Wednesday, September 17, 2008

Ratzinger se ha ganado el corazón de los franceses


Publicado el 17.09.2008
(Antonio Pelayo) Si se me permite entrar en el juego, yo también me apunto al balance plenamente satisfactorio de esta primera visita de Benedicto XVI a París y Lourdes, y aunque las comparaciones sean siempre odiosas, habiendo acompañado a Juan Pablo II en sus viajes al país galo puedo afirmar que su sucesor ha sido tanto o más capaz que Karol Wojtyla de abrirse un hueco en el corazón de los franceses, que no son fáciles en la expresión de sus afectos.

Las explicaciones son varias. La primera es, sin duda, que el profesor Ratzinger ha encontrado su manera de hacerse querer por las gentes, muy distinta de la del pontífice polaco pero no menos eficaz. La segunda es que cada vez más amplios sectores de la sociedad francesa están de vuelta de algunos anquilosados prejuicios, como el del laicismo radical que el presidente Sarkozy quiere transformar en laicidad positiva. Por último, aunque sea un factor de orden sin duda menor, frente a las catrastrofistas previsiones meteorológicas, el buen tiempo ha sido constante durante los cuatro días y eso ha permitido a las gentes poderse asociar a las ceremonias presididas por el Papa y aclamarle a su paso por las calles.

El mismo Papa, en su discurso de la ceremonia de despedida en el aeropuerto de Tarbes-Lourdes, definía así su estancia en el país galo: “Mi viaje ha sido como un díptico. La primera tabla ha sido París, ciudad que conozco bien y lugar de muchas reuniones importantes. La segunda tabla del díptico ha sido un lugar emblemático que atrae y cautiva a todo creyente. Lourdes es como una luz en la oscuridad de nuestro ir a tientas hacia Dios. María ha abierto una puerta a un más allá que nos cuestiona y seduce”. En la capital de la nación, Benedicto XVI paso día y medio, mientras que a la bella localidad de los Pirineos donde Bernardette Soubirous vio a la Virgen por primera vez el 11 de febrero de 1858 le dedicó dos días y medio. En ambas desarrolló un programa bastante apretado de ceremonias litúrgicas y de actos -pronunció doce discursos- que demuestra que a pesar de sus años tiene arranque para resistirlo.

En el próximo número de Vida Nueva, el lector tendrá a su disposición el texto íntegro del discurso del Papa en el Palacio del Elíseo, así como un comentario de nuestro director, Juan Rubio, a este momento cumbre de la visita. Pero quisiera subrayar algunos puntos de la alocución del presidente Sarkozy, leída con desenvoltura pero que es una aportación muy notable al debate que sobre las relaciones entre la Iglesia y los modernos Estados democráticos se está abriendo paso sobre nuevas bases. Sarkozy era muy consciente de que sus palabras iban a ser analizadas a fondo no sólo por la oposición política -desde todas sus bandas-, sino también, especialmente, por los laicards o radicales del laicismo que aún quedan en la vieja Francia.

“La democracia -dijo el jefe del Estado- no puede separarse de la razón. No puede contentarse con reposar sobre la adicción aritmética de los sufragios ni sobre los movimientos apasionados de los individuos (…) Es también legítimo para la democracia y respetuoso de la laicidad dialogar con las religiones. Éstas, y en concreto la religión cristiana, con la que compartimos una larga historia, son patrimonios vivos de reflexión y de pensamiento, no sólo sobre Dios, sino también sobre el hombre, sobre la sociedad e incluso sobre esta preocupación hoy central que es la naturaleza. Sería una locura privarnos de todo eso, sencillamente una falta contra la cultura y el pensamiento. Por eso yo invoco una laicidad positiva (…) La laicidad positiva, la laicidad abierta es una invitación al diálogo, a la tolerancia, al respeto”.

Es fácil imaginar el impacto que estas palabras -y la sobria respuesta del Papa a las mismas, que es una invitación a abrir un debate sobre la cuestión- produjeron en una opinión pública habituada al intercambio ideológico y político.Si algún reproche cabe hacer es que la importancia objetiva de este problema robó protagonismo al segundo discurso papal del día, el pronunciado en el neogótico Collège des Bernardins, obra póstuma y muy querida del cardenal Jean-Marie Lustiger. El público era de gran gala (‘la crème de la crème’, en expresión castiza), sin demasiados escapularios confesionales, porque allí estaban codo con codo creyentes y agnósticos, librepensadores y clérigos de otras religiones, exponentes del pensamiento laico. También invito al lector a leer este texto ratzingeriano, uno de los mas bellos salidos de su pluma tan fecunda. Anoto simplemente que, interrogado por una cadena de televisión apenas finalizada la “lección magistral”, un hombre tan incapaz de vanos halagos o componendas como el ex ministro de Justicia Robert Badinter dijo: “Estoy literalmente encantado. Es una conferencia que hace honor a las Academias que integran el Instituto de Francia”.
Vida Nueva

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