Wednesday, July 08, 2009

Benedicto XVI gira a la izquierda y censura las finanzas sin escrúpulos


Cuenta Iñigo Domínguez en El Correo que Benedicto XVI publicó ayer por fin su esperada encíclica social, 'Caritas in veritate' (La caridad en la verdad), de 136 páginas, que lleva posponiéndose desde hace más de un año, ha conocido correcciones y varias versiones y ha tenido que adaptarse sobre la marcha al impacto de la crisis económica mundial. Este sufrido alumbramiento denota que el Papa es muy consciente de la importancia del texto, su tercera encíclica tras 'Deus caritas est', en 2006, sobre el amor, el sexo y la caridad, y 'Spe salvi', del año siguiente, acerca de la esperanza.

Esto se debe a que es la más pegada a la actualidad de las noticias, pues aborda la visión de la Iglesia del modelo vigente de las relaciones económicas y, por tanto, se dirige directamente a las vivencias cotidianas de los fieles. En ese sentido, es la más comprensible y menos erudita. Pero también a que, por esa misma temática, se inscribe en la línea histórica, que marca época, de las encíclicas llamadas sociales, abierta en 1891 por la 'Rerum novarum' de León XIII, sobre la revolución industrial.

Benedicto XVI toma como referencia la 'Populorum progressio', de Pablo VI, en 1967, que ya trató las desigualdades de países ricos y pobres, y la pone al día, como fue haciendo también Juan Pablo II con otros documentos, principalmente la encíclica 'Sollecitudo rei socialis', de 1987 y la 'Centessimus annus', de 1991, la última de este tipo.

Benedicto XVI ha asumido la tarea de actualizar la doctrina católica a los últimos y vertiginosos fenómenos de la globalización, que no cree ni buena ni mala, sino una oportunidad siempre que sea orientada por los valores que la Iglesia considera verdaderos, los suyos. Pero más allá del catecismo, Ratzinger exige un sistema económico regido por la justicia, el bien común, la gratuidad, la ayuda a los más débiles y un nuevo sistema de valores. Desde la ONU y los organismos internacionales, cuya reforma exige, a los Estados, que no deben descuidar la protección social; a las empresas, que deben pensar en sus trabajadores y no sólo en los accionistas, y hasta el ciudadano, que debe considerar la compra como «un acto moral, no sólo económico».

Esta postura le coloca al lado de los sindicatos, de los inmigrantes, del «trabajo decente», del microcrédito, de la ayuda al desarrollo, y contra la finanza sin ética, la deslocalización mal entendida de empresas y el mercado salvaje. En resumen, Benedicto XVI dice verdades como puños de cosas que sabe todo el mundo pero no oye decir a políticos, banqueros ni multinacionales. Por eso la presenta en vísperas de la cumbre del G-8 que comienza hoy en L'Aquila.

40 años sin avances

Benedicto XVI, como es su estilo, parte en su argumentación del contexto profundo del problema. En este caso, explica que la caridad es la «vía maestra de la doctrina social de la Iglesia». En la práctica se traduce en la justicia y el bien común, que constituyen su vía institucional, política. Para la Iglesia, se resume en el «compartir bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, que no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con al fuerza del amor que vence al mal». Estas palabras, que causarán carcajadas en Wall Street, son el eje de la encíclica. La Iglesia, dice el Papa, «no tiene soluciones técnicas que ofrecer», ni pretende mezclarse en la política de los Estados, pero quiere recordar sus principios para un «desarrollo humano integral».

Ratzinger evoca después la 'Populorum progressio' de Pablo VI, que ya pedía reformas urgentes, y constata que cuarenta años después los problemas de desigualdad entre ricos y pobres siguen siendo los mismos. «Se ha depositado una confianza excesiva en las instituciones», dice el pontífice, mientras que el desarrollo no tiene «una causa material», sino la falta de fraternidad entre los pueblos. La crisis actual plantea nuevos «problemas dramáticos y desviaciones».

Una renovación cultural

«El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza», opina el Papa con claridad. Una reflexión de la que parte una vasta crítica a prácticas y hábitos de los últimos años, a una economía que se creía ajena a «injerencias morales». Un «superdesarrollo derrochador y consumista» que contrasta con «nuevas formas de pobreza».

Falta de respeto de los derechos de los trabajadores, a menudo en multinacionales. Excesiva protección de la propiedad intelectual en los medicamentos. Estados superados por la economía global, que recortan su gasto social -a veces por indicación de las instituciones financieras internacionales- que deben recuperar sus protagonismo. Altos aranceles aduaneros que impiden a los países pobres vender sus productos.

Deslocalización con explotación de trabajadores, que el Papa no considera lícita si es «únicamente para aprovechar condiciones favorables o, peor aún, para explotar a la sociedad local». Pérdida del papel de los sindicatos en defender los derechos de los trabajadores. Inmigrantes tratados como una simple mercancía de trabajo. Inestabilidad psicológica por la movilidad laboral.
En resumen, el Papa exige «un trabajo decente» y una nueva cultura. Advierte que la lógica de mercado no puede ser «avasallar al débil» y que la globalización, sin una guía moral, puede causar «daños desconocidos y nuevas divisiones» en la Humanidad.

Deberes, ayuda, medio ambiente

El Papa cree que la solidaridad debe redescubrirse no sólo como un derecho, sino como un deber, en un mundo donde en los países ricos se reclama el «derecho a lo superfluo» mientras los pobres no tienen agua potable. En ese sentido considera útiles la ayuda al desarrollo, el comercio justo y la cooperación, aunque alerta de sus sombras. Por ejemplo, los organismos internacionales que viven de los pobres para costear sus burocracias, las ONGs poco transparentes y la ayuda que se transforma en dominio cultura y pérdida de tradiciones locales.

El efecto del desequilibrio económico es, además, la destrucción del medio ambiente y el expolio de recursos energéticos. Ratzinger plantea la necesidad de un nuevo estilo de vida, sin caer en el error de «considerar la naturaleza más importante que la persona misma».

También previene contra el turismo consumista y su vertiente sexual y pide un modelo distinto. A los Estados les reclama mayor porcentaje del PIB para el desarrollo y, a nivel internacional, «una reforma urgente de la ONU y de la arquitectura económica y financiera». Es más, pide «una verdadera Autoridad política mundial», regida por la solidaridad y el derecho.

Como conclusión, Benedicto XVI reduce la esencia del mensaje a dotar de moral a la técnica. «El desarrollo es considerado a menudo como un problema de ingeniería financiera, de apertura de mercados...», mientras la paz es algo que se basa en diplomacia y acuerdos. Para el Papa, la clave son «hombres rectos», un humanismo cristiano.
RD

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