El mío tiene que ser uno de los veinte millones de ejemplares que se han vendido -y los que se venderán, morena- de una de las novelas más hermosas que he leido en los últimos años: “Las cenizas de Angela”. Angela era la madre del escritor. Y el escritor fue un venerable varón que saliò a flote de entre el mar de miserias que hundieron su vida. Un hombre llamado a la amargura y a la destemplanza, pero que fue de un temple singuilar y de una alegría interior que lo llevó muchas veces a manejar un experto sentido del humor y de las buenas maneras. Es decir: un escritor pausado, riguroso, corto en obra, profundo en intenciones, sincero consigo mismo y capaz de decir la verdad -su verdad- por encima o por debajo de cualquier tipo de convencionalismos
No he dicho que se llamaba Frank McCourt y que ha muerto hace unos días. Tampoco he dicho que nació en el Brooklyn de Nueva York cuando Nueva York no había terminado de cocer y digerir la terrible crisis del 29: cuando tanto frustrado de la vida acabó con ella, con la vida, disparándose un tiro o tiràndose al vacío desde cualquiera de los altos puentes de la ciudad. McCourt, nacido para emigrante de ida y vuelta. tenía cuatro años cuando sus padres, irlandeses fracasados en su aventura americana, decidieron regresar a la Irlanda natal, al sur de Dublin, a un estercolero casi callejón, en una vivienda que tenìa dos plantas aunque la de abajo estuviera skmpre a nado por el agua remansada y turbia que la inundaba sin remedio. El padre bebìa como una esponja. La madre se arrugaba ante tanta miseria. Los hijos -que eran seis- crecían como podìan o medio morían entre tanta pobretería. “Te volvías triste y desesperanzado”, dice McCourt, pero la dulce madre de McCourt. que era muy religiosa, siempre decía que hay gentes que hasta lo pasan peor que nosotros aunque vosotros. hijos, no os lo podáis creer. Era difícil creer a mamá.
Había que escapar de allí. McCourt volvió a Nueva York. Y se metió en la Universidad. Y estudió como un caballero. Y se fue graduando. Le encantaba la enseñanza. Enseñar a los niños. Desasnarlos. Crearles un espíritu de esperanza ilusionante. Y anduvo de escuela en escuela. Y fue amontonando recuerdos y experiencias. Y se dijo a sí mismo que,algún día, con tiempo y humor, escribiría estas pequeñas y hondas experiencias de su vida. Cosa que hizo cuando le llegó el tiempo de parar el reloj de las tareas obligadas. “Este tiempo es el tiempo que siempre he estado esperando”. Y asi nació y creció el universo de las cenizas de Angela.
Casi me sé de memoria la pàgina del “omadbaun”, que es una palabra irlandesa que se puede traducir por “necio”. Era un “omadbaun” el alumno que no supiera cosas tan sencillas como quién era el presidente de Estados Unidos. O cuánta gente había al pie de la cruz cuando la muerte de Cristo. El niño Muclahy dijo que al pie de la cruz estaban los doce apòstoles.
-Eres un omadbaun.
Pero el niño Fintan sí lo sabía. Fintan tenía que saberlo porque siempre estaba yendo a msia con su madre, que era una mujer célebre por su santidad. Es una santa a la que su marido se le fue de casa al Canadá, a cortar àrboles, feliz y contento de que no se volvieran a tener noticias suyas. Fintan y ella rezaban todas las noches el rosario, de rodillas, en la cocina, y leían revistas religiosas de todo tipo: “El pequeño mensajero del Corazón de Jesús”, “La linterna”, “El lejano oriente”, asì como todos lo libros que publicaba la Sociedad de la Verdad Católica. Iban a misa y a comulgar aunque lloviera a mares y se confiesan con los jesuitas que llevan fama de interesarse por los pecados inteligentes no por los pecasdos corrientes, que cuenta la gente que vive en los callejones, que tienenfama de emborracharse y que a veces come carne los viernes para que no se ponga mala y, encima, blasfeman…
McCourt -què pena que se haya muerto- cuenta así de bien las cosas que le pasaron en la vida. Cenizas de Angela al aire.*
Eduardo Gil de Muro
Blog "Con permiso"
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