Cuántos problemas imaginarios nos formamos, y qué pocos reales. Cuántas ansiedades nos invaden que, fríamente miradas, se diluyen como arena en el mar, pero que al principio parecen insalvables. En parte es nuestra vida, nuestro ritmo, nuestra sociedad… Vivir sin pausa. Saltar de una ocupación a otra, de una preocupación a otra. Sentir mucho y rápido, pero pensar poco. Y, por encima de todo, vivir en un constante equilibrio que no nos deje tropezar o caer. Pero si un niño no se cae nunca aprenderá a caminar. ¿No será parte de la maduración el aceptar lo quebradizo?
PASTORALSJ
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