Pocas personas pueden presumir de poseer el don innato de captar absolutamente la atención de su interlocutor. Pedro Miguel Lamet (Cádiz, 1941) lo tiene. Y lo domina sin afectación, ni aspavientos. Su mirada transmite alegría y vitalidad. Su tono y sus palabras, el aplomo de saber lo que está diciendo. Quizás en este aplomo sin aditivos tenga algo que ver que nació «rodeado de mar». Él, por si acaso, intenta no perder “la guasa gaditana”, pese a que su vida le llevó por derroteros lejanos de su cuna hace años. En su maleta acumula más de 30 libros publicados, direcciones de revistas como Vida Nueva, participación en periódicos míticos en la historia reciente española como ‘Diario 16′. En su carné falta espacio para sus ‘oficios’: periodista, escritor, diplomado en Cinematografía y, ante todo, jesuita. En su pasaporte, faltan páginas para este “gaditano por el mundo” que desde ayer ha recalado en su tierra para predicar los cultos de El Perdón.
En una esquina del Café Royalty iluminada por la tibia luz de un miércoles plomizo y húmedo, Lamet habla sin tapujos, aunque sopesando sus palabras. “Matiza esto”, apunta con tono de consejo, “aclara esto otro”, explica un periodista de raza que se conoce de qué va el paño en los medios de comunicación. A fin de cuentas la palabra es su herramienta desde hace años. Tanto bagaje como viajero de las letras causa cierto reparo, casi pudor, para su interlocutor. Suerte que Lamet lo pone bien fácil.
-Viene usted a predicar los cultos de una cofradía en su tierra, ¿qué opinión le merece esta forma que tiene el sur de vivir su religiosidad?
-Es como una catequesis viviente y aunque sea un poco superficial, en realidad va calando como una lluvia mansa. Al final hay un poso de religiosidad en Andalucía que yo no encuentro en otras regiones donde la secularización ha calado más. Porque aquí queda algo de ese aspecto luminoso, misterioso, en la vida cotidiana de la gente através de esa religiosidad. Tiene un valor que debe aprovecharse y desarrollarse a través de una formación y cultura religiosa.
-Una expresión religiosa que, no pocas veces ha sido denostada desde distintos frentes, ¿corre el riesgo la religiosidad popular de una banalización excesiva?
-Creo que es un riesgo del mundo de hoy en general. Hemos llegado a una superficialidad en casi todo. El mundo de la imagen, de la hipercomunicación, hace que todo sea enormemente efímero y superficial. Ese problema de profundización aparece en todas las dimensiones, pero en la religiosa es mucho más grave. La religión supone un encuentro con lo más profundo del hombre y si eso se convierte en cuantos candelabros llevamos, ese capillismo tan típico de las cofradías pues es verdaderamente peligroso. Por eso hay que dar el salto.
-Cofrades o no, la renuncia del Papa ha marcado la presente Cuaresma, ¿qué versión apuesta por creer sobre los motivos de su renuncia?
-Es una suma de elementos. Por un lado, está la edad que pesa y la enfermedad que va unida a la edad: no ve de un ojo, tiene la rodilla fastidiada, lleva un marcapasos… Por otra, el peso de la Cruz que lleva: la pederastia, que la ha afrontado de forma muy valiente, y los ‘Vatileaks’ o las corruptelas del Vaticano que él ya no se siente con fuerzas de arremeter porque es un tema muy grave. Eso se une al hecho de que es un hombre de gabinete que heredaba una situación muy compleja porque Juan Pablo II, al ser tan pastoral, se dedicaba mucho a viajar y a vivir hacia afuera y no podía atender del todo a la reforma de la curia. Esa reforma que Benedicto XVI pretendía y que parece que no se ha sentido con fuerzas por el hecho de ser un hombre tímido e intelectual. Así como Juan Pablo II era un hombre muy hacia fuera, este era muy hacia dentro.
