Friday, March 26, 2010

La pederastia protegida


El problema no está en la persona del papa, sino en la organización y gestión del papado
(José María Castillo).- En estos días, cuando las noticias sobre abusos sexuales de clérigos contra niños arrecian cada día más y más, se suele escuchar la disculpa de que este tipo de abusos se cometen por todas partes y por toda clase de personas. Y es verdad. Personas sin conciencia ni vergüenza, que se aprovechan de criaturas inocentes para satisfacer sus instintos, las hay en abundancia y en todos los grupos humanos. De eso no cabe duda.

Pero tan cierto como lo que acabo de decir es que, en el caso de los clérigos, se da una circunstancia que no se suele dar en otros estamentos. Los clérigos católicos, en materia de abusos sexuales con niños, han sido hasta ahora una especie protegida.
Porque los obispos y los superiores religiosos en general sabían muy bien que Roma venía controlando la situación, mediante imposiciones de silencio riguroso en un asunto tan delicado y tan vergonzoso como éste. Los clérigos, por tanto, han jugado con ventaja. Y los hechos demuestran que curas, frailes y religiosos en general se han aprovechado a sus anchas de esta "bula" al revés que Roma les ha concedido durante décadas, bastantes décadas, cualquiera sabe si durante siglos.
Es el peligro de las monarquías absolutas. Cuando el poder se ejerce por un solo hombre. Y lo hace legalmente de forma "suprema, plena, inmediata, y universal" (CIC, can. 331), inevitablemente se crean unas condiciones (sociales, jurídicas y espirituales) en las que resulta posible, y hasta probable, que sucedan estas cosas.
Porque el mandatario supremo puede decidir, imponer o tolerar lo que él considere que es lo mejor, lo más conveniente o lo más oportuno, para el bien de la institución que preside. Y entonces, cuando se tiene que afrontar un problema tan vidrioso como el de los abusos sexuales, y más si se cometen con menores, la tentación lógica es proteger a los causantes, para evitar así el escándalo ante los fieles y ante la opinión pública, para paliar las fuertes consecuencias de orden económico, y para evitar otros males que están en la mente de todos. Y así ha sido de hecho.
Así viene sucediendo desde Dios sabe cuándo. Y así, me temo, que va a seguir ocurriendo, como no se le ponga a esto un remedio tajante. El remedio, como es lógico, no es cambiar la condición humana. Tampoco lo sería permitir que los curas se casen, Porque de sobra sabemos que hay hombres casados que abusan de menores, aunque se las tienen que apañar para que la cosa no se sepa. Y es que, como ya he dicho, los curas están (en esta materia) más protegidos que los laicos.
Entonces, ¿esto no tiene remedio alguno? Lo digo con toda sinceridad: mientras la Iglesia católica siga funcionando como una monarquía absoluta, no se resuelve la situación con las garantías que humanamente se le pueden poner a este tipo de problemas, tan arraigados en las miserias de la condición humana y, por otra parte, tan relativamente fáciles de que se produzcan, dadas las condiciones en las que frecuentemente se desenvuelven y trabajan los hombres de Iglesia: educandos, dirigidos, monaguillos...
¿Solución, entonces? Lo propongo con modestia y humildad: el sistema de gobierno de la Iglesia tiene que cambiar. No está demostrado teológicamente que el papado se tenga que ejercer como se viene haciendo, sobre todo desde Gregorio VII (s. XI). El poder en la Iglesia tiene que ser controlado, compartido, vigilado. No para disminuir la autoridad de Jesucristo y del Evangelio, sino para aumentarla.
Y eso sólo será posible el día que el peso del papado y de la Curia Vaticana disminuya y se vea debidamente compartido y equilibrado por todo el episcopado mundial con la debida y razonable colaboración de sacerdotes, religiosos y laicos. No estoy pidiendo un imposible. Ni una utopía sin pies ni cabeza.
Estoy pidiendo, sencillamente, que pongamos coto a estos escándalos. Porque - insisto de nuevo - el problema no está en que el papa sea un hombre más santo, ni más inteligente, ni mejor gobernante.
Se sabe que, en 1962, precisamente en el pontificado de Juan XXIII, el Vaticano publicó el documento "Crimen Sollicitationis", en el que, entre otras cosas, se amenazaba con la pena de excomunión a quienes dieran a conocer noticias sobre "actos obscenos (cometidos por clérigos) con jóvenes de ambos sexos".
Lo digo de nuevo: el problema no está en la persona del papa, sino en la organización y gestión del papado, sea quien sea el que ocupe ese cargo.
José María Castillo

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