(AE)
Hace dos días, con nocturnidad y alevosía, un ladrón saltó el cerco de mi casa, abrió el gallinero y se llevó al gallo más grande que había. Me dio mucha pena no tanto por la pérdida material (que para mí no es mucha) sino porque se lo había prometido como regalo de Navidad al guarda de mi casero. Este es un suceso que puede ocurrir siempre, pero que por desgracia es mucho más recurrente en las semanas previas a la Navidad. Si en mi caso la pérdida del gallo en cuestión no pasa de ser acontecimiento trivial, en muchos otros la cosa no es tan anecdótica.
Es precisamente en estas semanas prenavideñas cuando en todo el país se detecta un palpable aumento de la criminalidad. No sé si el mensaje del niño Jesús en el pesebre o del Gloria a Dios a los hombres de buena voluntad ha calado de verdad en los corazones, lo que sí se es que cuando se acerca la Navidad, muchos sienten de manera evidente la presión ambiental para comprar regalos, para hacer un extra o simplemente para darle un gusto al cuerpo. Para todo esto, se necesita dinero y en muchos casos, la única opción es recurrir a lo ajeno.
Algunos botones de muestra: hace dos días la policía acababa a balazos con cuatro ladrones que han entrado en un supermercado en un suburbio de Kampala; ayer mismo, dos atracadores más (esta vez de banco) han sido abatidos por la policía; en el pueblo de Alito, a 35 kilómetros de donde vivo, unas turbas enfurecidas que habían pillado con las manos en la masa a unos ladrones de ganado han quemado la furgoneta con la que estos pollos querían transportar el botín, y así sin cesar, noticias de tal calibre se repiten sin cesar en los medios de comunicación y en las comisarías.
Por desgracia, no es el único aspecto sombrío de este tiempo prenavideño. Otro es el estrés asociado a unas fechas en las casi todo el mundo quiere hacer un desplazamiento para poder visitar a sus familiares. Ante la avalancha de personas que necesitan transporte, los proveedores – casi en su mayoría privados – no tienen problema alguno en elevar abundantemente los precios de los billetes de todos los autobuses, furgonetas y otros tipo de transporte. Ante los pingües beneficios que suponen todos estos ciudadanos que se ven forzados a desplazarse, los autobuses están que no paran, trabajan a destajo para aprovecharse del filón con chóferes que están al volante hasta la extenuación... o hasta que se caen dormidos y se caen por un barranco. La subida en el número de accidentes es por desgracia también uno de los indicadores más siniestros de estos días. Yo personalmente evito pasar por Kampala desde mitad de Diciembre porque la ciudad se convierte en un nido de conductores y motoristas suicidas.
Ante tanto personal que hay en la carretera y los riesgos a los que se ve enfrentado el ciudadano... ¿qué hace la policía? Pues afilar sus armas (no las de disparar) y ver en qué infracción se puede pillar al sufrido conductor para luego convencerlo de que lo mejor, lo más fácil “y lo más humanitario” es aflojar la mosca un poquito y dar una pequeña mordida navideña que compense por las afrentas reales o imaginarias que se hayan hecho a la ley. Así los servidores de la ley – que están como todos sabemos muy mal pagados – pueden permitirse unos cuantos gastos extra para estas fechas.
En los periódicos digitales españoles, comienzo ya a ver artículos de la guisa de “Trucos para no engordar en Navidad”. Este no es por el momento el problema en África. Aquí a decir verdad no es que en las casas se consuman calorías en exceso (apenas hay algo parecido a los mantecados o los polvorones aunque sí que hay montones de bebidas carbónicas azucaradas) No suele ser la comida de lo que se abusa por aquí, ya que para muchas economías humildes, ya es de por sí una fiesta el poder comprar uno o dos kilos de ternera o un pollo hermoso para compartirlo en familia el día de Navidad, pero donde sí que hay claros excesos es en la bebida y casi siempre por parte de la población masculina. Parece como si Navidad fuera una excusa para reunirse con los amigos, beber sin medida y pillar un colocón soberano. Ni que decir tiene las funestas consecuencias que tienen estos excesos en la familia: dinero que no va a parar al hogar ya que se queda en el bar, situaciones de violencia doméstica causada por los excesos etílicos, abandono y abuso, sangrientas y a veces mortales peleas, etc.
En fin, a pesar de que me gusta el tiempo de Navidad, estos factores me hacen siempre mirarlo de una manera más crítica: ¿qué es lo que hemos creado? Un periodo donde debería haber más serenidad pero lo que se ve por todos lados es estrés, donde en vez de simplicidad hay más consumismo y más ambición, donde en lugar de paz se experimenta más violencia y más sufrimiento. Toda una triste contradicción de lo que tendría que ser este tiempo. Me da gana de unirme a la pareja de Belén y buscar un sitio donde pueda experimentar calor, seguridad, humanidad y sobre todo... esperanza.
Alberto Eisman
En clave de África
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