Corazón que no ve, corazón que no emprende
Sutil e inexorablemente, mi presente va tomando conciencia del grosor de su pasado, anticipando la sospecha de un futuro con presbicia vital. El oftalmólogo me explicó ayer los síntomas. Primero, disminuye la capacidad de acomodación mental al mundo exterior que cambia. Más adelante, se pierde elasticidad emocional frente a lo nuevo percibido como hostil. Finalmente lo inevitable, la instalación de una progresiva dificultad para representar lo cercano con nitidez.
De manera casi imperceptible, uno va precisando mayor intensidad de luz para leer una situación antaño comprendida, superior distancia a la hora de enfocar problemas ingenuamente catalogados como resueltos, quizá aquella fabulosa lente, prometida infalible y todo-correctora. En estos casos yo suelo recomendar la visita a un colega boticario experto en ungüentos de saliva y barro, cuentan que milagrosos. Por cierto… ¿no conocerán por casualidad la carretera de Siloé?
Luis Carlos
pastoralsj
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