Monday, December 29, 2014

Contemplando y compartiendo la Palabra por Fray Manuel Santos Sánchez



I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 2,3-11:

Queridos hermanos: En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: "Yo le conozco", y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él.
Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo -lo cual es verdadero en él y en vosotros-, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Sal 95,1-2a.2b-3.5b-6 R/. Alégrese el cielo, goce la tierra

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R/.

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.

El Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2,22-35:

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, corno dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

II. Compartimos la Palabra

  • “Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza”

Ante la corriente filosófico-religiosa que defendía que con el solo conocimiento de Dios era suficiente para la salvación, sin tener en cuenta las obras, el comportamiento de las personas, San Juan recuerda la verdadera doctrina que se desprende de la enseñanza de Jesús. Quien dice que conoce a Dios “y no guarda sus mandamientos es un mentiroso”. Jesús nos lo dijo con toda claridad: “No todo el que dice ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de Dios”. “Por su frutos los conoceréis. Toda árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos”. Las obras, nuestro comportamiento es el que nos dice si somos realmente seguidores de Jesús o no. Y el mandamiento principal sabemos que es el amor, por eso “quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en la tinieblas”. Lo recoge bien uno de nuestros dichos populares: “Obras son amores y no buenas razones”. Lo que conocemos de Dios, del evangelio… lo debemos llevar a nuestra vida, a nuestro comportamiento.
  • “Será como una bandera discutida”

María, cumple con el rito de su purificación, y con la presentación de su hijo al Señor, ateniéndose a lo que prescribía la ley. Sobresale también con fuerza en este relato el anciano Simeón, “hombre honrado y piadoso y… el Espíritu Santo moraba en él”. Vive una profunda alegría: ve cumplida la promesa del Espíritu de ver al Mesías, al Señor, lo que inunda de gozo su creyente corazón. Después de este acontecimiento ya puede morir en paz. Pero, al mismo tiempo, explica a María la misión de su Hijo y lo que le espera a Él y a ella. Su Hijo, con todo el amor que va a derramar, con todo el mensaje de salvación que viene a ofrecer a todos los hombres… no va a ser aceptado por todos. Unos le recibirán, le recibiremos gozosos, y otros le rechazarán. Este rechazo será tan intenso que le clavarán, dándole muerte, en una cruz. Algo que sucedió en el siglo primero y que sigue sucediendo en nuestro siglo XXI. Por eso, dirigiéndose a María, le dijo: “Y a ti, una espada te traspasará el alma”.

Fray Manuel Santos Sánchez 
Real Convento de Predicadores (Valencia) 
Orden de Predicadores

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