Desde que empezó la crisis del Ébola en Liberia, Guinea-Conakry y Sierra Leona apenas he escrito nada en este blog sobre el tema. África es muy grande y servidor de ustedes tiene por costumbre evitar lo más posible escribir sobre países donde no ha estado nunca, sobre todo si se trata de lugares sobre los que muchas otras personas bien informadas informan o incluso sobre los que llega a haber una saturación informativa. Pero en esta ocasión el Ébola ha llamado a mi puerta de una forma inesperada y harto curiosa y no tengo más remedio que escribir unas líneas.
Mi mujer, de nacionalidad ugandesa, y yo nos las prometíamos muy felices hace varios meses cuando programamos ir a pasar las navidades y el año nuevo a Uganda con nuestros dos hijos pequeños. Quién nos iba a decir que el Ébola iba a trastocar nuestros planes. Mi esposa, que está en contacto directo mucho más que yo con los padres de los compañeros de nuestros hijos en el colegio, en el polideportivo y en otros lugares donde los niños tienen su vida social a diario, y oye todo tipo de comentarios a diario, ha acabado por convencerme. “Estoy imaginándome la escena”, me ha repetido varias veces. “Imagínate que volvemos de Uganda después de Reyes, los niños cogen un resfriado, una gripe o cualquier infección de las muchas que pueden coger en invierno… y te aseguro que en cuanto salte alguna madre con la sospecha de que como hemos vuelto de África hemos traído el Ébola ya está liada”. Así que al final hemos optado por dejar pasar el tiempo y dejar la visita para mejor ocasión.
Parece que para la mayor parte de los españoles, la temible epidemia –que ya desató una oleada de pánico con la muerte de los dos misioneros repatriados y fallecidos en el hospital Carlos III de Madrid y la infección que la enfermera Teresa Romero superó felizmente- tiene lugar “en África”. Se trata de una percepción que no tiene lugar únicamente en España. Recuerdo, al principio de la epidemia, algunos detalles anecdóticos que si no fuera por lo trágico de su trasfondo hubieran incluso provocado la risa: un restaurante en Seúl (Corea del Sur) donde colocaron un cartel que rezaba que debido a la epidemia habían decidido no dejar entrar a clientes africanos, un congreso de directivos de empresas asiáticas que fue cancelado en Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, por miedo al Ébola… Yo mismo me quedé de piedra el pasado mes de septiembre cuando, en la ciudad congoleña de Dungu, vi a la entrada de un recinto de soldados pakistaníes de la ONU un letrero en el que advertían que se prohibía la entrada a los africanos como medida preventiva. El incidente provocó una reacción tal entre la población, que a las pocas horas tuvieron que retirarlo para evitar ser lapidados, y bien merecido se lo hubieran tenido.
Ya sabemos que la víctima más llamativa de la epidemia del Ébola ha sido la Copa África, que empezará el próximo mes de enero y cuyos partidos han sido trasladados a Guinea Ecuatorial después de que Marruecos pidiera, en vano, que el torneo se retrasara varios meses. Otra víctima que tiene menos publicidad, pero que está causando un enorme daño a muchos millones de africanos es el turismo. Durante los meses de verano ya hubo cancelaciones de safaris y paquetes turísticos en países como Kenia, Botsuana, Sudáfrica y Tanzania y durante este mes de diciembre, que en bastantes países de África es temporada alta, va a ocurrir lo mismo. En un reciente viaje a Uganda, me encontré con el mismo problema. Sé, por experiencia, que en años anteriores durante este mes resultaba muy difícil encontrar una habitación en un hotel de alguno de los parques nacionales, sobre todo en fechas alrededor de la Navidad y el Año Nuevo. Por desgracia, este año uno el que quiera ir de safari a alguno de los parques ugandeses no tendrá ningún problema simplemente con presentarse en la recepción con su maleta sin haber hecho ninguna reserva, y podrá hasta permitirse el lujo de elegir habitación porque lo más seguro es que se encontrará con el albergue casi vacío.
Lo más curioso del caso es que las cancelaciones de reservas turísticas tienen lugar en países africanos de África del Este y del Sur que están a más distancia del epicentro del Ébola que las naciones de donde proceden muchos de los turistas, y si no miren el mapa que ilustra este post y que me he permitido la libertad de tomar de la revista The Economist, que titula un lúcido artículo sobre este tema como “la epidemia de la ignorancia”. El mismo análisis señala que, para más inri, el Ébola no es ni de lejos la enfermedad más mortal en África: la malaria mata a muchas, muchísimas más personas todos los años en el continente y no despierta ni de lejos la misma alarma que el Ébola.
No he estado nunca en Sierra Leona, ni en Guinea Conakry ni en Liberia, pero viví durante varios años en Gulu, en el norte de Uganda, donde de octubre de 2000 a febrero de 2001 hubo una epidemia de Ébola que se cobró cerca de 300 vidas. Recuerdo muy bien que, a pesar de la gravedad de la situación, la vida se desarrolló durante aquel tiempo de forma bastante normal y la gente se esforzó por seguir las precauciones dictadas por el Ministerio de Sanidad. El lugar donde vivía yo por aquellas fechas estaba a dos kilómetros del hospital de Lachor, donde se habilitó un pabellón especial para tratar a los infectados. Nunca tuve ningún miedo especial. Para infectarse de Ébola hay que tocar directamente a una persona que ya esté desarrollando la enfermedad o el cadáver de alguien que haya muerto al no haber superado la infección. De hecho, la mayor parte de los casos de infectados se dieron entre personas que asistieron a los funerales de los fallecidos por esta enfermedad y que practicaban la costumbre tradicional de lavar el cadáver, un ritual que la gente desistió de hacer en cuanto se publicaron las precauciones que todos debían tomar.
La consecuencia de esta ignorancia occidental que sigue considerando a África como si fuera un solo país, es que en bastantes países africanos donde mucha gente vive del turismo, los hoteles de los parques nacionales están más en peligro de extinción que las especies animales que las rodean.
José Carlos Rodríguez
En clave de África
RD
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