JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Los cardenales se reúnen en cónclave, “bajo llave”, que eso significa cum clavis en latín. Y desde comienzos del siglo XIII, después de largas etapas en las que la elección del Obispo de Roma era de otra manera, los cardenales se alejan de presiones, se encierran un tiempo y piensan cuál de ellos es el mejor.
Tarea importante, tarea de gran responsabilidad. Estas han sido las elecciones que más interés han despertado en la historia. Avanzadas en su momento por no ser dinásticas, ahora pueden parecer obsoletas. En Roma se elige al representante del mayor poder espiritual del mundo hoy. No es baladí que la Plaza de San Pedro se convierta en un foco de interés mundial. La sala de máquinas de la nave del pescador de Galilea atrae la atención del mundo.
No debe de ser fácil elegir. Si en los últimos años, la elección ha venido siendo acertada, por qué ahora no lo va a ser. El caso del hoy Pontífice emérito es un ejemplo de quien entró con una feroz campaña en contra y se marcha con el aplauso general.
Es el Espíritu Santo, dicen quienes de forma simplista quieren cubrir bajo sus alas los fallos humanos, los intereses creados y las alianzas legítimas y se niegan a ver miserias bajo la púrpura. Es el Espíritu Santo, repiten quienes viven esta elección como un misterio oscurantista cargado de anacronismos históricos.
Dios viene a ver a los cardenales, pero se olvida de otros rincones, de otros asuntos, de otros quehaceres. Vivir en la creencia muda de que el Espíritu Santo se cuela por las rendijas de la Capilla Sixtina y, tras detenerse sobre uno de los reunidos, se vuelve fumata blanca, no deja de ser una pueril explicación que al mundo no convence, hace sonreír y muestra una fe infantil, débil, hecha de viejas leyendas. Pero los símbolos son los símbolos, y arrancarlos de nuestro lado trae consecuencias nefastas.
Pero sí. Es el Espíritu Santo el que mueve a su Iglesia en esta y en otras ocasiones. Y lo hace con el respeto a la libertad, contando con la debilidad de cada uno, y usando esas mediaciones humanas, demasiado humanas de quienes están contemplando el fresco de la capilla pintada por Miguel Ángel. Es la mediación de la debilidad, de la estrategia, de la geopolítica, de las disensiones internas en la institución, de los deseos de manipulación desde afuera, de los muchos intereses que acuden en estos días a la Capilla Sixtina, en donde más de un centenar de hombres, entrados en edad, con una larga historia de trabajo y de amor a la Iglesia, procedentes de muchos lugares del mundo, deciden por todos.
Es el Espíritu Santo el que, revestido de oropeles, con suaves cadencias, señala a uno de ellos. Y, una vez elegido, con sus luces y sus sombras, el Espíritu del Señor mejora la calidad de elegido. Ahí sí se ve su acción renovada.
Vida Nueva
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