A ninguno de los feligreses de la parroquia de Saint Michel, en Bangui, se le olvidara nunca la fecha del 26 de septiembre de 2015. En aquel día fatídico las milicias musulmanas del barrio de PK5 lanzaron un ataque de venganza, por la muerte de uno de sus jóvenes, contra los barrios vecinos de mayoría cristiana. Al llegar al más cercano, Senegalais Baidi, incendiaron la iglesia católica junto con la misión protestante de Elim, casi en la acera de enfrente, junto con cientos de casas del barrio mayoritariamente cristiano.
La iglesia de Elim fue reconstruida el año pasado gracias al tesón de su pastor, el reverendo Nicolás Ngerekoyame, uno de los líderes de la plataforma inter-religiosa que preside el Cardenal Nzapalainga. Saint Michel sigue hoy en ruinas, excepto por parte de los muros, y desde hace algo más de un ano los fieles de esta comunidad rezan en una capilla provisional en el barrio de Kolongo. Muy cerca de allí, los católicos de la parroquia de San Matías se reúnen también bajo un chamizo pobre, pero digno, levantado con postes de madera y lonas. Situada en el corazón del barrio musulmán, San Matías –que toma su nombre de uno de los mártires de Uganda- paso de ser defendida por las milicias musulmanas de autodefensa a principios de 2014 a ser posteriormente ocupada por uno de sus grupúsculos, que convirtieron su patio en un cementerio islámico donde enterraron a sus luchadores caídos en la defensa del barrio frente a las milicias anti-balaka. En febrero del año pasado, tras morir su líder –conocido como “Big Man”- en un enfrentamiento con la policía centroafricana, sus enfurecidos seguidores incendiaron lo que quedaba del templo y desde entonces el cardenal arzobispo de Bangui espera tiempos mejores para rehabilitar la maltrecha iglesia.
Hoy, domingo de Ramos, los cristianos de Saint Michel y los de San Matías, todos ellos hasta hace poco desplazados por la guerra, han celebrado la liturgia del inicio de Semana Santa con sus palmeras cuidadosamente trenzadas el día anterior. No hay más que dar cuatro pasos en cada barrio para encontrar palmerales en abundancia. Con todo el respeto que me merecen, al repasar las fotos, he procurado no caer en la tentación de presentarles como víctimas de ataques de milicias yihadistas que, supuestamente, estarían persiguiendo a los cristianos en este país del centro de Africa. Para ser justos, si hiciera eso tendría que hablar también de las decenas de mezquitas de Bangui incendiadas o destruidas con sana a golpe de martillo entre finales de 2013 y todo 2014 y que hasta hoy siguen siendo un montón de escombros. La versión oficial dice que lo realizaron las milicias anti-balaka, pero la realidad –más complicada y más dolorosa- es que en estas barbaridades participaron muchas personas de a pie de los barrios que descargaron su odio contra sus vecinos musulmanes, cuyas casas –las que no fueron destruidas- hoy siguen ocupadas por personas que no son sus propietarios, eso cuando no las han usado como vertederos de basura o lugares para hacer ladrillos. En el colmo de la mala intención, ha habido mezquitas en ruinas que han sido utilizadas por los vecinos como bares donde por la tarde corre el aguardiente.
Uno de los problemas que tenemos los occidentales cuando digerimos información sobre lugares que conocemos poco (África, Oriente Medio, Asia…) es que queremos interpretarlo todo de forma simplista aplicando esquemas de “buenos y malos”. En lugares como el que me encuentro, la República Centroafricana, aquí los malos (y los malísimos) no están solo en un bando, lo mismo que las víctimas inocentes. He visto en infinidad de ocasiones como el paupérrimo desplazado cristiano que apenas come una vez al día y que intenta reconstruir su vivienda con pocos medios se puede oponer con vehemencia a que su antiguo vecino musulmán, también desplazado, pueda hacer lo mismo. Y he visto a jóvenes musulmanes sembrar el terror, de noche, en vecindarios de cristianos que sobreviven bajo una lona, apenas llegados del campo de desplazados.
Nuestra percepción de los problemas se suele agravar también cuando creemos a pie juntillas las teorías de la conspiración, que suelen expresarse de forma que apela fuertemente a las emociones, pero que no siempre corresponde a la realidad. En Centroáfrica, por ejemplo, he oído hasta la saciedad explicaciones que pretenden convencer de que los cristianos y los musulmanes han vivido siempre en perfecta armonía y que el conflicto que estallo a partir de 2012 obedece a una conspiración urdida desde fuera por países occidentales, árabes o de donde sea, que ha pretendido desestabilizar al país con una agenda secreta para poder aprovecharse mejor de sus riquezas, etc, etc. Todo esto, aderezado con supuestas explicaciones de que los medios de comunicación internacionales están al servicio de los poderosos y que tienen un interés casi diabólico en ocultarnos la realidad.
Me suele convencer poco estas explicaciones, en primer lugar porque hace 30 años durante una visita de un mes que realice a este país ya me di cuenta de la gran desconfianza mutua –e ignorancia- que existía entre cristianos y musulmanes, lo cual quiere decir que las malas relaciones han existido durante décadas aunque de forma soterrada, y en segundo lugar porque los valiosos recursos naturales con los que cuenta Centroáfrica no suelen ser utilizados para satisfacer la supuesta codicia de países como Francia o Estados Unidos, sino que son explotados por los grupos armados para poder financiarse vendiendo de forma ilegal los diamantes o el oro a comerciantes –de muchas nacionalidades, pero por lo general Sudaneses- que después se encargan de venderlos en circuitos comerciales muy alejados de los oficiales. Los cristianos y los musulmanes en Centroáfrica se han matado y se han hecho daño, en primer lugar porque ellos mismos han elegido la violencia y la venganza, y la mejor manera de ayudarles a salir de este agujero es hacerles caer en la cuenta de la responsabilidad que tienen y ayudarles a que cambien reconciliándose, proceso que llevara mucho tiempo y que obviamente no podrá forzarse.
Yo, por mi parte, solo puedo desear –y poner de mi parte todo lo que pueda- para que el año que viene los cristianos de Saint Michel y de San Matías puedan volver a celebrar la Semana Santa en paz en sus iglesias reconstruidas, y que sus vecinos musulmanes puedan realizar sus rezos de los viernes en mezquitas dignas. Y que las nuevas generaciones, de cristianos y musulmanes, crezcan en el respeto mutuo y vean como algo normal vivir en un país laico donde cada uno pueda practicar su religión sin temor a ser atacado por ningún fanático, ni venido del extranjero, ni tampoco procedente del barrio de al lado.
José Carlos Rodríguez
En clave de África
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RD
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