Lo que han dicho que el Papa dijo en su encuentro del 6 de junio con las religiosas y religiosos de la Conferencia Latinoamericana (CLAR), no tiene desperdicio. En vista de la sorpresa que han causado las palabras puestas en su boca, la Secretaria de la CLAR se ha visto obligada a aclarar que lo publicado no responde exactamente a lo que el Papa dijo, sino que solo refleja “el sentido general”. Me basta con que reproduzca “el sentido general”. Porque hace unos meses hubiera sido inconcebible que se pusieran en boca de un Papa unas palabras, más o menos parecidas a estas, dirigidas a las religiosas y religiosos: es posible que reciban una carta de la Congregación de la Fe, pero no se preocupen y sigan adelante. Abran puertas, hagan algo ahí donde la vida clama. Prefiero una Iglesia que se equivoca por hacer algo que una que se enferma por quedarse encerrada.
Este Papa ha logrado introducir aire fresco en la Iglesia. El aire fresco no gusta a todos. La oposición silenciosa funciona. En las palabras que reproducen “el sentido general” de lo que el Papa dijo, importa tanto la forma como el fondo. La forma es llana y directa. El fondo pudiera ser que el servicio a la evangelización y el compromiso a favor de los desamparados debe pasar por encima de cualquier crítica, incluidas las que provengan de la propia institución eclesial.
Algunos se complacen en criticar a la vida religiosa. Usan criterios numéricos como prueba de lo mal que está. Se parecen a esos curas que, cuando ven que hay poca gente en Misa, riñen a los presentes a cuenta de los ausentes, cuando lo que tendrían que hacer es animar, sostener y valorar a los asistentes. Una respuesta a los criterios numéricos es decir que en la vida religiosa vale más la calidad que la cantidad. Respuesta buena pero insuficiente. En cada época los distintos carismas y servicios eclesiales se reparten de forma distinta. Las instituciones nacen, crecen, cambian, se adaptan y algunas desaparecen. Es ley de vida. No podemos pasarnos la vida lamentando lo que hubiéramos podido hacer si nuestras congregaciones hubieran estado en manos de los que se han ido o de los que no han venido. Lo que debemos hacer es apoyarnos, sostenernos y preguntarnos con realismo lo que podemos hacer, en nuestra situación actual, para servir al Reino de Dios con todas nuestras fuerzas.
Hay que agradecer al Papa Francisco su valoración positiva de la vida religiosa y sus palabras alentadoras. Los que nunca hacen nada, nunca se equivocan. Los que trabajan, a veces aciertan y otras no. Hoy y siempre, y probablemente más antes que ahora, ha habido religiosas y religiosos que no han estado a la altura de su vocación. ¿Qué hacer en estos casos? Habrá que discernir, porque no todos los casos son iguales. Pero, al menos en algunos, puede servir esta palabra mesiánica: “el pábilo (=mecha de una vela) vacilante no lo apagará”.
Nihil Obstat
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