Pasó por estos sotos con presura: balance final de la visita de Francisco a Filipinas
¿Por qué somos prontos en recibir al Vicario de Cristo y tan lentos en acoger al mismo Jesucristo que vive entre nosotros?
(Macario Ofilada, Manila).- Hacía sol e incluso calor cuando subió al avión el ciclón Francisco antes de las 10 de la mañana para regresar a Roma. Confieso que esta escena me ha llenado de tristeza. Me alegraba mucho al ver al papa pasando por las calles de mi Manila natal, ya en deterioro.
Estos días estaba orgulloso de ella, pues me acogió cuando vi la luz primera al salir del vientre de mi madre y estos días ha acogido a nuestro hermano, nacido en Argentina, que ahora reside en Roma para confirmarnos en la fe. Pero todo tiene su remate. Al verlo subir al avión me acordé de la canción: Cuando un amigo se va. Y Francisco no es propiamente mi amigo, pues nunca lo he tratado, no como algunos filipinos privilegiados (que siempre son los privilegiados por tener enchufes) pero vino a Filipinas para renovarnos a todos sin distinciones en la amistad con Cristo.
Y los filipinos ya volvemos a la vida normal de atascos, de luchas, de tifones, de hambres, de paro, de intrigas, de sermones que no nos dicen nada, de devociones puramente externas... Yo creo que para oler a oveja el Cardenal Tagle volverá a su atuendo de todos los días: un clergyman de estilo indígena o adoptado al calor húmedo de estos pagos, sin alzacuellos pero con una cruz pectoral sencilla y su habitual sonrisa y sentido de humor un poco infantil.
Estos días, por protocolo, llevaba puesto una sotana con botones rojos, junto con su solideo y fajín de escarlata cardenalicia. Bueno, espero que nuestra vida después de esta visita no sea tan normal. Espero que la fe traída por vez primera a estas islas en 1521 sea más fortalecida y que la visita del ciclón Francisco derrumbe algunos de nuestras estructuras sociales injustas y pecaminosas.
Sería ingenuo o incluso estúpido pensar que Kiko con su visita las podría eliminar todas pero es bueno, es consolador, es profundamente cristiano pensar que a raíz de su visita fugaz podríamos comenzar de nuevo. Somos un país al que sobran los necios. Y los vemos todos los días en el gobierno, en las iglesias, en los lugares de trabajo. Nos hacen falta los verdaderos soñadores que con su inteligencia no dejan de soñar, no dejan de buscar consolaciones con su optimismo y determinación.
Las visitas anteriores de Pablo VI y Juan Pablo II, amén de eventos significativos protagonizados por nuestros pastores y líderes comenzando sobre todo con la revolución de febrero de 1986, eran llamadas a la conversión. Ciertamente los filipinos nos hemos esforzado mucho pero hemos caído incontables veces, y seguiremos cayendo porque es casi imposible desprendernos de lo que está profundamente arraigado en nuestro ser.
Es una especie de pecado social, con matices y alcances culturales, que obece a la norma captada por pensadores del Contrato Social: Homo Homini Lupus y que traducimos conforme a nuestro contexto con metáforas propiamente nuestras como el alimango o cangrejod de las rías y marismas (me refiero a la mentalidad envidiosa de los cangrejos quienes no dejan a sus compañeros escaparse del cesto de los vendedores de cangrejos o lo que los sociólogos denominan crab mentality). Dicha mentalidad, salpicada metafóricamente, es nada menos que o es esencialmente la envidia pero con un toque peculiarmente filipino: por envidia el filipino hará todo lo posible para impedir el progreso o la libertad del coetáneo o compañero en medio del espectáculo, hiprocresía, abuso del poder en una sociedad en que solo el lameculos y el teatrero pueden sobrevivir.
Sin embargo, no es éste el verdadero pecado. Todo esto supone una caída colectiva e individual que implica a todos los filipinos. Pero el pecado no consiste en caer, porque todos nos caemos por ser humanos, sino en no querer levantarse tras la caída. Nuestra despedida a Francisco debería ser una llamada a volver a levantarse tras haber caído muchas veces sin querer superar o quemar con etapas anteriores como la alusión que hizo nuestro presidente al régimen anterior y con quien la iglesia de aquellos tiempos, siguiendo una consigna que tenía su origen en Juan Pablo II y que se continuó en tiempos de Benedicto XVI, fue cómplice.
