El día que a don Gonzalo Torrente Ballester le habló un benedictino alemán del Cuerpo Místico se quedó perplejo. Tal como cuenta en sus Memorias de un inconformistacambió sus parámetros para entender la Iglesia. “Me permitieron entender de manera distinta, desde dentro, aquella ‘reunión de los fieles cristianos’ dedicada a la beneficencia, a la enseñanza, al control moral de la sociedad, a la administración de los sacramentos y al práctica de unas ceremonias”. El gran escritor gallego descubrió que la Iglesia es “un cuerpo gigantesco que ora”. Fue “como penetrar en el interior de una realidad que, hasta entonces sólo había conocido por sus efectos y en su apariencia”.
La Iglesia, que fue una auténtica cantera de información después del Concilio, se ha reducido en los últimos años a pasto para gacetilleros de sucesos escandalosos. Ni siquiera sus mejores teólogos y ensayistas, los fieles que luchan en las fronteras de la pobreza, la increencia o el diálogo interreligioso, aparecen en los medios. No digamos de esta inesperada expectación mundial ante el cónclave que se debate entre el espectáculo hollywoodiense y el cotilleo de sacristía.
Por tanto los desafíos que se presentan al nuevo Papa sólo pueden entenderse “desde dentro”, es decir a partir de una asamblea que se construye desde la fe de sus miembros y del Cuerpo Místico, evidentemente compuesto por seres de carne y hueso, con sus debilidades y grandezas.
Esto supuesto, ¿qué retos se le plantea al nuevo papa? Voy a referirme a los desafíos concretos como pastor de la Iglesia. Prescindo aquí como obvios de los que provienen del marco o contexto universal: Un mundo azotado por algunos males de la globalización, como son la división entre ricos y pobres; la desindustrialización, pobreza e inmigración que causan el surgimiento de enclaves del “Sur” en medio de las metrópolis del “Norte”, mientras que en muchos países en desarrollo, los ricos se “encierran” en “islas de prosperidad”, en sus condominios cerrados, protegiéndose de las masas pobres.Por eso, “norte” y “sur” ya no son más claramente definibles como grandes bloques opuestos. Lo que comúnmente llamaríamos “norte” o “sur” se penetran mutuamente, sin superar sus contradicciones internas. A través de la competencia ilimitada, el mundo parece unirse y fragmentarse simultaneamente.
A ello hay que añadir otros desafíos bien conocidos para los creyentes como son las actuales guerras, algunas de ellas religiosas, la secularización, la soledad de una sociedad hipercomunicada, el desastre ecológico de una naturaleza considerada para el hombre de fe como “templo de Dios” profanado, la trivialización de los medios, la homogenización de la cultura y un largo etcétera.
He aquí por tanto los diez desafíos más concretos para el gobierno de la Iglesia.
- PROCLAMAR LA “BUENA NOTICIA”.
Parece obvio pero no lo es. La cúpula de San Pedro, la teatralidad de la Sixtina, el ceremonial milenario, nos pueden hace olvidar que el protagonista aquí es Jesús de Nazaret, un carpintero de aldea que, convertido en “predicador rural”, desestabilizó los poderes del Israel de su tiempo e incluso del Imperio ocupante. Aceptado por sus seguidores como Hijo de Dios, su vida y sus palabras han atravesado los siglos desde Pedro a nuestros días.
El primer reto de la Iglesia es proclamar a Jesucristo y su evangelio. La cuestión es: ¿esa Buena Noticia perturba a los grandes poderes políticos, económicos y sociales de hoy? ¿O se ha convertido en un tranquilizador de conciencias? Juan Pablo II y Benedicto XVI han hablado de Nueva Evangelización. Pero cabe preguntarse si los que la reciben y acuden a las grandes concentraciones son los convencidos, los miembros de movimientos eclesiales, o el pueblo de la calle que, como en Galilea, se encuentra como “ovejas sin pastor”. Una evangelización cuyos preferidos han de ser los más pobres.
- DIALOGAR CON EL MUNDO DE HOY
Jesús era un hombre del pueblo que hablaba a pescadores y campesinos de su tiempo con el lenguaje del campo y la pesca y sabía de cerca sus necesidades. La Iglesia a partir de Juan XXIII abrió sus ventanales al mundo en un proceso sin precedentes. Sin embargo muchos observadores consideran que últimamente se halla a la defensiva, parapetada en sus castillos de invierno, frente a un mundo “malo” que la ataca. En esto parece no ser fiel al espíritu de la Gaudim es spes, el gran documento conciliar que valoraba positivamente los logros del mundo moderno.