-Se habla de informes, escándalos a punto de salir a luz y de un Benedicto XVI abatido por esta situación, argumentos que suenan casi a novela de intrigas. Como periodista y sacerdote, ¿qué opinión le merece todas estas informaciones que en los últimos tiempos sacuden al Vaticano?
Literariamente el Vaticano siempre ha sido un ‘bocatto di cardinale’. Se une la fascinación de lo religioso que siempre es visto como algo oculto, casi esotérico, con la belleza que tiene el Vaticano desde el punto de vista escenográfico. Todo eso es como el cine. Asistir a una de estas ceremonias de elección, muerte de papa o la despedida, en este caso, es para la RAI (una cadena de televisión italiana) un despliegue. Eso hace que se una lo misterioso con el secreto vaticano. El problema es saber qué es verdad y qué no lo es. He trabajado en Roma como periodista y los vaticanistas, a parte de que el periodismo italiano es muy poco de fiar en general, tienen una capacidad de imaginar casi extraterrestre. A eso se une que en este caso hay un hecho objetivo: hay una gran división interna en los cardenales italianos. Según las últimas noticias que salen de Roma eso ya está afectando a la imagen del futuro papa. Esto no nos debe escandalizar porque la Iglesia está compuesta de hombres y Dios actúa a través de mediaciones humanas. Por tanto, es algo que no quita que haya hombres santos y santidad dentro de la Iglesia.
-¿Qué destacaría del pontificado de Benedicto XVI?
-Destacaría dos cosas. Primero que supo cambiar de ‘chip’. Se dio cuenta que tenía una imagen dura de inquisidor, de martillo de herejes. Esa imagen que fue un servicio que le pidió su antecesor, la ha limpiado gracias a una gran bondad, una gran sencillez y una gran sobriedad. Eso es lo que más me gusta de este Papa, es un intelectual metido a Papa que ha conseguido hacer un pontificado hacia dentro. Sin duda los dos puntos más importantes de su papado, a parte de otros como el ecumenismo o sus encíclicas, ha sido atacar con toda limpieza el problema de la pederastia y ahora esta renuncia que es histórica. Supone desmitificar el papado convirtiéndolo en servicio y humildad. Resumiría toda su actividad en el gesto final de convertirse en “un peregrino en su última etapa”. Otro punto muy interesante es haberse mantenido trabajando como teólogo ya que no podía renunciar a eso. Distinguió su magisterio como Pastor de sus libros como teólogo que son excelentes.
-¿Sentará precedente?
-Dependerá del Papa que venga detrás, pero tendría que ser un Sumo Pontífice muy desnaturalizado para, en una situación de gran vejez, no seguir esa línea. Es muy oportuna para una época en la que la longevidad ha aumentado de forma llamativa.
-¿Qué perfil de Sumo Pontífice necesita actualmente la Iglesia?
-Necesita un hombre que no de espaldas al mundo, que abandone los castillos de invierno y una actitud defensiva frente al mundo y la cultura de la Iglesia y baje a la calle a hablar con la gente. Eso supone saber escucharla. Es, básicamente, dialogar con los grandes desafíos intelectuales del mundo de hoy. En los últimos tiempos, ha habido muy pocos representantes de la Iglesia que hayan dialogado, como el cardenal Martini, que habló con Umberto Ecco. Hoy muchos cardenales dan la impresión de que el mundo es muy malo y que hay que protegerse de él y defenderse. A su vez, lo que pasa es que la gente deja la Iglesia en el ostracismo, vive fuera de las grandes inquietudes de la Iglesia. En España, por ejemplo, el día del a renuncia del Papa me llamaron 50 medios de comunicación y me he pasado el año sin que me llame ninguno. Eso significa que la Iglesia no interesa, nada más que en esos casos.
