Wednesday, May 01, 2013

'Pacem in terris': hace cincuenta años por Juan Masiá S.J.



El 11 de abril se ha cumplido medio siglo del aldabonazo a las conciencias dado por la encíclicaPacem in terris del Papa Juan XXIII.
Pedía el Papa Juan, el Bueno, la paz entre todos los pueblos, fundada en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. La carta, dirigida por el Papa a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, hacía suyo el lenguaje de los derechos humanos, aunándolo con el mensaje evangélico de filiación divina y hermandad e igualdad universal de la humanidad. Subrayaba que la paz se logra con justicia, amor, libertad y solidaridad; se frustra con los rearmes y la difusión engañadora de odios y divisiones. Se adelantaba unas décadas a urgir la necesidad de conjugar el respeto a la persona y las exigencias del bien común en una era de globalización de la cuestión social.
En la España de aquellas fechas todavía no había llegado la transición democrática. Hubo sacerdotes llamados a rendir cuentas en comisaría policial por haber predicado en sus misas el contenido de la encíclica. Reconocía más tarde en sus Memorias el ex-ministro López Rodó, que las Leyes fundamentales del país necesitaban revisarse para estar de acuerdo con las directrices de Pacem in terris sobre derechos humanos.
Juan XXIII, que había mediado el año anterior para impedir que la crisis de los misiles soviéticos en Cuba desencadenase un conflicto nuclear a escala mundial, recibió en audiencia a la hija y el yerno de Kruschev. Pero el entorno de la Curia no veía con buenos ojos esta apertura de Juan al diálogo y el periódico oficial vaticano silenció el encuentro. La mayoría de obispos españoles participantes entonces en el Concilio, representaban la postura del nacionalcatolicismo y no estaban de acuerdo con el documento sobre la libertad religiosa, que recogía y ampliaba el énfasis de la Pacem in terris en la defensa de la dignidad humana.
Frente a quienes insistían en el eslogan de que “el error no tiene derechos”, la encíclica corregía: hay que distinguir entre el error y la persona. El que esté equivocada no la priva de su dignidad como persona, que exige ser respetada siempre. Esto vale tanto para quienes defienden posturas que juzgamos equivocadas, como para quienes no comparten nuestras creencias religiosas. La Declaración sobre la libertad religiosa y la Constitución sobre la Iglesia en el mundo de hoy, del Concilio Vaticano II, consagraron esta actitud humana y cristiana, pilar de la convivencia democrática.
Reunido con el Papa Francisco el pasado 8 de abril, para intercambiar opiniones en relación con el conflicto en la península de Corea, Ban Ki-moon pedía al Pontífice actual un liderazgo moral en pro de la paz mundial. El Papa Francisco, que el día de Pascua había pedido la paz orando por la solución pacífica en Corea, Siria y otras áreas conflictivas, se unía a los esfuerzos del Secretario General de Naciones Unidas, para promover la reconciliación entre los pueblos.
Pero la historia se repite y cuesta superar la tentación pesimista cuando repasamos la memoria de los llamamientos a la paz lamentablemente frustrados. En los días de la primera guerra mundial, el Papa Benedicto XV, que apelaba a los dirigentes políticos de para resolver diplomáticamente el conflicto, era criticado por franceses y alemanes, acusado por ambas partes de ponerse a favor del contrincante. Pablo VI, en su visita a Naciones Unidas en 1965, pedía encarecidamente: “Nunca jamás, nunca jamás guerra”; pero su grito no hacía impacto en el Presidente Johnson para el cese de los crueles bombardeos sobre población civil en Vietnam. En 1991 el presidente Bush (padre) hacía oidos sordos al no a la guerra de Juan Pablo II, como también Bush (hijo) se negó a escucharlo cuando el trío de las Azores planeaba la intervención preventiva injusta en Irak.
Ni la capacidad de persuasión de un líder político o el peso moral de un dirigente religioso son suficientes para frenar la que Juan XXIII llamaba “locura irracional de la guerra” (Pacem in terris, n.127), si no se levanta desde abajo la ciudadanía concientizada para unirse por encima de las diferencias y derribar, como en Berlín en 1989, las barreras que nunca deberían haberse construído. Hoy Gaza o Seoul son solamente muros emblemáticos entre los muchos que quedan por desmantelar para alcanzar un mundo sin fronteras.

Juan Masiá S.J.
En la FronteraEl País


Texto de la Encíclica PACEM IN TERRIS aquí


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