Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo
Este año en la diócesis de San Cristóbal de las Casas se celebró un congreso diocesano sobre la Pastoral de la Madre Tierra. En esta diócesis mexicana queda la selva de Chiapas en donde se están cometiendo abusos ecológicos por las empresas transnacionales en contra del bienestar de sus pobladores.
En dicho congreso se exigió a los gobernantes, legisladores y empresarios “que se conviertan y sean portadores de vida, no de muerte”. En una de las conclusiones se lee: “Pedimos que no se dejen comprar, corromper y seducir por la ambición del dinero y del poder. Que no vendan nuestra patria y nuestro amado Chiapas a empresas transnacionales que solo buscan su interés y no les importa destruir los bienes naturales y matar la vida de nuestro pueblo y de las futuras generaciones”.
(N.B. En la revista Sin Fronteras de junio de este año salió un artículo bien interesante al respecto).
El Deuteronomio, exagerando un poco las palabras de Moisés, hace una relectura del Éxodo para exigir sinceridad al pueblo que ya estaba en la tierra prometida, pero tenía el peligro de olvidar los hechos vividos por sus antepasados.
Por eso les recuerda lo que sucedió al final de la travesía por el desierto: “Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer por el desierto en estos cuarenta años, para hacerte sufrir y ponerte a prueba y así saber qué intenciones abrigaban en tu corazón; para saber si cumplirías sus mandatos o no” (Dt. 8, 2-3).
Si aplicamos esta relectura a nuestra vida, es como si nos hiciera conscientes de la cantidad de bienes naturales, de la riqueza del medio ambiente que nos ha dado el Creador, de los bosques, ríos y montañas de que goza nuestro país.
Las preguntas entonces son obvias: ¿Nos hemos olvidado de estos bienes? ¿Los destruimos? ¿Pensamos en las futuras generaciones? ¿Dejamos que las llamadas locomotoras mineras destruyan nuestras riquezas naturales?
En el Evangelio de hoy, cuyo autor es Juan, Jesús dice a la multitud que Él es el pan bajado de cielo. Un pan diferente al que comieron aquellos padres y murieron. Por el contrario: “El que coma de este pan vivirá eternamente” (Jn. 8,58),
Que esta fiesta del Corpus Christi sea motivo para frecuentar más la Eucaristía, tomar el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pero también para compartir nuestros alimentos con los más necesitados y luchas por conservar la Madre Tierra, como la Casa de todos.
Jesuitas Colombia
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