La hermana del papa: «Es también por esta razón que él jamás apoyó a Videla. Ayudó a muchos perseguidos»
«Mi padre escapó de Italia por el fascismo: ¿os parece posible que mi hermano fuera cómplice de una dictadura militar? Hubiera sido como traicionar su memoria».
María Elena Bergoglio es muy amable, y determinada. Imposible confundirla: es la fotocopia femenina de su hermano Jorge y última sobreviviente, junto con él, de la familia que el papá Mario y la mamá Regina llevaron del Piamonte a la Argentina.
—¿Vuestro padre os hablaba de Italia?
—Siempre: cómo se vivía, los valores. Nos crió con el amor por nuestra tierra de origen.
—¿Os hablaba en italiano?
—No, con nosotros hablaba siempre en perfecto castellano. Por la noche, sin embargo, se reunía con los tíos, y ese era el momento en el que todos hablaban en italiano, preferiblemente en dialecto piamontés.
—¿De qué hablaban?
—Principalmente de la belleza de su tierra, que se mantuvo como un sueño toda la vida. Después, de cuánto habían sufrido durante la Primera Guerra Mundial, en la que habían participado. Y se lamentaban del fascismo.
—Pero ¿no habían emigrado por razones económicas?
—Mire, la situación era difícil, pero las cosas que nuestra familia necesitaba no faltaban. Recuerdo que mi padre repetía a menudo que la llegada del fascismo era la razón que lo había impulsado verdaderamente a marcharse.
—¿Es por eso que la irritan las acusaciones contra su hermano que argumentan que no obstaculizó a la junta militar?
—¿Le parece posible? Hubiera significado traicionar la lección que nuestro padre nos había enseñado con su difícil elección de vida.
—En Argentina, muchos sospechan que detrás de las acusaciones se esconde, por lo menos, la complacencia del gobierno: no es un misterio que la presidenta Fernández, y antes que ella, su marido, Néstor Kirchner, han tenido problemas en su relación con la Iglesia.
—No sé si las críticas son un producto de la izquierda. Creo que son espinas que forman parte del camino, y Dios se encargará de quitarlas.
—¿Cómo se comportó su hermano durante los años de Videla?
—Protegió y ayudó a muchos perseguidos por la dictadura. Eran tiempos oscuros y era necesaria la prudencia, pero su compromiso con las víctimas es cierto.
—¿Habéis regresado juntos a Italia?
—Sí, cuando fue consagrado cardenal. Fuimos a Turín y luego a Portacomaro, el lugar del que había partido mi padre. Le confieso que fue conmovedor. El lugar es magnífico, paseamos juntos por las colinas cercanas. Pero ver la casa donde había nacido mi padre, el jardín en el que había jugado de niño, la cantina donde nuestro tío hacía el vino: indescriptible, una emoción que no se puede expresar con palabras.
—¿Cómo era Jorge de joven?
—Un adolescente normal. Educado, estudioso: le gustaba la química. Era amigable y me protegía mucho, a mí que era la más pequeña.
—¿Qué le gustaba hacer?
—Jugaba siempre al fútbol con los amigos del barrio, y cuando creció desarrolló pasión por el tango.
—¿Cómo nació su vocación?
—Es difícil decirlo, son procesos muy personales. Pero una vez finalizados los estudios, tenía muy claro que deseaba entrar al seminario.
—Ha elegido Francisco como nombre, y en Buenos Aires todos lo conocen por el humilde trabajo en favor de los pobres: ¿es este el programa con el que desea reformar a la Iglesia?
—Sí. Ha dedicado toda su vida al mensaje basilar de Jesús. Todos los creyentes piden un cambio, pero debemos comprender que el cambio puede nacer solo dentro de nosotros. Somos nosotros los que debemos acompañar a la Iglesia con la oración, la verdadera conversión, y un cambio de actitud.
—¿Viajará a Roma para la toma de posesión?
—No, mi hermano me ha pedido que destine el dinero del viaje a obras de caridad. Haré lo que él dice.
—Usted ha contado que se conmovió cuando su hermano la presentó ante Juan Pablo II, pero que la impresionó el halo de soledad que vio en sus ojos.
