Aloysius Jin Luxian, obispo de la Iglesia católica oficial china en Shanghái, falleció el sábado en esta ciudad a los 96 años. Jin, jesuita y una de las personalidades más relevantes del catolicismo en el país asiático, llevaba hospitalizado desde hacía meses. El prelado era una figura controvertida, ya que había sido acusado por sus críticos de “demasiado patriota” por su cercanía al Partido Comunista Chino (PCCh), que no reconoce la autoridad del Vaticano sobre los feligreses chinos. Hace varios años se reconcilió con la Santa Sede, que le consideró el obispo “auxiliar” de Shanghái, mientras el obispo regular, para Roma, era Joseph Fan Zhongliang, quien también es muy mayor y está enfermo.
La muerte de Jin abre un interrogante sobre la situación de la Iglesia en Shanghái, ya que su previsto sucesor, Thaddeus Ma Daqin, fue desprovisto del título de obispo auxiliar de esta ciudad y está sometido a vigilancia por el Gobierno, después de que el año pasado anunciara que abandonaba la llamada Iglesia patriótica —que está bajo la autoridad del PCCh— en su propia ceremonia de ordenación. Ma contaba con la aprobación de Roma y la de Pekín como obispo, pero su negativa a permanecer dentro de la Iglesia oficial china dio un vuelco a la situación.
El Vaticano y el Gobierno chino están enfrentados desde hace décadas. El país asiático tiene alrededor de 12 millones de católicos —de un total de 67 millones de cristianos—, aproximadamente la mitad de los cuales practican su fe dentro de la Asociación Católica Patriótica China y la otra mitad son fieles al Papa y oran en las llamadas iglesias clandestinas. En la práctica, la división entre unos y otros no es tan clara, y la aceptación o persecución de los seguidores del Vaticano y de sus sacerdotes varía según las autoridades locales.
La Santa Sede no reconoce formalmente a la asociación y dice que la Iglesia china debería estar bajo su autoridad. Uno de los puntos de mayor fricción ha sido, históricamente, la selección de los obispos. Pekín afirma que tiene el derecho de efectuar los nombramientos, en un claro desafío a Roma, que asegura que solo ella tiene tal potestad. El Gobierno chino exige, además, a Roma que rompa relaciones diplomáticas con Taiwán si pretende establecer relaciones con Pekín.
El Partido Comunista cortó los lazos con la Santa Sede en la década de 1950, poco después de la llegada de los comunistas de Mao Zedong al poder en 1949, y persiguió a los curas y fieles durante décadas, hasta que restauró cierto grado de libertad y liberó a sacerdotes presos a finales de los setenta.
El enfrentamiento entre Pekín y el Vaticano marcó la vida de Aloysius Jin Luxian. Nacido en 1916 en Shanghái en una familia de gran tradición católica, quedó huérfano muy joven. A los 10 años perdió a su madre y a los 14 a su padre, según Asia News, una agencia de noticias católica italiana. En 1938, con apenas 22 años, entró en los jesuitas, que se convirtieron en su nueva familia. Fue ordenado en 1945.
En 1951, recibió instrucciones de dejar Europa —donde se había formado como sacerdote en Francia, Italia y Roma— y regresar a China. Allí, bajo el mando del obispo Ignatius Kung Pin-mei, también educado en los jesuitas, tuvo que hacer frente a los peligros de un régimen dispuesto a erradicar el catolicismo. En 1955, fue arrestado con Kung y cientos de sacerdotes y laicos, y fue sometido a reclusión en solitario durante cinco años. En 1960, fue condenado a 18 años de cárcel. Kung fue sentenciado a cadena perpetua.
Las críticas de que Jin “habló demasiado” con la policía y de que se mostró dispuesto a colaborar con el régimen datan de esta época, según Asia News. En 1972, fue puesto en libertad condicional y trabajó como traductor, gracias a sus conocimientos de idiomas. En 1982, tras el inicio del proceso de apertura y reforma de Deng Xiaoping, fue liberado completamente. Deng autorizó la apertura de iglesias y seminarios bajo el control absoluto del partido. Tres años después, Jin fue nombrado por Pekín obispo auxiliar de Shanghái sin autorización del Vaticano, y en 1988 fue designado obispo en la misma ciudad por la Iglesia oficial.
Tendrían que pasar 17 años hasta que, en 2005, se reconcilió con la Santa Sede, que consideró, sin embargo, a otro sacerdote, Joseph Fan Zhongliang, como obispo regular de Shanghái y a Jin, obispo auxiliar. Al ser los dos muy mayores, el Vaticano les pidió que pensaran en un sucesor. El elegido, ese mismo año, con el beneplácito también de Pekín, fue Joseph Xing Wenzhi, quien en 2012 renunció al cargo por razones que no están muy claras.
El sucesor de este, Thaddeus Ma Daqin, rompió relaciones el año pasado con la Asociación Católica Patriótica, lo que, unido a la muerte de Jin, dibuja un paisaje complicado en la diócesis de Shanghái, en un momento en el que la llegada del nuevo Papa, Francisco, ha vuelto a recordar el conflicto que mantienen la Iglesia católica y el Partido Comunista Chino desde hace más de seis décadas.
El país
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