Tuesday, April 04, 2017

El liderazgo ignaciano, ayer y hoy por Ismael Bárcenas Orozco




Chris Lowney estuvo siete años en la Compañía de Jesús. Al salir, entró a trabajar a J. P. Morgan, ahí desempeñó diferentes puestos de dirección. Escribió un libro titulado: “El liderazgo al estilo de los jesuitas”. Aquí relata cómo el modo de proceder de San Ignacio de Loyola y de los primeros jesuitas tiene mucho que ver con las decisiones y liderazgos que requieren las grandes empresas de hoy.
Es de admirar la versatilidad, creatividad y expansión de la naciente Compañía de Jesús, allá a mediados del siglo XVI. Los jesuitas iniciaron una amplia red de colegios y universidades tanto en Europa como en cualquier lugar donde llegaban carabelas y naos. También, sus misioneros cruzaron el Himalaya, llegaron a las fuentes del Nilo, recorrieron el río Misisipi, fundaron reducciones en América del Sur y, como científicos y astrónomos, fueron apreciados en Roma, China y en Japón. Esto en la antigüedad, antes de la supresión, en agosto de 1773. Posteriormente, después de la restauración a nuestros días, la Compañía de Jesús ha continuado dando grandes hombres a la Iglesia, a través de sus miembros, así como una gran cantidad de laicas y laicos comprometidos a través de la espiritualidad ignaciana.
¿Qué es lo que hace que haya tal diversidad y heterogeneidad entre los jesuitas? ¿Porqué no salimos todos iguales -cortados del mismo molde- como si fuésemos galletas maríasTodo se explica por nuestro fundador, Ignacio de Loyola, y por sus Ejercicios Espirituales.
Ignacio de Loyola tuvo un proceso de conversión que inició durante su convalecencia al reponerse de la derrota en la batalla de Pamplona. Fueron meses de paciencia para que sanaran las heridas y, también, para imaginar qué es lo que haría de su vida. Ignacio fue un hombre que aprendió a meterse a sus adentros y, desde ahí, percibir que Dios habla en el silencio a través de mociones. Las mociones son movimientos internos que se dan a través de intuiciones, corazonadas, impulsos, pensamientos y sentimientos. Alcanzar a percibir y distinguir las mociones del buen espíritu y del mal espíritu no fue fácil. Gracias a varios años de práctica y fruto de muchas crisis, Ignacio pule lo que ha sido su gran aporte y herramienta: el discernimiento espiritual.
Ignacio desarrolló un método, los Ejercicios Espirituales, para disponer los fueros internos al encuentro con Dios. Al hacerlos, en soledad y silencio, uno aprende a reconocer los desordenes internos, esos ruidos que impiden captar la frecuencia divina. También, hay que aprender a ordenarse, para que así seamos más dueños de nosotros mismos. Habiendo captado nuestro pecado, viene el momento de exponernos a la presencia de Dios y experimentar su misericordia. Dios nos ama y nos perdona. El deseo de transformar la propia vida viene como un deseo de corresponder a tanto amor que nos desborda y que, con humildad, reconocemos que no merecemos. Sin embargo, es Él quien nos llama y nos anima a levantarnos. Luego, viene una serie de meditaciones en donde el ejercitante imagina la vida de Jesús. Se trata que estas oraciones sean tan vivas como si nos transportáramos en una máquina del tiempo a la Galilea del año cero. Para Ignacio, el seguir a Jesús brota del irlo conociendo y del irnos encariñando de su persona y de su proyecto. La causa de Jesús nos irá enamorando. Así, quien hace Ejercicios, comenzará un proceso de purificación, de libertad y de desear seguir a Jesús, en las buenas y en las malas, y dar lo mejor de sí por el Reino. Esta es la clave del liderazgo ignaciano.
La espiritualidad ignaciana desarrolla una visión crítica de lo que sucede, pero no es una visión apocalíptica, ni de miedo, ni de odio, al mundo. Esta actitud de diálogo, respeto y de entender al otro lo vemos desde los inicios, en aquellos misioneros, y en la actualidad. La mística de Ignacio lo llevó a contemplar al Creador en su creación. Hay una visión positiva y optimista de la vida. Hay un reto que envuelve todo nuestro ser, una invitación a ser buena noticia y bendición ahí donde nos encontremos y con quienes estemos. Creo que el mejor ejemplo de lo que significa ser un líder ignaciano lo encontramos en el modo de ser y de vivir del Papa Francisco.
Ismael Bárcenas Orozco
entreParentesis

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