La angustia, el dolor, el terror y el mal del mundo en el Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo Romano. Una ceremonia distinta, con nuevas estaciones incluidas en el texto por la biblista francesa Anne-Marie Pelletier
“Volvemos a ti también este año, con los ojos bajos de vergüenza y con el corazón lleno de esperanza”. Vergüenza por todas las imágenes de devastación, destrucción y naufragio, que se volvieron ordinarias. Vergüenza por la sangre inocente, que todos los días es derramada. Esperanza porque Dios no tenga en cuenta los pecados de la humanidad, sino sólo su misericordia. Fue el clamor del Papa Francisco, al cerrar el Vía Crucis, la noche de este Viernes Santo en el Coliseo Romano.
Su mensaje fluctuó entre esas dos palabras: Vergüenza y esperanza. Vergüenza por el martirio de las mujeres, los niños, los inmigrantes y las personas perseguidas por el color de su piel, por su pertenencia étnica y social, por su fe en Cristo.
“Vergüenza por nuestro silencio ante las injusticias, por nuestras manos perezosas en el dar y ávidas en el arrancar, en conquistar. Por nuestra voz chillona en el defender nuestros intereses y tímida en el hablar de aquellos de otros. Por nuestros pies veloces en el camino del mal y paralizados en aquel del bien”, indicó.
“Vergüenza por todas las veces que nosotros obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas escandalizamos y herimos tu cuerpo, la Iglesia. Y olvidamos nuestro primer amor, nuestro primer entusiasmo, nuestra total disponibilidad, dejando que se oxiden nuestro corazón y nuestra consagración”, agregó.
Al mismo tiempo constató que el corazón humano tiene “nostalgia” de la esperanza en que Dios lo juzgue no por sus méritos, sino según la abundancia de su misericordia. Que las traiciones de los seres humanos no hagan mermar la inmensidad de su amor. Que la cruz transforme los corazones endurecidos en corazones de carne capaces de soñar, de perdonar y de amar.
“Transforma esta noche tenebrosa de tu cruz en alba refulgente de tu resurrección. La esperanza de que tu Iglesia buscará ser la voz que grita en el desierto de la humanidad, para preparar el camino de tu retorno triunfal cuando vendrás a juzgar a los vivos y a los muertos. La esperanza que el bien vencerá no obstante su aparente derrota”, estableció.
“Te pedimos recordar a nuestros hermanos quebrados por la violencia, por la indiferencia y por la guerra. Te pedimos romper las cadenas que nos tienen prisioneros de nuestro egoísmo, de nuestra ceguera voluntaria y de nuestra vanidad de cálculos mundanos”, apuntó.
El Papa llegó al Monte Palatino temprano. Incluso antes de las nueve de la noche. Allí lo recibió la alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, con quien se entretuvo dialogando. Cinco minutos antes de lo previsto (las 21:15), inició el Vía Crucis.
Desde el principio las meditaciones, que se leyeron en cada estación, se notó el toque femenino de Anne-Marie Pelletier, la biblista francesa encargada por el pontífice para redactarlas. Ella decidió introducir algunas novedades vistosas. Cambió la secuencia del tradicional camino de la cruz, sustituyendo algunas estaciones.
Así, la segunda estación pasó a ser: “Jesús es negado por Pedro”, la cuarta: “Jesús rey de la gloria”, la séptima: “Jesús y las hijas de Jerusalén”, la décima: “Jesús en la cruz es humillado” y la décimo cuarta: “Jesús en el sepulcro y las mujeres”.
Entre quienes llevaron la cruz alta destacaron fieles originarios de países que serán visitados por el Papa en los próximos meses: una familia de Egipto dos jóvenes de Portugal y una familia de Colombia. Además, llevaron el madero un discapacitado en silla de ruedas, una familia romana, dos fieles de China, una monja de la India y varias personas africanas.
El texto constató la “banalidad del mal”, con innumerables hombres, mujeres, incluso los niños violentados, humillados, torturados, asesinados, por todas partes y en todas las épocas de la historia. También se refirió a “la locura de los torturadores y de los que les mandan”, al llanto de los niños aterrorizados, de los heridos en el campo de batalla que llaman a su madre, el llanto solitario de los enfermos y moribundos en el umbral de lo desconocido.
“Señor, te pedimos que en este día santo en el que se cumple tu designio, destruyas nuestros ídolos y los del mundo. Tú que conoces su poder sobre nuestras mentes y nuestros corazones. Destruye nuestras falsas figuras del éxito y de la gloria”, agregó, en otro pasaje.
Además, incluyó varias referencias a personajes ilustres. Como Etty Hillesum, “mujer fuerte de Israel que se mantuvo en pie en medio de la tempestad de la persecución nazi, y que defendió hasta el fin la bondad de la vida”.
Ella, indicó, “nos susurra al oído este secreto, que ella intuye al final de su camino: en el rostro de Dios hay lágrimas que consolar, cuando llora por la miseria de sus hijos. En el infierno que invade el mundo, ella se atreve a orar a Dios: Voy a tratar de ayudarte, le dice. Qué audacia tan femenina y tan divina”.
Más adelante, añadió: “Señor, Dios nuestro, ¿quién nos librará de las insidias del poder mundano? ¿Quién nos librará de la tiranía de la mentira, que nos lleva a enaltecer a los poderosos y buscar a la vez las falsas glorias?”. La ceremonia concluyó pasadas las 22:30 horas, con la bendición a la multitud de parte del Papa quien, a bordo de un coche, regresó al Vaticano.
Andrés Beltramo Alvarez
Vatican Insider
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