Wednesday, July 11, 2007

Monseñor Bernard Fellay, Superior General de los «Lefebvrianos»: «El texto no es un paso, sino un salto»

El periodista italiano Vittorio Messori entrevista en exclusiva para LA RAZÓN a monseñor Bernard Fellay, Superior General de los «Lefebvrianos», tras el motu proprio de Benedicto XVI sobre la Misa en latín

En el chalet de Menzingen, en el cantón suizo de Zug, donde tiene su sede la casa general de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, la plica ha llegado ya hace unos días. Dentro del sobre, el «motu proprio» «Summorum Pontificum», la carta de introducción de Benedicto XVI y un mensaje personal del cardenal Darío Castrillón Hoyos. Destinatario: monseñor Bernard Fellay, Superior General de aquellos que, debido a su fundador, son conocidos como «lefebvrianos», el giro tradicionalista que rebate la pastoral y la doctrina de la Iglesia surgida a raíz del Vaticano II.

Con 481 sacerdotes, 90 hermanos laicos, 206 religiosas, 6 seminarios, 117 prioratos, 82 colegios, 6 institutos universitarios, 450 lugares de culto en 62 países del mundo, al menos medio millón de seguidores convencidos, la Fraternidad ha constituido la mayor espina para Roma, que se ha visto obligada a excomulgar a la jerarquía episcopal consagrada válida pero ilegítimamente por monseñor Marcel Lefebvre.

Tras una primera lectura de los documentos llegados desde Roma, monseñor Fellay ha aceptado anticipar para LA RAZÓN sus reacciones. Que son, hay que decirlo, más positivas de lo que podría prever cualquiera que conozca la complejidad del dossier abierto desde hace decenios con la Santa Sede: la Misa no sólo en latín, sino según el antiguo ritual, es desde siempre la bandera lefebvriana más significativa.

Pero los propios disidentes han insistido siempre en el hecho de que la nueva liturgia eucarística no es más que la expresión de una orientación en muchos puntos inaceptable, asumida tras el Vaticano II por la Iglesia Católica. Así, en ciertos ambientes tradicionalistas, a menudo se ha dicho que un decreto como el aprobado por el Papa Ratzinger no sólo no habría sido suficiente, sino que de alguna manera podría ser incluso desviador, reforzando los equívocos. No es así, al menos, si atendemos a cuanto ha querido decirnos monseñor Fellay: «Éste es un día verdaderamente histórico. Expresamos a Benedicto XVI nuestra profunda gratitud. Su documento es un regalo de la Gracia. No es un paso, es un salto en la buena dirección».

Para el Superior lefebvriano, la «normalización» de la misa «que no es la de San Pío V», precisa, «sino de la Iglesia de siempre», es «un acto de justicia, es una ayuda sobrenatural extraordinaria en un momento grave de crisis eclesial».

Y añade: «La reafirmación por parte del Santo Padre de la continuidad del Vaticano II y de la misa nueva con la Tradición constante de la Iglesia –por tanto la negación de una fractura que el Concilio habría introducido con los 19 siglos precedentes– nos empuja a continuar con la discusión doctrinal. “Lex orandi, lex credendi”: se cree como se reza. Y ahora se reconoce que, en la misa de siempre se reza “adecuadamente”».

En cualquier caso, desde hoy, un solo rito, dos formas igualmente legítimas (llamadas de Pío V y Pablo VI), para expresar una única fe. Para llegar a este resultado, la resistencia de monseñor Lefebvre y de los suyos ha sido decisiva, y ya cuando era cardenal, Joseph Ratzinger pensaba que tenía una deuda con estos hermanos que expresaban el malestar que, al menos en parte, él mismo compartía.

Monseñor Fellay admite el papel de su Fraternidad, pero mira más allá: «Sí, la Providencia ha permitido que seamos instrumentos para pinchar a Roma y llegar a este día. Pero somos también conscientes de que no somos el termómetro que señala una fiebre que exige remedios adecuados. Este documento es una etapa fundamental en un recorrido que ahora podrá acelerarse, esperemos que con perspectivas reconfortantes, también en la cuestión de la excomunión».

¿Por tanto, ninguna desilusión?
«Creo que no, aunque me parecen menos satisfactorios algunos pasajes de la carta de introducción, donde se advierten condicionamientos de política eclesial». En cualquier caso, el hecho es objetivo, y monseñor Fellay y los suyos son plenamente conscientes: no han sido inútiles, a pesar de algunos aspectos quizá duros y censurables, los cuarenta años de oposición. En los próximos días, la Fraternidad enviará una carta del Superior General a todos sus fieles del mundo que comienza así: «El “motu proprio” pontificio reestablece los derechos de la Misa tridentina y reconoce claramente que nunca ha sido abrogada. Así, la fidelidad a esta Misa –por la cual muchos sacerdotes y laicos han sido perseguidos y sancionados durante decenios– nunca ha sido una desobediencia».

Vocaciones tradicionalistas
La estrategia de la recuperación de la Tradición, iniciada por Juan Pablo II, aunque costreñido a la obligada excomunión, toma con Benedicto XVI un éxito notable, en la perspectiva del antiguo proyecto ratzingeriano de una «reforma de la reforma» y no sólo de aquella litúrgica.

¿Las protestas de ciertos episcopados?
Alguno hace notar que, atendiendo a impías proyecciones, dentro de veinte años al menos un tercio de las diócesis de Occidente –incluida Francia, la que más desaprueba la iniciativa papal– deberán ser suprimidas por falta de clero. Difícil, por tanto, para los obispos con fuerzas reducidas al mínimo, alzar la voz contra aquellos «lefebvrianos» que, al contrario, gozan de un flujo ininterrumpido de vocaciones. La misma diócesis de París tiene ya un número de sacerdotes diocesanos (con una edad media avanzada y a menudo desencantados) poco superior al de los envidiados «tradicionalistas», cuyos sacerdotes son mayoritariamente jóvenes, fuertemente determinados, forjados en el estudio y la disciplina de seminarios de rigor implacable.

Vittorio Messori. Periodista

Fuente: La razón Digital

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