Sunday, March 14, 2010

Pedofilia, la cruz de la Iglesia


La ola de escándalos de pederastia en el clero comenzó en Boston en 2002 y sigue en lo más alto en Irlanda y Alemania
Ratzinger, que en 2002 quitaba hierro a la polémica, ha decidido cambiar el rumbo
Una de las frases más duras del Evangelio es la que Jesús dirige a quien escandalice a un niño: 'más le valdría atarse al cuello una piedra de molino y arrojarse al mar'. La Iglesia católica lleva casi una década pensando en esa rueda de molino. La oleada de casos de pedofilia es, sin duda, su cruz en esta década. Un tortuoso camino que arrancó el 6 de enero de 2002 en la primera página del 'Boston Globe', con la historia flagrante del reverendo John Geoghan, que abusó de 130 niños durante veinte años mientras sus superiores se limitaban a cambiarlo de parroquia. Se acababa de romper un muro de silencio. Lo cuenta Íñigo Domínguez en El Diario Montañés.

Sólo en los primeros seis meses de 2002 fueron apartados de sus cargos 218 sacerdotes y cuatro obispos en todo el país.Desde entonces se ha sucedido un goteo de casos con el mismo carácter de escándalo nacional. En Irlanda, uno de los países más católicos de Europa, ha sido traumático: el informe Ryan recoge los testimonios de 2.500 víctimas entre 1930 y 1980, en un cuadro de violencia «endémica».
En las últimas semanas se repite en Alemania. De momento afecta a 19 de las 27 diócesis, pero tiene un impacto especial porque es el país de Benedicto XVI. Su hermano Georg, director del coro de Ratisbona de 1964 a 1994, se ha visto salpicado por la denuncia de abusos sexuales y crueldad en la escolanía. Georg Ratzinger asegura que nunca tuvo noticia de ningún caso, aunque reconoció que había pegado a algún niño y que sabía del sadismo de otro responsable. Para el Papa, verle en la picota ha sido doloroso. Es su hermano mayor, una «guía» en su vida.
Pero hay más: el propio Joseph Ratzinger fue arzobispo de Munich entre 1977 y 1982 y también en esta diócesis están surgiendo escándalos. La organización católica progresista Wir sind Kirche -Somos Iglesia- le ha preguntado si tuvo conocimiento de abusos sexuales y cómo se comportó. Era cuestión de tiempo que le salpicara el asunto y ocurrió el viernes. Según el diario 'Sueddeutsche Zeitung', un cura acusado de abusar de niños fue trasladado en 1980 de Essen a Munich, donde fue asignado a trabajar en la comunidad de la Iglesia local. También allí habría cometido agresiones y aún sigue en la diócesis. El diario sostiene que el traslado fue autorizado por Ratzinger, que, por tanto, supo del caso y no lo denunció. El Vaticano replicó de inmediato que el actual Papa es ajeno al caso y que fue el vicario general, Gerhard Gruber, que hoy tiene 81 años, el único responsable.
Benedicto XVI, intransigente con el fenómeno desde que fue elegido, se halla en una posición sumamente delicada y quizá se enfrenta al peor momento de su pontificado. Y uno de los peores que han visto los últimos papas.
De este modo el escándalo toca su punto de máxima gravedad, tras una década de conmoción, cuando es precisamente Benedicto XVI quien ha ordenado actuar con la máxima dureza, cooperar con las autoridades y hacer autocrítica. Es útil mirar hacia atrás para seguir la evolución de la actitud de la Iglesia. Antes de 2002 había denuncias, pero con escaso eco. Sin embargo, de puertas para adentro ya había conciencia del problema. En mayo de 2001, por orden de Juan Pablo II, la Congregación de la Doctrina de la Fe, dirigida por Joseph Ratzinger, endureció las penas de varios delitos, con la novedad de la pedofilia. Asumió el control de esos procesos, para sustraerlos a la órbita local, con la carta 'De gravioribus delictis' (Sobre los delitos más graves).
La Iglesia ya sabía y tomaba medidas, pero ocurría a nivel interno. Todo cambió al año siguiente.
Juan Pablo II, ya muy enfermo, afrontó el escándalo de EE UU con energía, pero había una diferencia de visiones. El clero norteamericano quería 'tolerancia cero', con expulsiones inmediatas y colaboración plena con la Justicia. Es una tensión interna de la Iglesia que se ha ido repitiendo, entre sectores más abiertos y los más conservadores. Sin embargo el Vaticano les frenó. Wojtyla, marcado por su vida en el régimen comunista polaco, donde se recurría a falsas acusaciones contra sacerdotes, advirtió del riesgo de procesos sumarios «como los del régimen soviético».
