La Pascua cristiana replantea para la nueva teología el problema de la resurrección física de Jesús. Este año aún más, ya que después de varios siglos, 50 expertos acaban de restaurar el Santo Sepulcro de Jerusalén, en el que, según la tradición, había sido sepultado Jesús.
Ha habido cristianos que temblaron ante la posibilidad de que los arqueólogos pudieran encontrar los restos mortales del crucificado, lo que echaría por tierra la fe en la resurrección "en cuerpo y alma".
El papa Francisco está luchando para recuperar los orígenes del cristianismo. No es fácil, ya que han quedado sepultados por siglos de teología que convirtieron a Cristo en un héroe, en vez de un perdedor, que es lo que fue según los evangelios.
El tema de la resurrección "en cuerpo y alma" del profeta Jesús, que los cristianos celebran el día de Pascua, fue defendida por Pablo de Tarso, el judío convertido al cristianismo, cuando afirmó que si Cristo no hubiese resucitado, "sería vana la fe de los cristianos". (1 Corintios, 15,14)
Veinte siglos después, la teología moderna se resiste a admitir la resurrección corporal de Cristo. La verdadera resurrección sería sólo el símbolo de que la vida es más fuerte que la muerte, que nada muere para siempre y que fue eso lo que Jesús enseñó a los suyos antes de morir.
Seguiría vivo en la memoria de los que lo habían amado. Así se lo dijo, al despedirse durante la última cena: "Haced esto en mi recuerdo". Cada vez que ellos celebraran la pascua judía o cristiana, él estaría a su lado.
Cuando las mujeres anunciaron a los apóstoles que habían visto a Jesús resucitado y la tumba vacía, el primero en no creer fue Pedro, que quiso ir en persona a ver el sepulcro vacío.
El poder mundano y el religioso han necesitado siempre de héroes para tejer sus epopeyas. A nadie le gustan los perdedores. Se olvidan que, tantas veces en la Historia, los considerados perdedores son quienes sostienen la fe en la Humanidad.
Todas las conquistas del ser humano a través de la ciencia o de la fe, que ambas pueden hacer milagros, no han necesitado de héroes ni caudillos. Se han conseguido con el esfuerzo de los millones de personas anónimas que construyen día a día, con su pequeño ladrillo de fe en la existencia y en el amor, el gran monumento a la vida.
Los verdaderos creyentes saben que la historia real de Jesús y del primer grupo de sus apóstoles fue una historia de fracasos. Al Maestro lo crucificaron sin pruebas, por revoltoso y antipoder, con apenas 30 años. En la cruz, antes de expirar, Jesús pronunció aquel verso amargo de incredulidad: "!Dios mio, Dios mio! ¿por que me has abandonado?" (Mt. 27,46), tomado del Libro de los Salmos (22,2)
Un héroe hubiese gritado al morir: "Me entrego para salvar a la Humanidad". No. Jesús se sintió abandonado y traicionado hasta por Dios.
El final de sus apóstoles tampoco fue más glorioso. Desde Pedro a Juan, todos sufrieron una muerte violenta. Y los primeros cristianos, perseguidos y martirizados por el poder romano, vivieron refugiados en las catacumbas.
Y sin embargo, aquellos perdedores, acabaron convirtiéndose en una de las mayores palancas de fe de la Historia.
La Pascua es la celebración simbólica de que en la cadena de la creación, a cada muerte sigue una nueva vida, que nadie muere en vano y que a cada nuevo nacimiento, el mundo resucita.
La Pascua, como escribió el teólogo y poeta nicaraguense, Ernesto Cardenal, en un poema en el que se describía como perdedor, es la esperanza renovada de que "una nueva sociedad está para amanecer".
El País
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