Sunday, July 05, 2009

La homilía de Betania: ANTE LA DIFICULTAD, LA CONSTANCIA

Por Javier Leoz


1.- A pesar de los aprietos (qué tiempo pasado, en aras a la evangelización ha estado exento de zancadillas para las cuestiones de la fe) necesitamos voceros que anuncien que Dios está aquí, en medio de nosotros. Entre otras cosas porque si faltasen profetas del amor de Dios, de su Palabra o de su presencia, el mundo no sería ni marcharía mejor.


Hoy, lo excepcional y extraordinario, es acoger la Buena Noticia. Dejarse llevar por ella. Modelar la sociedad con los colores que nos brinda el Evangelio. Por ello mismo, al leer las lecturas de este domingo, vemos que –también Ezequiel, Pablo o el mismo Cristo- pasaron lo suyo cuando intentaron despertar los corazones de los hombres. Sufrieron, fueron acosados o incomprendidos por esa insistencia o deseo profético de que los hombres volvieran los ojos a Dios.


¿Qué es un profeta? Un profeta es alguien que no se fija en los frutos de su misión; no se acobarda o se echa atrás aunque aparentemente sus esfuerzos no se vean recompensados. Un profeta es aquella persona que, además de vivir lo que predica, es terco en su propuesta: ¡Jesús vive! ¡Somos hermanos! ¡El cielo nos espera!



2. - Como siempre, también existen los anti-profetas. Aquellos que intentan por todos los medios desautorizar o ridiculizar la figura del profetismo. La Iglesia, actualmente, desarrolla una labor ingente a todos los niveles: está con los más desfavorecidos, acoge a los enfermos del SIDA, levanta hospitales y orfanatos en miles de rincones del mundo. ¿Qué premio recibe? Nunca como hoy, es contestada por variados intereses y a veces muy orquestados. ¿Es bueno? ¿Es malo? Ni bueno ni malo. Lo letal sería que, ante el rechazo o la crítica, la Iglesia dejase de ser Iglesia, renunciase a lo que es genuino en ella, a su forma de ver y de entender la vida, la justicia, la fraternidad, la familia o el derecho a la vida.


En ese sentido, hoy más que nunca, tenemos que pedir al Señor que su Iglesia siga siendo profeta en un mundo donde tantas falsas verdades quieren diseñar e imponer un mundo, una sociedad o unos poderes a su medida. ¿Qué lo tenemos difícil? ¡Más lo tuvo el Señor! Lejos de amilanarnos ante el rechazo que pueda generar en algunos extremos de la sociedad, en la Iglesia hemos de procurar ser testigos de ese Cristo que supo dar vida allá donde existía la muerte; sosiego, donde abundaba la desesperanza; alegría, donde imperaba la tristeza.



3.- Puede que, en algunos de sus miembros, la Iglesia no esté a la altura del Evangelio. Ello no quita para que la Iglesia, hoy y siempre, siga apostando por lo que ella y sólo ella, está llamada a ser: altavoz de Cristo en medio de un mundo adormecido o con muchos analgésicos que entumecen la fe.


Y es que, por muchos escollos y zancadillas que salgan a nuestro encuentro, nada ni nadie nos debe de alejar de aquello que es primordial en nuestra vida cristiana: ser testimonio, con palabras y con obras, de nuestra experiencia de fe. La constancia, la persistencia y la perseverancia serán tres buenas fórmulas para hacer frente a todo intento de silenciar o desprestigiar el trabajo de todo profeta.



4.- QUIERO SER PROFETA, CONTIGO SEÑOR
Viniste, Señor, y los tuyos no te recibieron
Aún así, dejaste de ser Niño en Belén,
y seguiste marcando el rumbo de los hombres hacia Dios:
el amor, el servicio, la entrega
el perdón, la fraternidad y las buenas obras.
Una y otra vez, Señor,
existieron corazones obstinados a tu anuncio
mentes rebeldes a tu reinado
manos que se cerraron ante tu causa
pies que decidieron marcharse por otros caminos.

Pero Tú, Señor, a pesar de todo eso
mantuviste tu Palabra y tu mensaje:
“no he venido por mi propia cuenta”
Unos, percatándose de ello,
se abrieron en cuerpo y alma
Otros, a pesar de decenas de milagros,
de curaciones, prodigios y resurrecciones
de palabras pronunciadas con autoridad divina
optaron por mirar hacia otra parte.

Dinos entonces, Jesús,
cual es el secreto para ser profeta
sin tener miedo al qué dirán
o sin temor a ser crucificado.
Dinos entonces, Señor,
como mantenernos despiertos
en un mundo que pretende dormirnos

Dinos entonces, Cristo,
como seguir anunciando tú nombre
sin riesgo a sentirnos perdidos o rechazados.
Dinos entonces, Tú el más grande de los Profetas,
cómo llevar la esperanza, la paz
el nombre de Dios, la fuerza del Espíritu
a tantas puertas que se cierran como única respuesta.
Amén

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