El primer análisis del cardenal Castrillón Hoyos, en rueda de prensa, es revelador de cómo se tomó la cuestión la Santa Sede. Comenzó así: «En el ambiente de pansexualismo y libertinaje sexual creado en el mundo, algunos sacerdotes, también ellos hombres de esta cultura, han cometido el gravísimo delito del abuso sexual». Y después subrayó: «No hay todavía una estadística precisa comparativa sobre otras profesiones, médicos, psiquiatras, educadores, deportistas, periodistas, políticos u otras categorías comunes, incluidos padres y parientes. Por lo que sabemos, el 3% del clero americano tendría tendencias al abuso de menores». Por último explicó que la Iglesia actuaba según el derecho canónico, «concebido dentro de la tradición, apostólica, de tratar dentro las cosas internas, lo que no significa sustraerse al ordenamiento civil».
La sensación que transmitió fue la de echar balones fuera y, lo más chirriante, una forma de vivir al margen de las reglas del mundo. La Iglesia, ensalzando las virtudes del código canónico, cuyo máximo castigo es la reducción al estado laico, parecía vivir en otro planeta, cuando las víctimas y la sociedad sólo veían criminales impunes que debían ser enviados a la cárcel cuanto antes. Del mismo modo, mientras presumía del documento 'De gravioribus delictis' como una medida rigurosa, lo que llamaba la atención a un observador externo era el secreto pontificio sobre las denuncias, que se cursaban a nivel interno. También había algo más profundo. Los sectores más conservadores veían cómo se tocaba y ponía en duda la autonomía y superioridad moral de la institución, que da prioridad al proceso canónico. Por último, se imponía la cuestión económica: las primeras indemnizaciones millonarias en EE UU amenazan con la quiebra a varias diócesis.
Muchos en la Iglesia sólo veían una campaña anticlerical que exageraba el problema.
El Vaticano ha tardado años en decir explícitamente que los sospechosos debían ser llevados ante los tribunales: tras sucesivas menciones genéricas a la necesidad de justicia desde Juan Pablo II, fue en julio de 2008, en la visita de Benedicto XVI a Sydney. Lo repitió el mes pasado a los obispos irlandeses y volvió a sonar a nuevo. Ha sido Ratzinger, que en 2002 quitaba importancia a la polémica, quien ha cambiado el rumbo impresionado por el fenómeno. Es célebre su sombría llamada del Via Crucis de 2005, días antes de ser elegido pontífice, a limpiar «la suciedad» de la Iglesia. Las cosas cambiaron, pero el resto de argumentos defensivos se han mantenido. Este miércoles volvió a usarlos el portavoz vaticano, Federico Lombardi. La tesis es que hay casos de pedofilia en otras religiones y en toda la sociedad, pero no son noticia, y que estadísticamente afectan a una pequeña parte de los 409.000 sacerdotes del mundo.
El recurso de echar la culpa a la sociedad es paradójico. La Iglesia ha tomado el escándalo como pretexto para atacar la liberación sexual de los sesenta, origen a su juicio del problema. Autores católicos han acusado a voces progresistas del pasado que defendían entonces el sexo con niños como signo de emancipación. También se ha aprovechado para endurecer la postura sobre la homosexualidad, mediante una ecuación sesgada que la identifica con la pedofilia. De ahí partió una revisión de los criterios de entrada al seminario, que vetaba expresamente a los gays. Y la Iglesia también se puso a la defensiva sobre el celibato. Ya en el primer encuentro de Juan Pablo II y los obispos de EE UU el punto cuatro de las conclusiones anticipaba: «No puede ser científicamente probada una relación entre celibato y pedofilia». Sin embargo, la cuestión resurge periódicamente y el arzobispo de Viena, Christopher Schonborn, volvió a mencionar el jueves el celibato como uno de los temas a analizar. A Austria, como a Holanda, también está llegando la ola de denuncias de Alemania: ese mismo día eran suspendidos tres curas del monasterio de Kremsmuenster.
RD

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