No es que la iglesia filipina haya perdido totalmente la voz profética entonces sino que era tiempo para limar los excesos de una estrategia pastoral populista y manipulador que también cometió errores encarnada por un prelado renombrado ya desaparecido y que ya tiene su descanso merecido. Para poder levantarse, es preciso hacer un balance, como lo que estoy haciendo ahora mismo con este ensayo. Pero mi ensayo es más bien un balance para un evento. Hemos de seguir haciendo balances para todos los eventos de nuestra vida.
En otras palabras, hemos de seguir. Pecar, como nos ha recordado el mismo papa, consiste en olvidar nuestra identidad, dignidad de ser hijos de Dios. Ser hijo de Dios consiste en querer levantarse siempre, tras las tormentas, los errores ajenos y propios, las hecatombes. Ser hijo de Dios quiere decir querer seguir, seguir levantándose, seguir recapacitando, seguir intentando de nuevo. El no querer levantarse significa dejarse engañar por el diablo quien, nos ha recordado el papa Francisco, es el padre de las mentiras.
Las mentiras siempre están ahí. Y toman muchas formas. Es un monstruo multicéfalo, real y no mítico, con rostros que tienen rasgos propiamente filipinos. Como pueblo, tenemos nuestros defectos y Francisco ha señalado algunos: la corrupción (Malacañan), el materialismo (Catedral de Manila), dejar de soñar (Mall of Asia) , ser incapaces de llorar y solidarizarnos (Universidad de Santo Tomás), dejar de proteger a los más pequeños (Luneta), etc. Todos los sabemos de sobra. Lo bueno es comenzar de nuevo, recapacitar. Francisco ya ha regresado a Roma pero nunca ha dejado el corazón de los filipinos. Y si queremos que se quede que volvamos a rumiar su magisterio, que es interpretación autorizado de el de Jesucristo, sobre todo los que ha sembrado en nuestra tierra durante su paso breve que me recuerda algunos versos inmortales de Juan de la Cruz: <> (Cántico Espiritual 5).
El místico castellano se refería a Cristo pero por estos sotos filipinos, devastados por tormentas y otras calamidades, pasó su Vicario quien nos trajo el mismo mensaje evangélico con claves de comprensión actuales que reconocen la superioridad de la realidad a la idea, que es preciso ser ìntegros haciendo que el pensar, sentir y obrar sean armoniosos, que es necesario, ante todo, amar y dejarse amar, pues Dios nos amó primero. De ahí, como Cristo, Francisco en la Luneta nos manda a los filipinos a ser misioneros de la luz por ser el país católico más significativo en Asia.
Francisco vino para todos. Yo creo que vino sobre todo para los que por razones de trabajo, enfermedad, distancia, falta de medios no pudieron acudir a ningún acto. Estos tal vez solo pudieron seguir sus pasos por nuestros sotos por los medios de comunicación. En nombre de estos rostros anónimos y alejados, acudieron por lo menos seis millones sobre todo a la misa final en la Luneta.
Dicen los comentaristas que el Efecto Francisco, que ha superado el de Juan Pablo II, se debe al poder de la media social. Esto es cierto en gran parte. Pero no hemos de olvidar el poder del Espíritu Santo porque los medios son instrumentos del Espíritu quien sopla por dentro, quien con su fuego de amor desató un ciclón espiritual que promete sol y luz en medio de las tempestades. Y éstas vendrán. Francisco no tiene el poder de cambiar nuestra condición climatológica aunque tiene poder de llamarnos a convertirnos espiritualmente como recuerda Lucas 22,32: <>.
Lo que importa de verdad es saber responder a ellas a la luz de una fe renovada. Y es éste el verdadero Efecto Francisco que es en realidad Efecto Jesucristo. Francisco mismo ha vivido o está viviendo un mensaje de constante conversión y nos ha dicho que debemos dejarnos ayudar, evangelizar o en efecto convertir por los pobres que nos pueden dar una sabiduría fuera de lo común.
No cabe duda de que la visita de Francisco es un hito histórico muy significativo para Filipinas. Para la generación de mis abuelos y mi madre, el momento más significativo de tipo religioso que hemos vivido como pueblo era el Congreso Internacional Eucarístico de 1937 celebrado en Manila. En la Luneta, lugar donde se declaró nuestra independencia de los USA en 1946 y en donde los presidentes nuevos juran sus cargos, tuvieron lugares las celebraciones eucarísticas dentro del marco de dicho congreso, las primeras misas multitudinarias de nuestra historia católica. No vino un papa.