—Es verdad, y este es el mayor temor que tengo por mi hermano: no lo dejemos solo. El papa Francisco le pide a la Iglesia que regrese al camino, pero nosotros, los fieles, debemos caminar con él.
María Elena Bergoglio es muy amable, y determinada. Imposible confundirla: es la fotocopia femenina de su hermano Jorge y última sobreviviente, junto con él, de la familia que el papá Mario y la mamá Regina llevaron del Piamonte a la Argentina.
—¿Vuestro padre os hablaba de Italia?
—Siempre: cómo se vivía, los valores. Nos crió con el amor por nuestra tierra de origen.
—¿Os hablaba en italiano?
—No, con nosotros hablaba siempre en perfecto castellano. Por la noche, sin embargo, se reunía con los tíos, y ese era el momento en el que todos hablaban en italiano, preferiblemente en dialecto piamontés.
—¿De qué hablaban?
—Principalmente de la belleza de su tierra, que se mantuvo como un sueño toda la vida. Después, de cuánto habían sufrido durante la Primera Guerra Mundial, en la que habían participado. Y se lamentaban del fascismo.
—Pero ¿no habían emigrado por razones económicas?
—Mire, la situación era difícil, pero las cosas que nuestra familia necesitaba no faltaban. Recuerdo que mi padre repetía a menudo que la llegada del fascismo era la razón que lo había impulsado verdaderamente a marcharse.
—¿Es por eso que la irritan las acusaciones contra su hermano que argumentan que no obstaculizó a la junta militar?
—¿Le parece posible? Hubiera significado traicionar la lección que nuestro padre nos había enseñado con su difícil elección de vida.
—En Argentina, muchos sospechan que detrás de las acusaciones se esconde, por lo menos, la complacencia del gobierno: no es un misterio que la presidenta Fernández, y antes que ella, su marido, Néstor Kirchner, han tenido problemas en su relación con la Iglesia.
—No sé si las críticas son un producto de la izquierda. Creo que son espinas que forman parte del camino, y Dios se encargará de quitarlas.
—¿Cómo se comportó su hermano durante los años de Videla?
—Protegió y ayudó a muchos perseguidos por la dictadura. Eran tiempos oscuros y era necesaria la prudencia, pero su compromiso con las víctimas es cierto.
—¿Habéis regresado juntos a Italia?
—Sí, cuando fue consagrado cardenal. Fuimos a Turín y luego a Portacomaro, el lugar del que había partido mi padre. Le confieso que fue conmovedor. El lugar es magnífico, paseamos juntos por las colinas cercanas. Pero ver la casa donde había nacido mi padre, el jardín en el que había jugado de niño, la cantina donde nuestro tío hacía el vino: indescriptible, una emoción que no se puede expresar con palabras.
—¿Cómo era Jorge de joven?
—Un adolescente normal. Educado, estudioso: le gustaba la química. Era amigable y me protegía mucho, a mí que era la más pequeña.
—¿Qué le gustaba hacer?
—Jugaba siempre al fútbol con los amigos del barrio, y cuando creció desarrolló pasión por el tango.
—¿Cómo nació su vocación?
—Es difícil decirlo, son procesos muy personales. Pero una vez finalizados los estudios, tenía muy claro que deseaba entrar al seminario.
—Ha elegido Francisco como nombre, y en Buenos Aires todos lo conocen por el humilde trabajo en favor de los pobres: ¿es este el programa con el que desea reformar a la Iglesia?
—Sí. Ha dedicado toda su vida al mensaje basilar de Jesús. Todos los creyentes piden un cambio, pero debemos comprender que el cambio puede nacer solo dentro de nosotros. Somos nosotros los que debemos acompañar a la Iglesia con la oración, la verdadera conversión, y un cambio de actitud.
—¿Viajará a Roma para la toma de posesión?
—No, mi hermano me ha pedido que destine el dinero del viaje a obras de caridad. Haré lo que él dice.
—Usted ha contado que se conmovió cuando su hermano la presentó ante Juan Pablo II, pero que la impresionó el halo de soledad que vio en sus ojos.
—Es verdad, y este es el mayor temor que tengo por mi hermano: no lo dejemos solo. El papa Francisco le pide a la Iglesia que regrese al camino, pero nosotros, los fieles, debemos caminar con él.
Vatican Insider
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