"Recibimos el don de la salvación y tenemos que volver a darlo a los demás"
"San Agustín afirma que la Virgen concibió primero en el corazón que en su seno"
(José Manuel Vidal).-Este lunes, fiesta de la Inmaculada, Francisco rezó, desde la ventana, el ángelus y dedicó su catequesis a la Virgen, recordando que la salvación es un don, que "ninguno de nosotros puede comprar". Al ser un don, hay que volver a darlo gratuitamente a los demás. Porque, "todo es don gratuito de Dios, todo es gracia, todo es don de su amor por nosotros".
Algunas frases del Papa
"Buen día y buena fiesta"
"Todo es don gratuito de Dios, todo es gracia, todo es don de su amor por nosotros"
"Llena de gracia, porque en ella no hay espacio para el pecado"
"María se abandona a la gracia"
"También nosotros se nos pide escuchar a Dios que nos habla y acoger su voluntad"
"El Señor nos habla siempre"
"El ser va primero que el hacer. Hay que dejar hacer a Dios"
"María es receptiva, pero no pasiva"
"San Agustín afirma que la Virgen concibió primero en el corazón que en su seno"
"También nosotros somos bendecidos, amados y salvados por Dios"
"Ante el amor y la misericordia se impone una sola consecuencia: la gratuidad"
"Ninguno de nosotros puede comprar la salvación, que es un don gratuito"
"Lo donado debe ser redonado"
"El Espíritu es un don para nosotros y nosotros, un don para los demás"
"Instrumentos de acogida, de reconciliación y de perdón"
"La gracia del Señor nos transforma"
"Aprendamos de María"
Saludos tras el ángelus
Saluda especialmente a la Acción Católica italiana, "escuela de santidad y de generoso servicio a la Iglesia y al mundo"
"Esta tarde iré a Santa María la Mayor y, después, a la Plaza de España, acto de homenaje y de oración al pie de la columna de la Inmaculada. Toda la tarde dedicada a la Virgen"
"La salvación es gratuita. Recibimos el don de la salvación y tenemos que volver a darlo a los demás"
Texto íntegro de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, buena fiesta!
El mensaje de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se puede resumir con estas palabras: Todo es gracia, todo es don gratuito de Dios y de su amor por nosotros. El Ángel Gabriel llama a María «llena de gracia» (Lc 1, 28): en ella no hay espacio para el pecado, porque Dios la ha elegido desde siempre como madre de Jesús, y la ha preservado de la culpa original. Y María corresponde a la gracia y se abandona a ella diciendo al Ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (v. 38). No dijo: «Yo haré según tu palabra». No, sino: «Hágase en mí...». Y el Verbo se hizo carne en su seno. También a nosotros se nos pide que escuchemos a Dios que nos habla y que acojamos su voluntad; según la lógica evangélica ¡nada es más activo y fecundo que escuchar y acoger la Palabra del Señor! Que viene del Evangelio, de la Biblia, el Señor nos habla siempre.
La actitud de María de Nazaret nos muestra que el ser viene antes del hacer, y que es necesario dejar hacer a Dios para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él el que hace tantas maravillas en nosotros. María es receptiva, pero no pasiva. Así como a nivel físico recibe la potencia del Espíritu Santo después dona carne y sangre al Hijo de Dios que se forma en Ella, del mismo modo, en el plano espiritual, acoge la gracia y corresponde a ella con la fe. Por esto San Agustín afirma que la Virgen «ha concebido primero en su corazón antes que en su seno» (Discursos, 215, 4). Ha concebido primero la fe, y después al Señor.
Este misterio de la acogida de la gracia, que en María, por un privilegio único, estaba sin el obstáculo del pecado, es una posibilidad para todos. En efecto, San Pablo inicia su Carta a los Efesios con estas palabras de alabanza: «Bendito Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo» (1, 3). Así como Santa Isabel saluda a María como «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42), del mismo modo también nosotros hemos sido desde siempre «bendecidos», es decir amados y, por tanto, «elegidos antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados» (Ef 1, 4). María ha sido preservada, mientras nosotros hemos sido salvados gracias al Bautismo y a la fe. Pero todos, tanto ella como nosotros, por medio de Cristo, «en alabanza del esplendor de su gracia» (v. 6), esa gracia de la cual la Inmaculada ha sido colmada en plenitud.
Frente al amor, frente a la misericordia, a la gracia divina derramada en nuestros corazones, la consecuencia que se impone es una sola: la gratuidad. Ninguno de nosotros puede comprar la salvación. La salvación es un don gratuito del Señor, un don gratuito de Dios que viene a nosotros, y habita en nosotros. Así como hemos recibido gratuitamente, del mismo modo gratuitamente hemos sido llamados a dar (Cfr. Mt 10, 8); a imitación de María, que, inmediatamente después de haber acogido el anuncio del Ángel, va a compartir el don de la fecundidad con su pariente Isabel. Porque si todo nos ha sido donado, todo debe ser devuelto. ¿De qué modo? Dejando que el Espíritu Santo haga de nosotros un don para los demás. El Espíritu es don para nosotros. Y nosotros, con la fuerza del Espíritu, debemos ser dones para los demás; que nos permita llegar a ser instrumentos de acogida, de reconciliación, instrumentos de perdón.
Si nuestra existencia se deja transformar por la gracia del Señor - porque la gracia del Señor nos transforma, eh - no podremos retener para nosotros la luz que viene de su rostro, sino que la dejaremos pasar para que ilumine a los demás. Aprendamos de María, que ha tenido constantemente la mirada fija en el Hijo y su rostro se ha convertido en «el rostro que más se parece al de Cristo» (Dante, Paraíso, XXXII, 87). Y a ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el anuncio del Ángel.
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