“¿Hasta cuándo, Señor? ¿Te olvidas para siempre? ¿Hasta cuándo me escondes tu rostro? ¿Hasta cuándo he de estar cavilando con el corazón apenado todo el día?” (Sal 12)
Hay mañanas en que uno querría no levantarse. Parece que todo sale mal. Pesan las ausencias, muerden los silencios, escuecen las heridas viejas y nuevas. Esos días como que cuesta más sonreir, y tratas de que no se note (aunque se nota). Te preguntan, “¿qué tal?” contestas con un “bien” que en realidad dice a las claras que no tan bien. Te sientes lejos de todo y de todos. Te preguntas por tu lugar en el mundo, sientes que nadie te quiere, y dudas de si tú quieres a alguien porque te sientes egoísta, insensible, indiferente... El trabajo parece menos interesante. Los estudios resultan más anodinos. El futuro no apetece nada… Pues quizás esos días toque reírse un poco de uno mismo. Rebajar la dosis de drama. Recordar que uno ha estado antes en esas mismas tormentas, y pasan. Apoyarse en la convicción de lo que uno ha hecho en la vida. Buscar a los otros, para compartir con ellos el mal trago o una buena cerveza. Sonreir más, si cabe
¿Cómo son tus días malos?
¿Cómo reaccionas?
pastoralsj
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