Queridos hermanos:
Al celebrar esta fiesta, podríamos reflexionar sobre lo que debe significar hoy la familia, institución básica de la sociedad, que no es ajena a una profunda crisis. De hecho estamos en un proceso Sinodal sobre la familia iniciado este año y que continuará en el próximo, promovido por el Papa Francisco, en el que llama la atención las dos encuestas enviadas a todo el Pueblo de Dios. En una homilía no se puede agotar este tema, apunto sólo algunos trazos y pinceladas desde la Palabra de Dios.
Con el paso de los años ha cambiado la estructura familiar y en ocasiones poco se parece a lo que nos dice la primera lectura del Eclesiástico: “Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva…”. Se ha retrasado la edad de ser padre o madre, el trabajo condiciona fuertemente la familia, trabajan los dos y apenas en ocasiones se ven, no digamos nada de la falta de trabajo, se ha pasado de una familia extensa a una familia restringida, se ha reducido el número de hijos, el cuidado de los mayores ha pasado a las residencias, hay diversos tipos de familias y parejas, no es extraño que entre nuestros familiares nos encontremos con divorciados y separados, a los niños se les da todo hecho satisfaciendo sus caprichos; se pueden estirar las situaciones… Es curioso que son muchos los jóvenes que hoy prefieren eludir su compromiso de pareja-familia, recordemos que el matrimonio es un sacramento, y parece que para ellos familia y felicidad son incompatibles por eso prefieren las uniones de hecho, los compromisos temporales. Para que se haya llegado a este punto ha debido pasar mucha agua bajo el puente.
La segunda lectura de San Pablo a los Colosenses, nos da algunas claves: “Mujeres, maridos, hijos…”. El matrimonio brinda al hombre y a la mujer la oportunidad maravillosa de saberse padres y madres. Por los hijos, los padres se transforman en dadores de vida, se hacen educadores. Pero no bastan los hijos para que haya verdaderos padres, antes debe existir una auténtica pareja: que sepa compartir, dialogar, crecer juntos, educarse mutuamente. Sólo así puede entenderse la familia y la pareja como una donación de sí mismo y ser lo que Dios quiso que fuera: una comunión en el amor. Es preciso defender y promover todo lo que de humano y humanizador tiene la familia. Y nada hay más humano como el cariño, el afecto, el amor que tiene su referente fundamental en la familia, como lugar privilegiado de experiencia donde el amor es gratuito y se manifiesta como búsqueda esforzada del bien para la persona querida y como educación progresiva.
La familia también es el lugar de socialización de la persona, nos lo recuerda el Evangelio de hoy, con la purificación y presentación del Niño en el templo, en sociedad. La familia representa el primer modelo de sociedad que el niño percibe. Si el modelo es bueno, si es armónico y fuente de gozo, sabrá enfrentarse a la sociedad con espíritu positivo y constructivo que hace de sus miembros personas abiertas y solidarias. También la familia es la primera comunidad cristiana (Iglesia doméstica la llamó el Concilio Vaticano II), en la que los hijos y todos crecen en la fe y deben experimentar su pertenencia a la Iglesia, toda ella considerada como la gran familia de Dios.
Poco sabemos de la experiencia familiar de José, María y Jesús, la Sagrada Familia, pero sabemos que Jesús hizo toda su preparación mesiánica dentro de un hogar. Va a tener que vivir sin prisa junto a una mujer contemplativa, que todo lo guardaba en su corazón, para que sus ojos aprendan a mirar más allá de las cosas, y a tener que trabajar con José hasta que sus hombros se vuelvan lo bastante fuertes para aguantar los golpes y resistir el peso de un madero. En aquel hogar humilde de trabajo, de meditación y de sabiduría, como dice el texto: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría”, aprendió a ser hombre y se preparó para proclamar el Reino.
Como nos recuerda la Gaudium et Spes, nº 5: “La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión, se requiere un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos”. Que esta fiesta nos ayude a pensar en lo que tenemos en casa.
Como nos recuerda la Gaudium et Spes, nº 5: “La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión, se requiere un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos”. Que esta fiesta nos ayude a pensar en lo que tenemos en casa.
Ciudad Redonda
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