Vino un legado papal, el Cardenal Denis Doherty de Philadelphia, que había sido obispo en estas islas. La gente acudió a la Luneta para el evento final, no sólo para la bendición eucarística final sino para escuchar la transimisión desde Roma del discurso de un Pio XI ya enfermo que quería estar presente de algún modo. Este evento fue superado por las visitas y misas de Pablo VI, Juan Pablo II y ahora Francisco. Y éste último con sus 6 ó 7 milliones.
La visita de Francisco tuvo algunos momentos significativos o inolvidables: los niños de la calle que se dirigieron a Francisco en el campus de la universidad llevaban maquillaje (estaban demasiado maquillados lo cual demuestra nuestro amor por el simulacro y las apariencias externas), la salida prematura del ciclón Francisco de Tacloban a causa del Tifón Amang por lo que el papa pidió perdón, la fraternidad, a estilo filipino, en la misa final en donde los fieles se repartían las formas consagradas porque los curas no los alcanzaban debido a las barreras, la chica ciega que pronunció la Primera Lectura en la misma misa ayudada por un texto en el sistema de Braille, la misa en Tacloban con el papa llevando un chubasquero amarillo encima de su casulla y para la consagración de la hostia elevó un ciborio para proteger la forma, el beso incontable a los niños, el cariño papalino a los asistentes a los actos todo con espontaneidad, la muerte de la joven voluntaria Kristel Padasa y el recibimiento brindado por el papa al padre de ésta en la Nunciatura de Manila...La lista es interminable.
Muchos tendrán sus recuerdos especiales de este momento signficativo en nuestra historia religiosa y social. Sin duda, en estos momentos es el evento más significativo de nuestro caminar como nación católica en Asia. Como pueblo nos queda muchísimo por recorrer. Distamos mucho de ser una nación madura en el sentido político, social, ético y cultural. Y ciertamente volveremos a caer. Y espero que nos volveremos a levantar con más valentía, con más determinación o como dijera Teresa de Jesús: con determinada determinación.
En mi opinión, hay algo más importante en el sentido religioso que la visita ya terminada de Francisco a estas islas. Me refiero a la vida cotidiana, en medio de atascos, azotados por las tempestades, muertas física o sociológicamente en luchas fratricidas. Por eso, del llamado Efecto Francisco desde el punto de vista sociológico me quedaría desde el prisma teológico y espiritual con la esencia de su mensaje que es nada menos, como ya queda dicho, una lectura actualizada o con claves actuales del mismo mensaje de Jesucristo que llegó por vez primera a nuestra tierra adorada, <> como rezara la letra del Himno Nacional Filipino, en 1521.
De Francisco me quedo con su magisterio, tan brillantemente expuesto estos días de convivencia con él. Solo de esta manera, Francisco, y con él Pablo VI y Juan Pablo II, se queda para siempre con nosotros. Solo de esta manera, Jesucristo permanece entre nosotros, sobre todo en su iglesia que sea su sacramento. Y se queda con nosotros en el sentido físico.
Pero ya sin la presencia física del Vicario de Cristo en nuestra tierra sino con la presencia física y desconcertante del mismo Jesucristo, de quien Francisco es vicario, en los niños de la calle, en los que lloran a sus muertos, en los pobres, en los enfermos, en los trabajadores, en los artistas, científicos, intelectuales, en los buenos políticos (sí los hay), en los buenos pastores y religiosos (sí los hay), en los que no disponen de medios, en los que se sienten solos y desamparados, en los damnificados por tifones y terremotos o incendios y robos.
¿Por qué somos prontos en recibir como a una superestrella de Rock al Vicario de Cristo y tan lentos en acoger al mismo Jesucristo que vive entre nosotros en Tacloban, en las calles sucias y corruptas de Manila, en los centros de acogida, en nuestros vecindarios? Lo que necesitamos es una experiencia parecida a la de los discípulos en Emaús. Que veamos a Cristo que sigue con nosotros entre los más pequeños y marginados dado que Francisco ha querido e intentado descubrir a Cristo en su presencia desconcertante ante nuestros propios ojos en su paso fugaz por nuestros sotos.
RD
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