ellos les llega a extrañar que exista alguna religión o Iglesia, cuya financiación dependa en exclusiva, o fundamentalmente, de las arcas del Estado. El argumento que fundamenta su creencia –increencia- es nada menos que el riesgo que, de esta manera, correrá la Iglesia de perder una buena parte de libertad intervenida por los Gobiernos de turno. No sirven de mucho los razonamientos de que, pese a todo, la libertad está asegurada, así como que parte importante de ese dinero lo emplea subsidiariamente la Iglesia en obras que debiera afrontar el Estado.
De una o de otra manera, estamos ya en vísperas de que las dotaciones estatales a la Iglesia se desvanezcan por ley. Así lo demanda una parte importante de los votantes actuales, y de los de mañana. Basta y sobra con tomarle el pulso a la historia y a los acontecimientos y sentires de los que estamos ya siendo testigos en España. La dotación del Estado a la Iglesia durará pocas Cuaresmas. En cualquier proyecto de ley se introducirán disposiciones que harán realidad los presentimientos aquí apuntados, aunque personas o grupos católicos o ultra católicos nos tachen, o apadrinen, de anti religiosos o ateos.
El diez por ciento de sueldos o beneficios empresariales –“diezmos y primicias”- es la aportación que realizan los miembros de las comunidades religiosas –Iglesias- para el mantenimiento del culto y obras sociales. Como serían impensables las “trampas”, por supuesto que constituiría una ofensa personal “controlar” la veracidad de los números. Es la actualización de la fe, y no los motivos aparentemente religiosos o sociales, los que ante la conciencia verifican los datos.
Son muchas las autoridades eclesiásticas españolas temerosas de que, cuando les sean “exigidos” a nuestros “fieles cristianos” aportaciones similares a las de otras Iglesias, los templos se vaciarán de manera notable. Convertido el dinero en prueba fehaciente de religiosidad, la nómina de creyentes se aminorará, con lo que quedará al descubierto la fragilidad la fragilidad e inconsistencia de la fe de muchos y muchas.
Es de destacar, no obstante, que uno de los frutos de esta deserción, será el de comenzar a valorar el grado de pertenencia a la Iglesia y del compromiso con ella. Cerrar hipócritamente los ojos y “vivir en el mejor de los mundos”, no es ni humano, ni mínimamente cristiano.Adormecerse con motetes y cantigas litúrgicas o para-litúrgicas impide cualquier desarrollo en el proceso de evangelización, en el que cristianos de a pié, y su jerarquía, se responsabilizarán en la tarea, con la ayuda de Dios, partiendo de la sagrada realidad de los censos y estadísticas.
Antonio Aradillas
In Itinere
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