Si la Iglesia no baja a la plaza del pueblo, se mete en el bar y charla con el increyente y el agnóstico –oh don Camilio y Peppone, ¿dónde andáis?- perderá el tren de la historia. Esto, a un nivel superior, implica además un diálogo con la cultura: la ciencia, el pensamiento, y cosmovisiones tan diversas de un mundo globalizado. ¿Cómo no evocar al cardenal Martini en sus conversaciones con intelectuales italianos? Es tanto como admitir que la inculturación, término acuñado por el padre Arrupe, es la única manera de releer el cristianismo en otras culturas.
- ACELERAR EL ECUMENISMO
Otra de las asignaturas pendientes, pese a los esfuerzos realizados por los últimos papas, es el acercamiento real con otras religiones y particularmente a las demás confesiones cristianas. Fue el gran paso del Vaticano II. Pero temas como la radicalización del Islamismo y el conflicto judeo-palestino hacen que los pasos de la Iglesia católica se hayan reducido a gestos simbólicos, una situación recrudecida por la persecución anticristiana en países árabes.
Aunque prosiguen las conversaciones teológicas con otros cristianos, la ordenación de mujeres en confesiones protestantes, sus posturas hacia los homosexuales y la involución de la propia Iglesia católica las alejan de hecho. Sólo recuperar el espíritu de Asís y las experiencias de oración en común pueden acelerar un encuentro más profundo.
- DESBLOQUEAR LA COLEGIALIDAD
En la Iglesia no existen conceptos como “democracia” o “soberanía popular. Pero sí “colegialidad” o “Pueblo de Dios”. El Vaticano II dio gran importancia a la función a la corresponsabilidad del centro y la periferia, que “puede ser ejercida por los Obispos dispersos por el mundo a una con el Papa, con tal que la Cabeza del Colegio los llame a una acción colegial” (Lumen Gentium, 66). Pero de hecho el Sínodo sólo ha funcionado como órgano consultivo y no deliberativo y el papado sigue actuando como una monarquía absoluta. ¿No es hora de recuperar este espíritu de participación de la catolicidad? Lo mismo se podría hablar del concepto de Pueblo de Dios: ¿No ha llegado la hora de la mayoría de edad de los laicos para que tengan la oportunidad de aportar su experiencia y su palabra?
- REPLANTEAR LA MORAL SEXUAL
La Iglesia no puede renunciar al mensaje de Jesús, donde la personalización de las relaciones sexuales se han de basar en el amor. En otras palabras la Iglesia siempre estará en contra del sexualismo sin alma hoy dominante. Pero a partir de Häring y, entre nosotros Marciano Vidal, se impulsó una línea de “moral de actitudes”, que valora la orientación total de la persona sobre mera “moral de actos”.
No se trata de renunciar al decálogo y a los ideales evangélicos, pero hay matices que deberían ser contemplados, por ejemplo en el caso de la comunión de los divorciados vueltos a casar, o el uso del preservativo en prevención del sida o como mal menor. En todo caso el nuevo papa tiene el desafío de enfocar esta moral en positivo más que como un mero catálogo de prohibiciones.
- REDIMENSIONAR EL PAPEL DE LA MUJER
Los últimos papas han subrayado la importancia del papel de la mujer en la Iglesia en cuanto virgen y madre. Pero, como en otros temas, evoluciona a remolque del progreso de la sociedad. Su cuota de influencia en las decisiones sobre la vida eclesial es prácticamente nula. Juan Pablo II llegó a decir a la IV Conferencia de la ONU en Pekín que “no deberían existir dudas de que sobre la base de su igual dignidad con el hombre, las mujeres tienen pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos públicos y su derecho debe ser afirmado y protegido incluso por medio de instrumentos legales donde se considere necesario”. Sin embargo el mismo Juan Pablo II en su carta apostólicaOrdinatio Sacerdotalis afirma solemnemente que “con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”. Cabe preguntarse si es una cuestión inamovible. La intervención de algunos padres sinodales apuntó a que al menos, como se puede en teoría ser cardenal sin ser obispo, podría ser esta una manera de que la mujer participara en el gobierno de la Iglesia.
- REVISAR LA LEY DEL CELIBATO
El celibato no es ley de “derecho divino”, sino disciplinar. Sabemos por el Evangelio que el apóstol Pedro tenía suegra. De hecho esta ley no se impone hasta el concilio de Elvira del año 300, donde se comenzó a formular la prohibición del uso del matrimonio para los clérigos. El concilio in Trullo del 691, fijará de manera definitiva la legislación de las iglesias orientales separadas de Roma por la fuerza de Bizancio, la ley de continencia perfecta es estrictamente mantenida para el obispo, mientras que los otros miembros del clero (subdiáconos, diáconos y sacerdotes) son autorizados a vivir con su mujer. Trento lo reactivó.
