Antonio Duato, 13-Mayo-2011
Hoy se ha publicado una nueva Instrucción Ecclesia Dei sobre la liturgia preconciliar en latín. La Misa en latín ya estaba readmitida desde 2007, como una “forma extraordinaria” del único rito romano renovado después del Concilio. Pero, como la mayoría de los obispos del mundo no fomentaban esta experiencia restauradora, para no favorecer esa “guerra de misas” que dividiría las comunidades en una reforma del Vaticano II pacíficamente aceptada, esta nueva Instrucción –explicada por la nota de prensa del Vaticano– le da prácticamente a la forma en latín un estatuto de paridad con la forma ordinaria de la liturgia que hoy tenemos desde 1970, incluso no sólo para la misa sino para la celebración de otros sacramentos.
Conste que el que se manifieste el pluralismo en la Iglesia respecto a expresar la fe en distintas formas de culto, no nos parece mal. Si esa diversidad existe en la realidad, que quede de manifiesto. Y que haya una oferta de formas para todos los gustos. Según la actual instrucción, cuando a un párroco se le presenten cinco o diez fieles, de su parroquia o de otras, con la pretensión de celebrar una misa en latín, deberá facilitarles todo con “un espíritu de generosa hospitalidad” (nº 17 #1).
Pero como esas formas litúrgicas se apoyan en teologías muy diferentes, pedimos que, esa amplitud hacia la diversidad de teologías con las que hoy se manifiesta y expresa la fe en la Iglesia. En todas las facultades teológicas debería haber libertad para asistir a cursos de teología escolástica repetitiva y a cursos de teología creativa renovadora. Eso sería justa expresión de la Iglesia universal plural, sin imposiciones.
Si quieren, que levanten la excomunión a los lefebvrianos, con la única condición de que ellos no excomulguen a los demás. Pero que se levante las excomuniones y exclusiones de cátedra todos los teólogos que siguen alimentando la fe de muchos cristianos en el mundo actual.
Pero me temo que lo que la cúspide quiere es borrar todo rastro del Vaticano II y de la apertura que con él se instaló en la Iglesia.
Como Pío IX se aferró a sus poderes y a su infalibilidad frente al mundo moderno (aunque no por ello reconquistó su título de Rey de Roma), el papado moderno se aferra a canonizarse a sí mismo y a llevar a los católicos hacia la ilusión de una iglesia medieval restaurada, con latinajos y todo (y con la capa magna de nuestro Antonio Cañizares, que está detrás de todo esto) , aunque no por ello va a recobrar el esplendor y el reconocimiento de su autoridad paraimperial que tuvo en el Medioevo.
ATRIO
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