Luego debe ser un hombre de Dios. Con santidad entendida como despertar interior, no como hombre que reza mucho pero no ha despertado por dentro, no se ha liberado. Cuando Dios libera a uno por dentro, se es capaz de muchas cosas. Es capaz de ser libre y responder a los retos del mundo de hoy. Hace falta que sea un hombre muy universal y que tenga en cuenta el Tercer Mundo, aunque no sea de allí. Lo que más me gustaría es que el próximo Papa estuviera tan inquieto y preocupado por la parte del mundo que no cuenta, el hambre y la injusticia, que al final le pudieran llamar el ‘Papa de los pobres’. Necesitamos en este momento alguien que nos de alegría, felicidad y esperanza. Cuando ves un telediario te quedas mal, es un cúmulo de noticias negativas. Recuerdo cuando al Padre Arrupe le decían que era un optimista patológico y él decía: “Creo en Dios, como no voy a ser optimista”.
-Acerquémonos a España un poco más. En una entrevista usted comento que la Iglesia española está “enroucada”, ¿rema la Conferencia Episcopal en una dirección diferente a la propia Iglesia?
Ha sido más papista que el Papa. Una anécdota: cuando el Papa vino a Valencia estaba gobernando Zapatero. Los católicos fervientes y algunos sectores importantes de la Iglesia estaban esperando que Benedicto XVI se metiera con el Gobierno y su presidente. Y no hizo nada de eso. Se limitó a dar la doctrina de la Iglesia sobre la familia y punto. Eso significa que aquí ha habido un alineamiento excesivo con el PP. Creo, por ejemplo, que en el tema de la corrupción no se ha pronunciado todavía. Ha habido algún obispo que ha dicho algo, pero la Conferencia, no. El tema de la corrupción y de la crisis económica es algo totalmente nuestro: es de los pobres, de la gente que lo está pasando muy mal. Es algo que no me explico. Todo dependerá del Papa que venga, como la Iglesia española cambie.
-¿Cree que esta situación que puede resultar excluyente para los cristianos de otras ideologías?
Acabo de terminar una biografía del Padre Llanos que fue un hombre de la transición que vivió tanto el falangismo como el comunismo. Estos hombres, como el Padre Díaz-Alegría, Julio Lois, el cardenal Tarancón…, consiguieron que la Iglesia no se identificara solo con la derecha, como había ocurrido durante los años del franquismo. Ahora últimanente, quizás por un sector del clero joven muy conservador, pues se está volviendo a que se identifique la Iglesia con unas siglas determinadas. A mi me parece un enorme error. Es verdad que los partidos de derechas tienen una ideología más próxima a la Iglesia en temas de familia, pero también es verdad que los partidos de izquierdas tienen una ideología más cercana a la Iglesia en temas sociales. Por tanto, no hay partido confesional.
-Política y religión, relación complicada, ¿Qué deberían hacer unos y otros?
-Lo que ya se hizo en la Transición. Unos meses antes de morir, Santiago Carrillo estuvo en una parroquia de Madrid, invitado a un homenaje a Lois, Llanos y Díaz-Alegría. Tuvo una cosa que me llamó la atención. Él dijo que en la Guerra Civil se quemaron iglesias y fue un gran error, aunque motivado por el pueblo veía a la Iglesia unida a la oligarquía. Solo tenía parte de razón, pero dijo lo siguiente: “Yo en Francia me hice amigo de muchos curas después del Concilio y llegué a comprender que la Iglesia y los comunistas, aunque seamos ateos, podíamos colaborar en causas comunes magníficas”. Eso es perfectamente posible. Ahora, la gente joven concienciada, la que trabaja en ONGs, se va al Tercer Mundo y sea creyente o agnóstica les une la causa de los pobres y el cambio del mundo. Puede haber muchas causas que nos unan y no nos dividan. Yo, como creyente, digo que todos esos que sirven a la justicia están sirviendo a Dios.
-Vivimos tiempos convulsos, caldo de cultivo de iluminados y extrañas ideologías ¿está la sociedad actual falta de religiosidad o espiritualidad?
