Saturday, September 06, 2008

Luces y sombras de los Toposa

Los Toposa son una tribu nilótica que vive en la parte sureste del Sudán. Desde el punto de vista antropológico pertenecen a la misma familia que los Nyagatom (Sudan), Karimoyong (Uganda) y Turkana (Kenia). Como sucede con todos ellos y algunas tribus más de la región, su mundo y su cultura gira en torno al ganado, la mayor riqueza según ellos. Esta circunstancia determina muchos de sus valores y al mismo tiempo condiciona una de las prácticas que con la proliferación de armamento ligero se ha convertido en una verdadera maldición moderna: el saqueo de ganado.


Tradicionalmente, estas tribus pastoralistas se robaban el ganado las unas a las otras. Esto es debido a diferentes causas: por una parte estaba la necesidad de incrementar la riqueza personal y de la tribu, pero también eran prácticas que jugaban el papel de rito de paso en las cuales los miembros más jóvenes eran capaces de demostrar su bravura y valía. Si pasaban estas arriesgadas pruebas y mostraban determinación eran aceptados en el círculo de los adultos.


En el pasado, estas prácticas se podían asemejar a juegos de niños. Las armas con las que se contaba no eran otras que flechas y lanzas y las bajas --cuando las había-- eran de poca importancia ya que es difícil matar a alguien en la noche con una lanza. La llegada de los funestos y ubicuos Kalashnikovs AK-47 supuso una gran revolución. De pronto, por pocos dólares, se podía obtener un buen ejemplar de esta arma, la cual se ha extendido por toda la región como si fuera una mala hierba. Por si fuera poco, las armas venían de diferentes direcciones, se podían comprar de Kenia, Somalia e incluso de Sudán.


Ahora, con las nuevas adquisiciones fruto del efectivo marketing bélico internacional, esas acciones para obtener ganado se saldan con cientos de vidas cada año, ya que las intervenciones ahora ganan en virulencia y efectividad. Son verdaderas batallas entre tribus o clanes por la posesión de unos cientos de cabezas de ganado, en las cuales se crea una verdadera espiral de violencia ya que una razzia exitosa supondrá una respuesta contundente por parte de la tribu perdedora.


Escribo estas líneas desde la región Toposa y me llama la atención que en las zonas más centrales de la tribu, donde no están en contacto con otros, el uso de las armas es simplemente para defender al ganado de cualquier animal... no se usa contra las personas. Sin embargo, en otras zonas como en la frontera entre Kenia y Sudán, la proximidad de los Turkana (archienemigos de los Toposa, como buenos primos que son, ya que comparten tradiciones e incluso una lengua común) se salda con constantes y virulentos ataques. Sin ir más lejos, el último tuvo lugar la semana pasada en la misma frontera keniano-sudanesa. Más de 500 toposa consiguieron robar miles de cabezas de ganado de los turkana con el balance de ocho personas muertas. Ni que decir tiene que los Turkana se prepararán concienzudamente para asestar en las próximas semanas un golpe que les haga olvidar esta humillación. Y así, sucesivamente, en un triste rosario de afrentas y venganzas...


En esta sociedad toposa son las mujeres y las niñas las que, como siempre, pagan el pato de esta situación. Ya que para poder casarse hay que pagar a la familia de la mujer un número bastante importante de vacas, los patriarcas miran a las mujeres --a sus hijas-- como acciones de bolsa que en un momento determinado alcanzarán gran valor en el mercado tribal. Acabo de encontrarme con una mujer que es la número nosécuantos del jefe local, en todo caso es la última adquisición marital. Juzgando por la edad, la muchacha podría casi ser su nieta. Me dice la gente que cuando se casó con ella no tenía ni siquiera pechos que demostraran que era ya una mujer físicamente madura, pero la familia de la mujer, muy interesadamente, la preparó deprisa para poder obtener un buen ingreso en número de vacas... y si no había ni siquiera tiempo para esperar que madurara físicamente se podrán imaginar lo que pudo esta chica disfrutar de su niñez: no hubo escuela ni tiempo para poder aprender a leer.


Ahora es una criada más que --aunque no ha parido todavía-- tendrá que ayudar en la casa a las otras mujeres para poder cuidar a los 16 hijos del maromo, el cual no me extrañaría si decidiera volver a coger una nueva mujer... vacas para ello no le faltan. Y cuando sea demasiado mayor, no es extraño que alguno de sus hijos mayores vayan y “se ocupen” de contentar sexualmente a las mujeres más jóvenes de tan prolífico patriarca, aunque sean sus madrastras.


Es cierto que hay que respetar las culturas, ya que son riquezas antiquísimas pero en ocasiones ciertas tradiciones son los peores lastres de las culturas. Hay hábitos que están en la raíz y son parte integral de la pobreza crónica en la que viven muchas personas y grupos. Alguien dijo con mucha razón aquello de “no hay peor pobreza que la de la cabeza” y me convenzo cada vez más que es verdad. Parece mentira ver a esta gente rodeada de ganados por todos lados y, al mismo tiempo, ver que no son capaces de invertir esa riqueza en educación, en mejor salud, en calidad de vida... Seguro que los que rompan ese círculo vicioso serán al principio parias en su propio mundo, pero ... ¿quién dijo que los pioneros iban a tener por delante un camino de rosas?


Alberto Eisman
Jaén, 1966. Licenciado en Teología y máster en Políticas de Desarrollo. Ha sido director de país de Intermón Oxfam para Sudán donde se ha encargado de la coordinación de proyectos en Nairobi y Wau.

Del blog "Muzungu"

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