Pablo VI en la encíclica Sacerdotalis coelibatus confirmó plenamente esta disciplina. Y el sínodo de 1971 sobre los sacerdotes confirmó la ley de celibato y así quedó reflejado tanto en el Código de Derecho Canónico de 1983 (canon 1037) como en el Catecismo de Juan Pablo II (números 1579-1580). Pero los sacerdotes de rito oriental dentro de la propia Iglesia católica pueden contraer matrimonio. Eso sí, hacerlo antes de ordenarse, y los que se casan no pueden acceder al episcopado. La abolición de la ley del celibato podría cooperar a las valientes medidas contra la pederastia emprendidas por Benedicto XVI, un reto que continúa vigente para el nuevo papa. y facilitar el ecumenismo.
- REFORMAR LA CURIA ROMANA
La curia romana, como toda “corte” o aparato de gobierno se presta al tráfico de influencias y poderes en la sombra. Las recientes filtraciones de los Vatileaks y la sentencia condonada al mayordomo Pauletto suena a un cierre en falso de una corrupción interna y una guerra oscura en el interior de la curia. Al nuevo papa le esperan en una caja fuerte los informes secretos encargados por Benedicto XVI, que parece influyeron de alguna manera en su renuncia. Detrás están también las recientes decisiones sobre la “banca” vaticana. La reforma de la curia será, desde el punto de vista humano, el más ominoso desafío del nuevo papa.
- MEJORAR LA COMUNICACIÓN Y COMUNIÓN
Más que nunca vivimos en una aldea global. Pero, a pesar de sus órganos informativos y de unos escarceos papales tuiwteando –al papa teólogo lo que realmente le apetecía es escribir en su gabinete-, la Iglesia tiene problemas de comunicación. Primero, en su lenguaje secular de encíclicas y documentos episcopales. Segundo, por una cuestión de imagen ante las cámaras. Tercero, por un miedo casi visceral del prelado a declarar ante la “alcachofa”. Comunicar está íntimamente ligado a una actitud de transparencia y abandono del secretismo. Pero la credibilidad de la propia Iglesia está también ligada a que no sólo sea creíble para el mundo de hoy, sino que también, sepa ofrecer su mejor imagen.
Pero también urge mejorar la comunicación interna, que en lenguaje teológico se denomina comunión. En los últimos tiempos el apoyo jerárquico casi exclusivo a un sector de la Iglesia que suele identificarse como los “nuevos movimientos”, en general de carácter conservador, ha provocado una grave herida en el interior de la comunidad eclesial, creando graves divisiones, por no decir el surgimiento de verdaderas “sectas” dentro del catolicismo. Esto aparece de forma escandalosa a través de Internet, con la publicación de webs de diverso signo que fomentan el insulto e incluso la agresividad contra cualquier opinión divergente. Por tanto un gran desafío será recuperar la unidad y la caridad dentro de la diversidad, sin impedir lo que Pío XII defendía una “opinión publica” necesaria dentro de la Iglesia.
- RESPONDER AL HAMBRE DE MÍSTICA Y JUSTICIA
El teólogo Karl Rahner decía que “si el siglo XX, fue el siglo del hombre, el XXI será místico o no será”. Hoy el hambre de misterio se manifiesta por mil caminos: esoterismo, mancias, milienios, New Age. Muchos buscan en Oriente métodos de oración, cuando la Iglesia católica tiene una gran tradición de maestros espirituales.
Hay un despertar de la conciencia, por lo que la búsqueda directa de Dios, mediante la meditación y contemplación, no puede estar reservada a los monasterios y la clausura. El nuevo Papa debe vehicular esta resurgir espiritual en medio del materialismo reinante.
Sin olvidar nunca a los predilectos de Jesús (“Bienaventurados los pobres”. “Los pobres son evangelizados”. “Porque tuve hambre…” Mt 5, 1-12; 11,5; 25, 5-46 y Lc 7,22). La Iglesia se ha ocupado especialmente de la justicia en su Doctrina Social, sobre todo a partir de Leon XIII y a través de la educación en escuelas gratuitas y cientos de formas de beneficencia. Pero algunos la acusan de una acción de mera caridad frente al paso previo de comprometerse con la justicia, amordazando o resituando hasta casi anularlos a los teólogos de la liberación. Más allá de toda ideología o excesiva horizontalización, muchos desearían que el nuevo papa pudiera ser conocido como el “Papa de los pobres”.
Estos diez mandamientos o desafíos, se encierran en dos: aplicar en toda su extensión el olvidado Vaticano II, y recuperar la credibilidad de la Iglesia en el corazón de la gente.
Publicado en el diario EL MUNDO (14-III-2013)
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