-La sociedad está en un momento que se viven dos corrientes: una superficial que está dominada por los Mercados, la Bolsa, Merkel… Ese mundo materialista es superficial, sin espiritualidad, vive al día. Y lo hace en una faceta cuasianimal en lo que interesa es el dinero, el placer y lo instantáneo. Pero hay una corriente que ya profetizó el gran teólogo Karl Rahner: “El siglo XXI o será místico o no será”. Hay una búsqueda tremenda de espiritualidad mal orientada que se va al Tercer Milenio, a los esoterismos. Esa gente se cree todos los polstergeist y los extraterrestres pero no cree en Dios, algo extrañísimo, o el New Age. Son búsquedas de Dios, más o menos solapadas. Hay un interés por la meditación y la naturaleza. Creo que debemos estar en contacto con todo eso porque cuando el hombre bucea dentro de sí se encuentra a Dios porque en él existimos, como decía San Pablo. Por ello, la Iglesia creo que no debería decir “yo tengo la exclusiva de Dios” sino que debería encontrarse con todo el mundo en ese camino.
-Como periodista, ¿ha aprendido la Iglesia a vender su mensaje y sus acciones en los tiempos actuales?
-Está retrocediendo. Me explico. Recuerdo los tiempos en los que yo entrevistaba al Cardenal Tarancón, al Padre Arrupe. Eran entrevistados que te daban titulares. Ahora intenta poner una alcachofa delante de un obispo, le tienen pavor. Me llama la atención que los cardenales norteamericanos, en el Cónclave, están dando unos ‘briefing’ fantásticos, están dejando atrás a todos. Aquí hay muchísimo miedo a la información. Yo siempre a los obispos que me han preguntado les he dado un consejo. Ellos ven que las frases que dicen se las estropean y malinterpretan en los medios. Respuesta que yo le doy: “¿Tu has visto a los políticos? Cuando les malinterpretan vuelven a decir otra cosa pero en el otro sentido, así consiguen volver a salir en el medio de nuevo”. Hay miedo a los medios, que es verdad que a veces es justificado. Hay que saber utilizar ese potencial. Estamos en una época en la que la sumisión vale más que la libertad. Los obispo y los clérigos tienen tanto miedo a que no parezcan obedientes y sumisos que realmente no hablan. Creo que el mensaje de Jesús se debe aprovechar. Añado más. Tampoco debemos convertirnos en informadores de lo eclesiástico. Debemos ser informadores de Jesús. Cuando trabajaba en Radio Vaticano me llamaba la atención que aquello era la voz del Papa, pero no de Jesús y el Evangelio. Cuando una persona santa transmite a través de una pantalla, sigue transmitiendo a Dios, si tiene miedo se queda en el clericalismo.
-¿De donde viene este miedo?
Subyace una idea de que el mundo que vivimos es malo. También es una falta de preparación de los jerarcas para dar bien en imagen. El clérigo o da un poco afeminado cuando habla en televisión o parece apocado, triste, temeroso. Si tenemos a Jesús y su buena noticia no deberíamos tener miedo.
-Resulta sorprendente que exteriormente muchas personas perciban ‘dos Iglesias’: la de curia y la de base que está con los más desfavorecidos ¿fallo de imagen? ¿división real?
-Quiero dejar claro que en mis palabras puede dar la sensación de que los obispo no importan, no quiero decir eso. Hay obispos muy buenos, que son hombres de oración que se preocupan por su gente. Lo que pasa es que es muy difícil pastorear la sociedad del siglo XXI. Creo que después del Vaticano II ha habido una involución por falta de diálogo y porque hubo muchas defecciones, muchos problemas. Creo que el espíritu de Juan XXIII de abrir las ventanas al mundo de hoy hay que recuperarlo. Hay que conseguir que no exista esta dicotomía tan grande entre Iglesia institución y el Pueblo de Dios. Por eso creo que todos debemos ser Pueblo de Dios. Para ello, tanto los obispos deben bajarse del pescante, como nosotros acercarnos a ellos para que se produzca una Iglesia entera.
El Observador Gaditano
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