El espíritu del Señor está sobre mí… Me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los prisioneros, un año de gracia del Señor. Isaías 61: 1-2.
Supongamos que yo no tengo trabajo y vivo a la deriva, comiendo lo que encuentre y durmiendo donde pueda. No tengo familia, nadie me quiere, y mi existencia pasa prácticamente desapercibida. Pienso que si Dios mismo no me ama. No tengo para qué hacer ningún esfuerzo.
Si yo soy alcohólico o drogadicto, tomando conciencia de que esta enfermedad es de por vida, o si pienso que ni Dios se preocupa por mí, no tengo motivo alguno por superar mi adicción. Imaginémonos encarcelados, justa o injustamente. Tengo para varios años aquí adentro, y cuando salga viviré eternamente estigmatizado por mi tiempo en prisión. Es como condena perpetua, aun cuando la sentencia formal se acabe. Si el Señor no me cuida las espaldas, ¿para qué rehabilitarme?
Acuérdate de aquella vez cuando la vida te decepcionó. Con el corazón quebrantado, creías que ya nada tenía sentido. Ahora trae a la mente las multitudes que se acuestan con hambre en la noche, a quienes la vida sólo ofrece enfermedad, lucha, guerra o destierro. Sin Dios, su vida es basura. Sin amor, no existe la dignidad, ni el valor, ni la esperanza.
Pero esperanza hay y no dejará de haber. Es porque al amor de Dios no se acaba nunca, para nadie. Su ternura es universal. No excluye a ninguno. Su apoyo es incondicional. No te abandona para siempre, aunque a veces se sienta que ha escondido su rostro.
Hay quienes creen que el amor de Dios es selectivo, que el Todopoderoso tiene favoritos en quienes abunda su gracia, y que los demás tenemos que conformarnos con lo que hay. Si es así, para la mayoría, no hay buena noticia, ni esperanza. Hay otros que piensan que la salvación es una oportunidad única; que si la pierdes, no habrá otra. Si ya se te pasó, no vale la pena continuar. Come y bebe ahora, porque mañana morirás. El adviento advierte otra cosa.
No hay nada que puedes hacer para que Dios te ame, porque ya te ama. No es por cómo eres tú. No es porque te lo mereces. Es por como es él. Es más, no hay nada que puedes hacer para que te deje de amar, porque jamás lo hará. Eterna es su misericordia, e infinita su fidelidad. No son palabras vacías, y yo entiendo que cuesta asumirlo, pero es así.
Y porque es así, porque Dios ama, hay esperanza. Porque su compasión es universal, el pobre sale a buscar trabajo. Porque su misericordia no tiene límites, el adicto sueña con nueva vida. Porque su amor no se acaba, el encarcelado espera el día de su liberación. Porque su respaldo es infinito, el enfermo encuentra motivos por seguir viviendo.
Esa es la buena noticia. Dios ama, y por eso hay esperanza en esta vida. Se sientes que él está ausente, abre tus ojos. Ya se te acerca. Pronto, lo verás.
Nathan Stone S.J.
Territorio Abierto
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